Por Roberto Patiño
I.
Llegamos al Cementerio General
del Sur en la tarde del miércoles pasado. Los conductores de los mototaxis que
nos han traído nos advierten que no se quedarán a esperarnos. Dicen que la zona
es muy insegura y debemos tener cuidado con los malandros. Nuestro grupo avanza
al sitio del entierro pasando por numerosas tumbas profanadas. La maleza devora
amplias partes del cementerio.
Según la ley, los servicios
tienen un costo de seis mil bolívares, pero los encargados cobran “por fuera”
Bs. 180.000. Entre muchos, como ha sido la constante en este terrible proceso,
contribuimos a pagar la suma. Familiares, amigos, vecinos y compañeros de
trabajo nos reunimos en la parcela acompañando y apoyando a Yorleth. La
muchacha se enfrenta a la peor pesadilla de una madre: enterrar a un hijo. En
este caso se trata de Luisana, su segunda niña y mi ahijada, fallecida a apenas
21 días de haber llegado al mundo.
Escucho los llantos y las
lamentaciones. El dolor imposible de Yorleth, en medio de este camposanto
vandalizado y amenazante. La indignación de estar viviendo semejante tragedia
en medio de esta enorme devastación.
II.
Yorleth participa con nosotros
en las actividades de Alimenta la Solidaridad. Nuestra relación es de respeto,
reconocimiento y cariño. Cuando supo que estaba encinta me pidió ser el padrino
de su hija. Es una madre responsable que llevó con cuidado todo su embarazo.
En el hospital donde hacía el
control de Luisana dejaron abandonado a un recién nacido y Yorleth le dio la
mitad de los pañales de un paquete que le regalé para la bebé. Me contó,
afectada, que cuando fue a llevarlos ya habían dejado a otro niño más.
III.
El sábado, Luisana comenzó a
toser y se puso morada. En la semana había sido diagnosticada con una rinitis,
pero Yorleth entendió que esto era más grave y estuvo toda la noche cuadrando
un transporte para llevarla al médico. No pudo: o los vehículos disponibles
estaban accidentados y sin repuestos o no conseguía a nadie que fuera a
buscarla a esa hora de la noche, por miedo a la inseguridad imperante en
Caracas.
Por fin consiguió movilizarse
el domingo. Pasó por el Pérez Carreño, el Materno Infantil de Caricuao, El
Algodonal, el Elías Toro y el J. M. de los Ríos. En todos le dijeron que no
había cupo ni medicamentos en las áreas de neonatal. Por fin logró ingresar a
la bebé en el Materno Infantil “Hugo Chávez” de El Valle, a condición de que se
encargara ella misma de buscar las medicinas. Allí hicieron un primer
diagnóstico: Luisana sufría de un tipo de infección pulmonar, que luego se
precisó como Coqueluchoide complicada con neumonía.
Durante el domingo, pudimos
articular a Yorleth con la organización Red Solidaria y así logró conseguir los
antibióticos y otras medicinas necesarias para el tratamiento. En el Materno
Infantil sólo podía ver a Luisana cada tres horas, ya que no se le permitía
estar con la niña en neonatal. Habló con la doctora encargada y con las
enfermeras. Familia y algunas amigas vinieron a prestarle apoyo y compañía.
En la mañana del lunes la
doctora le comunicó que la tos había mermado y Luisana estaba respondiendo bien
al tratamiento. La doctora terminaba su turno y a partir de ese momento el caso
lo llevaría otro médico, al que Yorleth nunca vio personalmente, teniendo
contacto con él a través de las enfermeras. A las 6 de la tarde le retiraron la
vía a Luisana y cuando Yorleth la volvió a ver a las nueve de la noche aún no se
la habían repuesto. Las enfermeras le comunicaron que el doctor iba a hacer una
punción lumbar para descartar meningitis y más tarde le dijeron que el
resultado había sido negativo.
A las doce de la noche, cuando
Yorleth fue a ver de nuevo a Luisana, la enfermera fue a buscarla y le dijo:
“Tu hija murió”.
IV.
Ninguno podíamos creer que la
bebé había muerto y todos apoyaban a Yorleth para intentar procesar aquella
situación dolorosa e increíble. El martes recolectamos entre varios el dinero
para pagar el velorio y el sepelio de Luisana. En la funeraria nos informaron
que no podían retirar el cuerpo de la niña de la morgue porque faltaba el sello
del médico en el acta de defunción. Junto con Alexander Campos acompañamos a
Yorleth al Materno Infantil Hugo Chávez Frías. El trámite debía hacerse en un
espacio sin muebles, en la que otras madres esperaban sentadas en el piso a que
las atendieran.
Una devastada Yorleth exigió
nuevamente hablar con el médico. Continuaba sin saber cuál había sido la causa
de la muerte de su hija ya que en el acta médica constaba como “paro cardio
respiratorio” pero en la autopsia se atribuía a una “desnutrición aguda”. Esto
último no tenía sentido: Luisana nació pesando 3 kilos y 200 gramos y había
llegado al Materno Infantil con 4 kilos doscientos.
Aunque logramos sellar el
documento, no pudimos entrevistarnos con el médico. Yorleth, incluso, fue a la
CICPC de El Paraíso a poner una denuncia que no ha prosperado. Los funcionarios
le dijeron que no podían ir a interrogar al doctor ese día porque no tenían una
patrulla para desplazarse hacia el centro asistencial.
Al dolor, la pérdida y el
shock, se suman un sinfín de preguntas: ¿Qué pasó entre las nueve y las doce en
la que no se le comunicó a Yorleth el estado de su hija? ¿Por qué empeoró si la
mañana del lunes parecía estar evolucionando bien, según las afirmaciones de la
doctora? ¿Qué síntomas estaba exhibiendo la bebé para que se le hiciera una
punción y descartar meningitis? ¿Por qué difiere el acta médica de la autopsia?
¿Y por qué el médico se niega a hablar con Yorleth y explicarle sencillamente
lo sucedido?
V.
Al lado de Yorleth, en el
entierro, no puedo evitar el sentimiento de incredulidad y dolor. Jamás podría
haber imaginado esta situación de enterrar a una ahijada que no ha cumplido ni
un mes de vida, en medio de este paisaje dantesco, de esta realidad tan extrema
y desesperada.
Todos, pero en especial los
sectores más vulnerables de la sociedad, estamos complemente abandonados por el
Estado y sus instituciones. Pienso en el viacrucis de Yorleth: Cuatro días, en
los que su emergencia no ha podido contar con medios de transporte y una
asistencia médica adecuados, acosada a cada paso por una brutal crisis
económica y un contexto de inseguridad e impunidad totalmente desproporcionados.
Con funcionarios tomados por la anomia o superados por la situación.
Este país, que se le ha ido de
las manos al régimen, subsiste a duras penas gracias una red de solidaridad que
se ha convertido en un invaluable sostén de vida. La desgracia terrible de la
muerte de Luisana sólo ha podido sobrellevarse con el apoyo de familiares,
amigos, compañeros de trabajo, vecinos, organizaciones sociales, que con
escasos medios han respaldado a Yorleth desde la solidaridad y la empatía.
Ella me pide escribir su
relato y darlo a conocer. Yorleth quiere denunciar su caso, no sólo para buscar
culpables sino para saber qué pasó y darle un mínimo sentido a esta inmensa
tragedia. Nada puede consolar una pérdida de esta naturaleza, pero hay un
alivio en conocer la verdad de lo sucedido. ¿Cómo negarle al menos eso a una
madre que ha perdido a su hijo?
Su reclamo es ahora también el
mío. Hagámoslo el de todos, para que la muerte de Luisana no sea otra muerte
sin sentido.
23-12-17
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