IBSEN MARTÍNEZ 26 de diciembre de 2017
Al
momento de presentar el petro, la improbable criptomoneda venezolana, Nicolás
Maduro invocó un prestigioso santo y seña del populismo latinoamericano: “El
dinero alternativo”, la “moneda social”, un signo cambiario cuyo respaldo no
sea el oro sino un sentimiento moral: la solidaridad.
En el
centro de esa economía solidaria y sustentable hallamos la idea del trueque.
En
1993, la antigua Unión Soviética iba camino a una economía de mercado cuando
emergió el trueque. Una inflación de dos dígitos y una dramática escasez de
efectivo reforzaron las transacciones no monetarias entre individuos, antiguas
empresas estatales y hasta el fisco. El trueque era, además, un “remanente
cultural” de la era soviética. A comienzos de 1998, el trueque alcanzó en Rusia
su pico histórico. Pero en agosto de aquel año llegó al fin un préstamo del FMI
por más de 4.800 millones de dólares.
La
recuperación de la economía real, sumada a un inesperado boom de los ingresos
petroleros, señaló el fin del trueque en Rusia.
Fue
notorio que durante los años del trueque nadie en ese país pensase en una
alternativa al capitalismo basada en sustitutos del dinero, ni buscase una
“tercera vía” a la riqueza y la justicia sociales propulsada por una economía
no monetaria.
Los
rusos simplemente recurrieron al trueque para sobrevivir allí donde el dinero
en efectivo escaseaba y esto solo mientras llegaba una economía de mercado. Fue
en esta misma época cuando el trueque surgió como forma de intercambio en la
Argentina.
Eran
tiempos de hiperinflación y estancamiento. El Gobierno restringió la
circulación de efectivo con el llamado corralito. En 1995, el desempleo alcanzó
la cifra histórica del 19% y se fundó el primer “club de trueque” en Argentina.
En pocos años, más de 5.000 clubes de trueque acercaron a dos millones y medio
de personas. Hubo, desde luego, que afrontar el problema de cómo adjudicar
valor a los bienes y servicios registrados en las bases de datos de cada club.
Sin llegar a resolverlo jamás, se acudió, sin embargo a la emisión de millones
de vales.
Para
2002, alrededor de siete millones de dólares en vales habían entrado en
circulación. Los vales argentinos no tenían, sin embargo, capacidad de
almacenar valor, como sí lo hace el dinero, ni resolvían lo que el dinero sí logra:
que el intercambio de bienes y servicios sea oportuno y simultáneo.
Un
suceso de página roja dramatizó, en 2003, el fin del trueque en la Argentina:
unos delincuentes robaron la tipografía donde el más grande club de trueque
imprimía millones de vales. En un solo día de 'shopping' juntaron una fortuna
en artículos de cuero, muebles, electrodomésticos, teléfonos móviles,
computadoras, etcétera. Pagaron solidariamente con moneda social, claro.
Los
cacos disponían, obviamente, de información privilegiada porque, días más
tarde, la misión del FMI obtenía garantías de Néstor Kirchner, se levantaba el
corralito, la gente recuperaba sus depósitos y se olvidaba de los vales de
trueque. La banda revendió toda la mercancía robada en dólares.
La
idea de mercado sin capitalismo, de una economía “solidariamente sustentable”,
generó en toda la región, sin embargo, una industria académica posmarxista que,
ya a comienzos del siglo XXI, engastó en la revalorización ideológica del
populismo latinoamericano, a la manera de Ernesto Laclau.
Consecuentemente,
Hugo Chávez comenzó a parlotear en televisión sobre las economías prehispánicas
y la red global de trueque. En 2009, el Comandante ideaba el sucre, inmaterial
unidad de cuenta de los países del ALBA que cayó en desuso al nacer. Fue
también Chávez quien ideó el petro que Maduro intentó relanzar mientras en 2018
le llega la hora del default.
Solo
el mercado salva, Nicolás.
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