Por Fernando Pereira
La Navidad es un
periodo especial del año. Forma parte de nuestra cultura y está directamente
relacionada con la ilusión y esperanza.
Recuerdos de mi infancia
evocan el momento del año en que mi padre se permitía derramar unas lágrimas
recordando a quienes estaban ausentes.
Es una fecha para
el perdón y la reconciliación. Viene a mi mente la imagen -cuando niño- de
la paz que producía la llamada de alguno de tus familiares a ese tío, cuñado o
primo con quien habías cortado la comunicación.
Afloran las emociones y si no
se canalizan también se pueden desbordar y causar disgustos.
Apelo a mi misma infancia, que
de seguro será similar a la de muchos, en la que
hubolimitaciones, privaciones, la enfermedad metida en casa. “El niño
Jesús este año te trajo un detallito”. La desilusión te invadía al no ver la
caja de la pista de carros que tanto anhelabas. Sentimiento que se iba
disipando en el compartir familiar. Ese no se qué, ese calorcito que me hizo
sentir alguien importante para los míos.
Escucho decir que no hay
motivos para celebrar en estas navidades. Apelo al concepto de
la Resiliencia que abordamos hace unas semanas en este mismo espacio.
Esa capacidad que tenemos los seres humanos para salir fortalecidos de
circunstancias adversas.
Unas navidades resilientes
apelan a la capacidad que tenemos todos de poder lidiar y superar la
frustración y desilusión. Nuestros niños aprenderán que no podemos tener todo
lo que queremos y en el tiempo que deseamos. Debemos esforzarnos y ser
perseverantes.
La navidad resiliente nos
lleva a apelar al concepto genuino de la celebración. Darle contenido
a sus símbolos, a los personajes que colocamos en el nacimiento o
resignificarlos con nuestros muchachos. Celebramos un acontecimiento
caracterizado por el miedo y la incertidumbre. Una pareja humilde en Palestina
es forzada a viajar con María a punto de dar a luz. Deben censarse para cumplir
un trámite impuesto por las autoridades son pena de ser castigados.
Es solsticio de invierno, el
frío inclemente en la noche más larga del año le quita el encanto a la escena
del tradicional pesebre. José no encuentra lugar donde pasar la noche. Se
encuentra frustrado, sin una cama en una posada. Tienen miedo por lo que puede
ocurrir. Pasan la noche en un establo. Una mula y un buey son los testigos de
los dolores de parto, en condiciones desfavorables.
En medio de la oscuridad y el
temor, nace un pequeño y frágil niño. Brilla una estrella en la noche que guía
a unos raros personajes que vienen del oriente. Unos magos que traen unos
presentes para el rey de los judíos que había nacido. Deben evadir a Herodes y
sus pretensiones de ubicar dónde estará ese niño que amenaza sus pretensiones
de mantener el poder.
Rodeado de unos pobres y
desvalidos pastores nace un niño que viene a cambiar la historia.
¿Quién puede creerlo? María,
exhausta por el trabajo de parto, observa a su bebé mientras lo amamanta. Las
escrituras dicen que observaba todos estos acontecimientos y los guardaba en su
corazón. No sabe qué pensar o decir, el temor no se disipa; pero lo que sí está
presente es el amor de su esposo e hijo.
¿No podemos celebrar la
Navidad en las condiciones actuales? Por supuesto, celebraremos el verdadero
sentido del acontecimiento. Celebraremos en la fría noche y en la precariedad
del establo. Sin tener lo necesario pero dando gracias por quienes han
acompañado este año, por quienes han llegado a nuestras vidas sin esperar nada
a cambio. Celebraremos esos hechos o personas que han alumbrado nuestras vidas.
En los peores y más difíciles momentos nos tenemos a nosotros. Tenemos nuestro
espacio en el mundo.
“Gloria a Dios en el cielo y
en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” coreaban los ángeles en el
relato del evangelista. Paz a los hombres y mujeres de buena voluntad en
Venezuela; a sus niños, niñas y adolescentes con la certeza, en su
fragilidad, de que solo con el amor saldrán fortalecidos de las dificultades.
20-12-17
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