Por Hugo Prieto
Antes de iniciar la
conversación periodística, Roberto Patiño y quien escribe hablamos de economía.
De ese largo camino que empieza en la filosofía y transita por las páginas de
dos obras opuestas, de dos hombres que representan las visiones en las que se
debatió la humanidad durante el siglo XX. Adam Smith, La Riqueza de las
Naciones y Carlos Marx, El Capital. Prueba fehaciente de que la política y la
economía vienen siendo la misma cosa.
De esa vertiente viene una
cabeza brillante. El filósofo y economista brasileño, Roberto Mangabeira Unger. Su libro, La
Alternativa de la Izquierda, no tiene nada que ver con el llamado “socialismo
real” o con el injerto y a la vez anacrónico “Socialismo del Siglo XXI”. No hay
galimatías en esas páginas. Mangabeira Unger es profesor de la Universidad de
Harvard. Su planteamiento trasciende el dogma de la igualdad. La apuesta pasa
por estimular, propiciar, cambios radicales que se puedan inscribir en lo que
conocemos como experiencias exitosas —palabra alérgica para la izquierda
mineralizada—, que mejoren las condiciones de vida de los sectores menos
favorecidos. “Ah, yo vi clases con él”, dice Patiño con una sonrisa en los
labios. ¿Cuánto de la subsidiaridad hay en los planteamientos del economista
brasileño? No lo sé, pero seguramente hay mucho más coincidencias que otra
cosa. Mangabeira Unger asesoró a Lula durante su primer gobierno, luego se
retiró discretamente. Lula, como toda esta “izquierda progresista”, ávida de
dinero y corrupta, se decantó finalmente por el letrero de Odebrecth y
Petrobras.
Finalmente, de forma
inevitable, —la diferencia innegable— abordamos las motivaciones, los
paradigmas, de una Venezuela hundida en la crisis y una Venezuela que pugna por
romper el maleficio. Ya se sabe, la nostalgia no puede competir con la
esperanza.
El chavismo, como modelo de
cambio social, fracasó. No lo digo yo, lo dijo Edgardo Lander, sociólogo y estudioso del
proceso político que se inició en Venezuela en 1998. Ante las manifestaciones
más rudas de la crisis, no funcionó la solidaridad y la organización política,
sino la respuesta individual y competitiva. “Si tengo que bachaquear,
bachaqueo”. Sin embargo, ustedes están hablando de solidaridad y convivencia
social. ¿Cómo enmarca usted ese concepto en medio de la realidad, del desastre,
que estamos viviendo?
Para empezar, diría que la
crisis fundacional que tenemos en Venezuela, es una crisis de credibilidad. Que
no sólo se refleja en el país, sino en muchas partes del mundo. Ahí, donde las
instituciones y los liderazgos políticos han perdido su capacidad de ser creíbles
para la gente. En nuestro caso, creo que ese problema viene dado por dos
fuerzas, dos dinámicas, que son características. Una es la violencia, cuya
expresión política y sociológica es el militarismo. La segunda es el rentismo:
la competencia por acceder a los recursos que provienen del petróleo, que a
veces son abundantes y que a veces son escasos, como ocurre actualmente. Ante
esa crisis de credibilidad, lo único que nos permite construir nuevos puentes,
nuevas relaciones, es el hacer, concretar en proyectos una visión.
Esas fuerzas, esas dinámicas
son las que han prevalecido. ¿Cuál sería la forma que ustedes plantean para
abordar la crisis?
En realidad, hay cuatro formas
de abordar la crisis. Una, el bachaqueo, es la forma individualista, que se parece
mucho al rentismo. Dos, la aproximación violenta, de la que bebe el
militarismo; todo lo relacionado, digamos, a las formas de dominación del
Estado, con las bolsas CLAP como expresión muy concreta y con el carnet de la
patria, herramienta que mide y cuantifica la lealtad política que se exige en
tiempos electorales. Tres, la caridad tradicional, donde no hay un
reconocimiento del otro como un igual, sino una posición de jerarquía, sin
intención de establecer una relación, digamos, horizontal. ¿Lo estás haciendo
por el otro o lo estás haciendo por ti mismo? La cuarta opción, la que nosotros
asumimos, es la solidaridad, que en nuestra perspectiva, en nuestro accionar,
implica corresponsabilidad, implica un ejercicio de empatía, ponerse en los
zapatos del otro. Desde ahí estamos dando una respuesta a la violencia social,
a los problemas que estamos viviendo.
Usted habló de una acción,
pero no ha dicho como se convierte en una realidad.
Para nosotros es una acción
integral que tiene varios elementos, uno político-organizativo; otro social,
que tiene que ver con el impacto en las comunidades. Cuando hablo del primer
elemento, estoy hablando de organización, de empoderamiento, de discurso y de
visión compartida; cuando hablo de criterio social, estoy hablando de la
identificación de una necesidad sobre la cual ejecutamos nuestra acción. Es
decir, nosotros no entendemos el trabajo social en función de objetivos
partidistas. Nosotros atendemos a la comunidad en función de criterios
relacionados con sus necesidades. En particular a un sector de la población que
para nosotros representa la mayor injusticia, que es un niño que no come. Ese
niño que no come es el ejemplo más concreto de la promoción de la desigualdad.
Un niño que no come no va a desarrollar su capacidad intelectual, su capacidad
física y muy probablemente no va a romper el círculo de la pobreza. Un tercer
elemento de la integralidad, son los proyectos de empoderamiento y desarrollo
económico.
En su libro de memorias, Henry
Kissinger, definía a Bangladesh como un país que dependía de la ayuda
internacional. Pero un proyecto como el Banco Grameen, creado por el nobel
Muhammad Yunus contribuyó en mucho a erradicar esa visión determinista. El
acceso al crédito pasaba por una valoración de la gente y de sus recursos, una
vivienda amoblada —con una mesa y dos sillas, por ejemplo—, se consideraba un
activo, así como la posesión de dos aves de corral. Aquí el Estado reparte; en
el pasado planchas de zinc y sacos de cemento. Actualmente, bolsas de comida y
un pernil navideño ¿Cuándo usted habla de proyectos productivos que sean
sustentables de qué está hablando?
Estoy hablando, por ejemplo,
de uno que acabamos de ejecutar, que nace además de la convivencia social y de
los valores del programa. Nosotros tenemos 10 comedores en zonas populares del
oeste de Caracas. En esta ocasión, uno de mis tíos propuso la idea de hacer 3
mil hallacas con gente de la comunidad. De tal manera que garanticemos que
cada niño se pueda comer su hallaca en Navidad y las otras 2 mil las vendemos
para generar recursos. Eso lo hicimos. Montamos dos líneas de producción,
una en La Vega y otra en Antímano, junto con las madres del programa Alimenta
la Solidaridad. Tuvo, además, una gran receptividad en la gente, que sentía que
estaba apoyando financieramente el programa. Al mismo tiempo, estábamos
fortaleciendo las capacidades de esas madres, para que pudieran ser
emprendedoras. Yo creo mucho en esa visión, he aprendido de ella. Allí está la
experiencia de Bangente, un banco formado por el grupo social Cesap, y del cual
he sido directivo en los dos últimos años. Un poco inspirado en la idea de
Yunus, Bangente ha otorgado más de 50.000 microcréditos en todo el país. He
podido ver, de primera línea, un banco de desarrollo. Son experiencias que existen
en Venezuela. Pero hace falta enfocarlas para que puedan tener un impacto
positivo en el marco de la crisis.
El Estado debe propiciar las
condiciones para que el emprendimiento tenga posibilidades de éxito, un entorno
en el que la gente pueda desarrollar sus propias capacidades. Sin ese
escenario, es poco lo que se puede avanzar.
Sin duda, pero al final lo que
estás planteando es un cambio político. Para que la cultura de empoderamiento
en todo sentido —social, político y económico—, pueda surgir, es necesario el
cambio político, pero la vía no puede ser la violencia o el uso de la fuerza
bruta para llegar al poder.
No ha mencionado otras
dificultades que limitan o impiden el trabajo que vienen adelantando en las
comunidades. ¿Qué barreras han encontrado, digamos, sobre el terreno?
Muchas de las madres que
trabajan con nosotros, por ejemplo, son amenazadas. Si siguen trabajando
con esos escuálidos van a ser excluida de los beneficios. Tenemos madres
que han resistido, porque entienden que este trabajo es necesario por los
niños, por la solidaridad, y es más importante que la caja de los CLAP, pero
hay otras que se han alejado. No han podido mantener su participación en el
proyecto. La violencia es otro factor. En la Cota 905 hemos vivido varios episodios
donde sube la OLP y le cae a plomo a la gente, de una manera indiscriminada y
brutal. En la Red Convive tenemos datos que apuntan a que el 40% de los
homicidios son cometidos por funcionarios adscritos al Estado. También hay
dinámicas vinculadas a bandas que son limitantes, que son perjudiciales para
generar esta visión de solidaridad, de trabajo y de encuentro conjunto, que
hacemos más allá de posiciones políticas o clases sociales. Sumadas esas
dificultades, está también la escasez de productos. Miles de personas nos han
dado donaciones y semanalmente compramos a camiones que vienen de Los Andes.
Tenemos que adaptarnos a la realidad. Ser flexibles en cuanto a lo que es
nuestro menú, siempre y cuando mantengamos los componentes nutricionales.
Contribuir a que la gente sea
protagonista de su propio destino choca con estos esquemas latinoamericanos de
dominación y de concentración del poder. ¿Cómo romper con esas estructuras
anquilosadas? En Perú, por ejemplo, se han creado estructuras productivas en el
sector textil, en el sector alimenticio, que no son propiamente los esquemas
empresariales que conocemos. Esta visión, estos modelos, tienen que tener un
espacio en el cambio político. Tiene que tener apoyo institucional. Pero hay
grandes dudas, porque si algo sobra en este país son promesas y más promesas
incumplidas.
Quisiera vincular un poco esa
pregunta a mí experiencia personal. Estudié en la Universidad Simón Bolívar y
entre 2007 y 2011, año en que me gradué, fui dirigente estudiantil, pero no me
inscribí en ningún partido. Yo tenía esa desconfianza, esa percepción
antipolítica. Sin embargo, tomé dos decisiones. Ayudé a fundar el Movimiento Mi
Convive, que me iba permitir hacer el tipo de trabajo del que estamos hablando.
Y la segunda fue que decidí entrar en Primero Justicia. Básicamente porque el
partido tiene un valor que es la subsidiaridad. Un valor que si bien es de
origen cristiano, hoy en día es asumido por la Comunidad Europea.
Fundamentalmente, podemos resumir la subsidiaridad en dos cosas. Tanta sociedad
como sea posible y tanto Estado como sea necesario. Cuando hablamos de la
sociedad, no me estoy refiriendo sólo al mercado, sino a los aspectos
organizativos, económicos y políticos, que no necesariamente dependan del
Estado. Lo segundo es que las soluciones deben ser planteadas y protagonizadas
desde lo local.
Ese es el modelo que impera en
los países escandinavos, ¿no?
El modelo escandinavo tiene
mucho de subsidiaridad en sus planteamientos, yo creo profundamente en eso.
Además, he visto un tránsito en Primero Justicia, Henrique Capriles, uno de los
principales referentes del partido, ha adoptado este modelo de fomentar
proyectos comunitarios. Para mí eso es muy significativo. Hace cinco años,
coordiné a los jóvenes en la campaña presidencial de Capriles. Hoy estamos
viendo que él está replicando, en un gesto que me parece de humildad y
generosidad, un proyecto que iniciamos nosotros.
Los errores de la MUD también
son los errores de Primero Justicia. Esa es la percepción que, finalmente, cuenta
más que la realidad. El país, además, está encerrado en la supuesta competencia
de dos visiones que cada día están más alejadas de la gente, ¿Cómo van a hacer
ustedes para que la sociedad valore la diferencia de criterios y valore el
concepto de subsidiaridad?
Yo creo que de los errores se
aprende y mucha gente me ha sugerido, en mi corta carrera política y social,
incluso en la Universidad, que nos planteáramos la posibilidad de construir un
partido. ¿Por qué no hacen borrón y cuenta nueva? Parte del problema
que observo en Venezuela es que no hemos apostado por las instituciones.
Mientras yo considere que en Primero Justicia hay espacios para plantear mis
ideas, para que sean escuchadas e inclusive para que sean tomadas en cuenta
—este proyecto ha sido replicado en Petare, en Anzoátegui, incluso ha
trascendido a otras organizaciones, el diputado Juan Andrés Mejía está
impulsando una iniciativa similar en los barrios de Baruta— seguiré trabajando
en el empoderamiento de la gente. Sí, se han cometido muchos errores, pero
también hay que reconocer que ha habido un sacrificio y una apuesta por el país
de parte de ese liderazgo que hoy está cuestionado. Tenemos el caso de Julio
Borges, en el parlamento le partieron la cara, no hay que olvidarlo; Capriles
estuvo al frente en las movilizaciones. Otras personas de otros partidos
también lo han hecho. Para poder construir un país y para salir de esta crisis
tan brutal que estamos viviendo, todos somos necesarios. Inclusive los que hoy
adversamos.
Aquí hay un problema grave,
porque esta película parece que necesita episodios épicos. Usted habla de
sacrificios y de líderes que se la jugaron y pusieron en riesgo su integridad
física. ¿Será que Roberto Patino está apelando al discurso de la heroicidad?
¿No se contradice cuando habla de institucionalidad? Porque si hay
instituciones fuertes, que funcionen, se cierran las posibilidades para que
aparezca un iluminado, un héroe.
Absolutamente, cuando refiero
esos ejemplos concretos —podría mencionar a líderes de otros partidos—, no los
veo como mesías que van a resolver la totalidad de los problemas del país.
Mencioné esos nombres por los cuestionamientos que hay por los errores. Sí, han
cometido errores, se han equivocado y yo los he criticado. Frente a ciertos
eventos políticos, donde pareciera que no hay una postura firme, he criticado
el silencio. La política tiene que mostrar un camino, una senda, una opción.
Soy crítico con toda la MUD y por eso se ha perdido, en gran medida, la
credibilidad. Hablé de los sacrificios, de las apuestas que se han hecho, para
decir: Sí, son seres humanos. Justamente, no son mesías. Se han cometido
errores. Al final no lo veo de la misma manera. No creo que la forma de
derrotar esta dictadura, este proyecto de dominación, sea a través del mesianismo
de un individuo, sea quien sea. Salir de esta crisis pasa por el trabajo de
todos, en un esfuerzo que tiene que ser de abajo hacia arriba.
Este país está hundido en una
crisis que, si no es terminal, tiene todos los síntomas. Aquí no hay una sola
institución que le inspire confianza a alguien, que funcione, que responda.
Este país tiene un problema de gobernabilidad muy preocupante. Estamos sumidos
en un marco político estéril. Han transcurrido muchos años, no sólo las dos
décadas del chavismo, podríamos ubicar el punto de partida en el año 83. Yo
creo que la generación que yo represento fracasó en las tareas que había que
asumir y que estaban pendientes en Venezuela. Quizás porque pensamos que nos
merecíamos, digamos, la sociedad del conocimiento. Y las cosas no se merecen,
se gana. Hace falta una visión distinta.
Creo que hace falta la
reflexión que nos ha llevado a nosotros a actuar desde lo local y lo
organizativo. Si bien pareciera el camino más largo, más limitado, si
construimos iniciativas similares (empoderamiento popular), podemos restituir
tejido social y construir una red, que tenga un sustento verdadero. Parte de la
falta de credibilidad y la desestructuración de la sociedad, es cuando alguien
viene y dice: yo tengo la solución para los problemas del país. Es mentira, lo
sabemos. La solución se construye desde lo local, desde lo inmediato, desde lo
concreto, desde los proyectos, desde el empoderamiento, en caso contrario
estamos repitiendo el mismo esquema. Estamos esperando a un líder que nos diga
a todos cómo es que se construye un país.
¿Por qué cree que la película
que ustedes están tratando de hacer —con un guión que todavía no está
terminado, con actores que no son profesionales, con una producción que no
podríamos decir que es hollywoodense, sino más bien artesanal—, va a funcionar?
Yo no tengo certezas. A mí me
gusta mucho hacer referencia a un discurso de Václav Havel, que él dio en
Hiroshima en 1997. Se llama El futuro de la esperanza. Para mí la esperanza,
tal como lo decía Havel en esa oportunidad, no es la certeza en el futuro.
Nadie tiene una bolita mágica para decir si va a hacer exitoso o no, si tiene
la razón o no. La esperanza es tener la convicción de que lo que tú estás
haciendo tiene sentido. Que para ti es correcto. Y en mi caso, para mi tiene
sentido levantarme todos los días, ir a la Cota 905, ir a la parte alta de La
Vega, a Carapita, a Las Mayas, y trabajar con las madres de esos sectores,
tratando de juntar puntas con gente que comparte el mismo sentimiento de
solidaridad y atraerlo a los comedores para que contribuyan también y podamos
dar respuesta a una necesidad imperiosa que es hoy, el presente, el de un niño
que si no come, no se desarrolla y si es así, perpetuamos la desigualdad en
Venezuela. Eso para mí tiene sentido.
Vamos a dar por ciertas sus
palabras, que esa opción está ahí… Ah, pero eso significa autonomía, eso
significa negociación, eso significa que voy a lidiar con gente que no sé hasta
dónde está dispuesta a participar en un proyecto de organización social, cuya
naturaleza, en un sentido más amplio, es política. Eso no encaja con el papel
reservado al héroe, digamos, con “el conductor de victorias”, Nicolás Maduro,
que dispone de la hacienda pública y endeuda al país sin controles y como le da
la gana, ¿por qué voy a sacrificar esa opción, que me funciona, por una
convivencia insumisa, respondona, contestataria, que potencialmente me va a
proponer conflictos?
La posibilidad de que en esta
lucha por democratizar a Venezuela, asuma un liderazgo con las características
que has mencionado, significaría para mí la ruptura. Si en el marco de la lucha
democrática, nos encontráramos con un liderazgo que tenga esa visión, yo lo
adversaría, por la sencilla razón de que iría en contra de lo que pienso, de lo
que creo y de lo que estoy construyendo. Y esa actitud también aplica para mí
mismo. Yo estoy impulsando liderazgos sociales que vienen del 23 de enero, de
La Vega, de Antímano, entonces, ¿yo les voy a decir lo que tienen que hacer? Lo
importante es que todo esto no dependa de mí. No soy indispensable. Al final,
lo importante es que nosotros hayamos generado tantos liderazgos locales, con
capacidades, con proyectos, con testimonios de vida, con una narrativa que se
ancla en la realidad, de una experiencia que no ha sido fácil, porque hemos
sido víctimas de la violencia, víctimas de un proyecto de dominación, pero que
no nos quedamos en lamentarnos, sino en hacer cierta la decisión que tomamos
nosotros, con valores como la solidaridad, la corresponsabilidad, para dar
respuesta. Eventualmente, yo estoy construyendo mi propia salida.
Me pregunto, ¿Qué pensará el
señor Patiño de la generación que yo represento, que metió al país donde lo
metió? ¿Por qué tiene una conexión con gente que hizo lo que hizo? A fin de
cuentas, lo que se asocia a mi generación es el país que él no quiere. Que hizo
de la política la antipolítica… lo que usted aborrece. ¿Por qué ustedes, los
jóvenes, no desplazan a quienes son parte del problema y no de la solución? El
liderazgo es como la cuña del whisky, se tiene o no se tiene. La gran pregunta
es esa, ¿por qué no ejercen ustedes el liderazgo?
Uno de los principales
referentes en mi vida es mi abuelo, que este domingo cumple 90 años. ¿Por qué
lo digo? Porque es un testimonio de vida que ha reflejado los valores en los
que yo creo. Por el reconocimiento que él hace de mi trabajo, porque me ha
dicho, con la mayor sinceridad, que ellos lo tuvieron que hacer, que no bastaba
con dedicarse a los asuntos privados, que había que involucrase en lo político,
que en su época, en su momento, era visto como algo sucio, como algo corrupto,
como algo que no era para una persona que había alcanzado un nivel de
formación. Y que él ahora, que es una persona que admiro, que respeto, por su
testimonio de vida, por su legado como persona, haga ese reconocimiento. Esa es
la síntesis que nosotros estamos buscando. No creo, como generación, que somos
unos iluminados y que ahora sí le traemos las soluciones a Venezuela. Yo creo
que en este país se han hecho cosas muy buenas, empezando por la educación
pública. Yo estudie en la Universidad Simón Bolívar y todo lo que soy se lo
debo a este país
17-12-17
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