Por Gregorio Salazar
Presidía Caldera una reunión
de la Comisión Bicameral para la Reforma de la Constitución, en el Salón de los
Escudos del Capitolio, cuando los reporteros de la fuente parlamentaria nos
acercamos a preguntarle qué opinión le merecía el debate que sobre la
corrupción habían escenificado esos días en el Senado Carlos Andrés Pérez y
Eduardo Fernández, ambos en plena competencia por la silla de Miraflores.
Corría el año 88, sobre las
curtidas espaldas de Caldera pesaba ya más de medio siglo de vida política con
todos sus avatares, incluyendo la fundación de un partido y su primera
presidencia de la República. Hubo que insistir para que accediera y su respuesta
dejó ver, en principio, que no quería verse envuelto en la refriega de los
candidatos. “La política es como una piscina. Usted mete la punta del pie para
saber si el agua está fría y enseguida está metido en ella hasta el cuello”.
Pese a lo dicho, animal político al fin, no dejó de meter la puya: “Ese debate
es político”, dijo escéptico.
De esa piscina de
profundidades ignotas y altísima temperatura ha tratado de mantenerse tan lejos
como le ha sido posible Lorenzo Mendoza, a pesar que del complejo industrial
privado que preside, el más importante del país, es el que más embates ha
recibido por acciones u omisiones de los factores revolucionarios, y a pesar
también de los incesantes ataques personales, burlas, insultos, estigmas,
asedio a su privacidad y las criminalizaciones más canallescas lanzadas en su
contra y que por años encabezó el propio Chávez.
El difunto caudillo hizo
esfuerzos descomunales para arrastrarlo al campo de la confrontación política.
Le inventaba una candidatura presidencial: “quieres ser presidente, ¿no?”. Y
ante esa infundada pretensión que, por lo visto, parece ser el mayor crimen que
puede intentar un ciudadano venezolano no afecto al proceso, él mismo se
despachaba la respuesta. “Te quito la Polar, te la quito todita”.
Como un cisne sobre el pantano
de esa diatriba endemoniada ha trazado su vuelo durante todos estos años el
todavía joven capitán del emporio industrial privado más asediado, vilipendiado
e intervenido del país. Esa etapa parece concluida, no porque Mendoza haya
anunciado o tenga in pectore una decisión candidatural, sino porque la
calamitosa deriva política de la oposición venezolana, con aspirantes
inhabilitados, bajo prisión, en el exilio o padeciendo los negativos reflujos
de los últimos fracasos electorales lo han catapultado a la cima de las
expectativas populares en cuanto al liderazgo nacional se refiere.
No ha tenido que ir en
busca de la piscina de Caldera o a la famosa montaña de Mahoma. Es el pináculo
escarpado el que se le está viniendo encima en avalancha para decirle, a través
de los sondeos conocidos, que si da ese paso trascendental (y si lo dejaran) la
contienda electoral pudiera resultar un “walk-over”, una carrera de un solo
caballo, como dicen los hípicos ingleses.
No es el momento ni hay espacio
para analizar la factibilidad y, sobre todo, las implicaciones que tal
decisión desencadenarían en los dos tiempos de esa eventuales opciones: la
candidatura y la presidencia. Y ante ese amplísimo mural de valencias positivas
y negativas ya debe haber paseado la mirada de Mendoza y sus más cercanos.
Es protuberante el hecho de
que sin habérselo propuesto y seguramente no desearlo, Mendoza ha quedado
emplazado por la dinámica política que lo destaca como, diría el lugar común,
“encarnando las esperanzas populares”, más en un pueblo que lleva el mesianismo
como una de sus atávicas inclinaciones.
¿Qué hacer frente a una nación
que le dice “usted es hoy el único que puede emprender la ruta de la salvación
nacional? Ordene”. Una cosa es cierta: frente a tal compromiso Lorenzo no podrá
pasar agachado. De un momento a otro tendrá que anunciarle al país, en un
sentido u otro, la decisión de su vida.
17-12-17
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