Por Fernando Mires
Este artículo fue publicado el
15.08.2015, cuando polemizaba con el fuerte abstencionismo que se daba antes de
las elecciones del 6D en Venezuela. Por razones que son obvias, hoy vuelvo a
publicarlo
Nunca creí que un simple tuiter iba a desatar tanto escándalo. Me han insultado en los términos más ruines, desde mentarme la madre hasta acusarme de prestar servicios a intereses malignos; y todo por una simple frase. La frase del tuiter dice así: “No se trata de votar por la VERDAD TOTAL.
Solo basta votar
por lo menos peor. Eso es la dignidad ciudadana”
¿Dónde reside el
problema? –me pregunté-. La frase es clara, la subscribo totalmente, y
cualquiera con dos dedos de frente la puede entender. De modo que no se trata
de un problema de interpretación. De lo que sí se trata es de una arraigada
creencia la que, al parecer, sin darme cuenta, he contradicho. No hay otra
posibilidad.
Quienes me han agredido son
personas convencidas de que en las elecciones hay que votar solo por una Verdad
Total y el que no lo hace es un ciudadano indigno. Más que interesante, es
revelador. Revelador del estado de subdesarrollo político en el cual se
encuentran sumidos tantos ciudadanos con poder de voto.
Vamos por partes: ¿Votar por
una Verdad Total? ¿Existe acaso la Verdad Total? En la política al menos, no.
La Verdad Total, no es, no puede ser, la verdad de y en la política. La
Verdad Total es la verdad de Dios y de quienes creen ser dioses sobre la
tierra, esto es, la de la mayoría de los dictadores.
El propio concepto de verdad
es problemático, pues toda verdad debe ser verificada y sustituida por otra
verdad. Así, la verdad precedente será reducida a la calidad de una verdad
falsa. Los expertos en ciencias naturales lo saben muy bien.
El lector avisado se dará
cuenta de que estoy citando de modo indirecto a Karl Popper (“Conjectures and
Refutation”). Efectivamente, el concepto de “la verdad” según Popper, debería
ser suprimido de nuestro vocabulario. Al ser el humano un mortal, es
decir, un ser parcial, todas sus verdades son parciales. Y bien, precisamente
porque son parciales, nos equivocamos tan a menudo.
No la verdad, sino el error es
propiedad de la condición humana, argumentaba Nietzsche, razón por la cual nos
vemos obligados a realizar permanentes correcciones. La frase exacta de
Nietzsche es: “solo el error es fuente de verdad”. Por lo mismo, para el gran
filósofo, corregir y pensar son casi sinónimos. Y tenía razón: si no
corregimos, no pensamos. Luego, la conclusión es simple: quienes creen que
en la tierra y no en el cielo hay una Verdad Total han renunciado
definitivamente a pensar. ¿Será eso lo que molestó tanto a mis agresores
tuiteros? No puedo afirmarlo, pero tengo en ese punto, una cierta certeza.
La palabra certeza es
importante. Aunque no acostumbro a autocitarme, debo esta vez hacerlo. En mi
libro “Crítica de la Razón Científica”, discutiendo la tesis de Popper, hice
una proposición: reemplazar en el uso no religioso el concepto de “verdad” por
el concepto de “certeza”.
La certeza, podríamos así
definirla, es una verdad adaptada a la escala de nuestros sentidos, o si se
prefiere, una verdad perceptible, lo que significa que fuera de esa escala
la verdad percibida puede que no sea la verdad objetiva (o total). Precisamente
por el delito de no querer aceptar la verdad percibida (el sol gira alrededor
de la tierra) como total u objetiva, los ignorantes geocéntricos del medioevo
mataron a Galileo
Dejemos ahora a la Verdad
Total pues si esta no existe, lo mejor será no preocuparnos de ella y pasemos
al punto que, dicho con cierta certeza, parece haber indignado a mis obscenos
agresores. El resto de la frase dice. “Solo basta votar por lo menos peor. Eso
es la dignidad ciudadana”.
Vamos de nuevo por partes.
¿Por qué lo menos peor y no lo “más mejor”? Por una razón muy sencilla: porque
lo “más mejor” es un tremendo error gramatical. Solo existe lo mejor, no lo más
mejor. Más allá de lo mejor no puede haber algo mejor. Los chilenos lo sabemos
muy bien. Cuando el legendario futbolista e ídolo de mi niñez, Leonel Sánchez,
dijo frente a una emisora, poco antes de que la U jugara su clásico frente al
Colo, “que gane el más mejor”, provocó hilaridad general. Tanta que hasta hoy,
a Leonel, respetable anciano, le siguen diciendo “el más mejor”. Leonel se
muere de la risa y responde: “¿el más mejor? El más mejor soy yo”. No, el
más mejor no existe. Pero el menos peor –y este es el nudo de la cosa- sí
existe.
¿Y quién es el menos peor? El
menos peor es siempre el mejor entre todos los peores. ¿Cuál es la
diferencia entonces entre decir hay que votar por el mejor de los peores y no
por el menos peor de los mejores? Ninguna. Se trata de un asunto de énfasis,
algo parecido a decir: “el vaso está medio vacío” en lugar de decir “el vaso
está medio lleno”.
Ahora, ¿por qué elegí la
fórmula el menos peor y no el mejor? Esto es lo importante: si el menos peor es
el mejor de los peores, estoy diciendo: a escala humana nos dividimos
entre peores y menos peores. O lo que es igual, entre los malos y los
menos malos. El mejor, entre seres limitados como somos, no existe. Es una
simple ficción.
Para muchos que anhelan que en
la política aparezcan seres sobrenaturales para arrodillarse frente a ellos y
servirlos con devoción, es decir, para los pobres de espíritu que confunden a
la política con la religión, afirmar que no existe el mejor sino simplemente el
mejor entre los peores, debe sonar a blasfemia. Para ellos un candidato debe
ser, si no un Dios, por lo menos un Batman o un Superman, de lo contrario no
vale la pena votar. Y no votan. Así se explica por qué casi todos mis agresores
tuiteros provienen del campo abstencionista venezolano. Esa pobre gente está
esperando al Mesías, al Supermacho o a la Superhembra que les señale el camino
de la salvación final. En ningún caso aceptarán votar por un mortal limitado,
mucho menos por el menos peor. Frente al Chávez de una supuesta izquierda,
ellos desean al Chávez de una supuesta derecha.
A esa pobre gente no interesa
los políticos que trabajan día a día, los que discuten y dialogan, los que van
casa por casa, los que se preocupan de los problemas corrientes (la
alimentación, el salario, la escuela). Para ellos la política debe ser una
escena épica. O la política es hecha con camisas (rojas o blancas) amontonadas
frente a un líder enviado por el destino para conducir a las masas hacia el
poder total, o no hay política. Quien en cambio llama a votar por los menos
peores, es decir, por los mejores entre los peores, debe ser fustigado,
humillado y ofendido. Para los abstencionistas somos ciudadanos indignos.
Pues bien, aquí yo afirmaré
exactamente lo contrario. Solo quien llama a votar por los menos peores
hace honor a la dignidad ciudadana. ¿Por qué? A quien no haya entendido se lo
voy a explicar de otro modo. Veamos:
Si usted solo va a votar por
un ciudadano a quien considera inmensamente superior, no solo le está delegando
su soberanía sino, de paso, niega su propia condición de ciudadano. Si en
cambio vota por alguien al que usted reconoce limitaciones, solo está
realizando, frente a esa persona, un contrato temporal sujeto a revocación. Por
esa razón, cuando usted no vota por un ser superior pero sí lo hace por un
ciudadano al que usted no considera demasiado peor que usted, está afirmando la
dignidad de su propia condición de ciudadano.
En cierto modo los menos
peores nos protegen de los mejores. Los mejores, usted lo sabe muy bien,
cuando son elegidos, imaginan estar por sobre la constitución y las leyes.
Usted sabe también que la palabra de Hitler, la de Mussolini y la de otros
dictadores electos, está por sobre la Ley. O lo que es peor: la palabra de
ellos es la Ley. En cambio, si usted vota por un ciudadano normal, es decir,
por alguien que entre los peores es solo el menos peor, sabe que esa persona,
debido a sus propias limitaciones, deberá estar sometida a la Ley. Esa es la
razón por la cual cuando elegimos a los menos peores y no a “los más mejores”
elegimos, además, a la dignidad de la Ley y por lo mismo, reforzamos la
dignidad de nuestra condición ciudadana.
En la dignificación de los
candidatos menos peores no estoy, gracias a Dios, solo. Perdonen la modestia,
pero al lado mío se encuentran entre otros, Jesucristo, Sócrates, Platón y
Kant.
Comencemos con Jesús: “¿Por
qué me llamas bueno? Nadie es bueno. Solo uno, Dios” escuchamos decir a Jesús
en el Evangelio de Marcos (10:18). Esa es una de las frases que ha provocado
más desconcierto entre los cristianos. Si Jesús dice que no es bueno ¿quién es
bueno entonces? La respuesta de Jesús fue muy clara. “Solo Dios es bueno”.
Pero, ¿no es Jesús el mismo Dios? Correcto, según la teología cristiana, lo es.
No obstante, en ese momento Jesús estaba hablando desde su cuerpo, y su cuerpo
es mortal, luego, su cuerpo no es perfecto.Solo quien no muere es perfecto. Por
lo mismo, Jesús, en cuanto Dios, es bueno. Pero en cuanto Hijo del Hombre no
puede ser perfecto.
Jesús, el Hombre, no es bueno
comparado con Jesús-Dios. En el mejor de los casos, frente a Dios, Jesús es el
menos peor de los hombres. Y bien, si Jesús se consideraba a sí mismo como “un
menos peor entre los hombres” ¿cómo puede ser posible que una manga de
tarados sientan indignación cuando uno llama a votar por el candidato menos
peor?
Cuatrocientos años antes de
Jesús, un desarrapado y vagabundo filósofo ateniense había formulado la misma
idea, pero con otras palabras. En la famosa respuesta de Sócrates a Alcibíades,
en la parte final de “El Banquete” de Platón, Sócrates sostiene que la
máxima condición a la que puede aspirar un ser humano es la de llegar a ser un
mediocre.
¿Qué era un mediocre para
Sócrates? En sentido literal, un ser que está en el medio: un intermedio. ¿Un
intermedio entre qué? Pues, entre los hombres y los dioses. Eso significa,
que según Sócrates, un mediocre es quien ha sido iluminado por la luz
divina. Idea plenamente concordante con la alegoría de la caverna
platónica (La República). Pues si uno observa con atención la geometría de la
caverna, podemos distinguir en su interior tres compartimentos.
El primero es aquel donde los
hombres yacen amontonados bajo las sombras más oscuras de la caverna. Esos serían
los peores. El segundo está formado por los que intentan acercarse a la luz.
Esos serían los menos peores. En el tercero se encuentran los que han visto la
luz fuera de la caverna, pero sin salir de la caverna. Esos serían, siguiendo
la lógica platónica, no los mejores pero sí los mediocres, vale decir, los que
según Sócrates habitan en medio de la luz y de la oscuridad.
Para los seres humanos no hay
un cuarto espacio. El espacio de la luz total es el espacio de Dios. El
tercer espacio, el de los mejores entre los mejores es el de los mediocres, el
espacio de los iluminados por Dios. Según Platón, a esos seres hay que
buscarlos entre los artistas y los filósofos. Jamás entre los
políticos. Platón tenía razón: No hay nada más nefasto que un político iluminado.
Por lo tanto, lo máximo que podemos esperar de un representante político es que
sea, entre los peores, el mejor o, lo que es lo mismo: el menos peor.
El pesimismo socrático-
platónico fue reactivado muchos siglos después por la filosofía política de
Immanuel Kant a través de una de sus más célebres frases. “Con esa madera
carcomida con la cual está formado el ser humano hemos de carpinterear”. Y
bien, para Kant todos los seres humanos, todos sin excepción, estamos
construidos con esa madera carcomida.
Luego, el mejor de todos
no existe, según Kant. Esa es la razón por la cual debemos ser sometidos a
leyes. La diferencia entre los peores y los menos peores sería para Kant la
misma que existe entre quienes deben ser obligados a acatar las leyes y los que
las han introducido en su propio corazón. Estos últimos son los menos peores.
Más no hay en este mundo. Por esa madera carcomida de la cual todos estamos
formados, hay que votar.
Estoy casi seguro de que Kant
me habría felicitado por esa última frase.
31-03-18
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