Por Alexis Alzuru
Maduro, Castro y las FARC
van tras los mismos fines. Uno de esos objetivos es preservar el poder; el
otro, es apropiarse de un conjunto de países de América. Eso explica que en
noviembre del 2017 algunos guerrilleros se hayan reunido en el estado Aragua
para legalizar el partido FARC en Venezuela. Se organizan para realizar un
proselitismo binacional y para avanzar sobre algunas naciones del continente.
En este proyecto no hay jugadores aislados ni disparos al azar. Sus integrantes
reman hacia metas comunes, aun desde distintas épocas, sitios, escenarios,
posiciones y condiciones. Lo cual también permite explicar que al inicio de su
mandato Hugo Chávez haya financiado a las FARC y, después de casi 20 años, esta
guerrilla coloque a disposición de su sucesor un capital de 5 billones de
dólares, según cifras de la prestigiosa revista The Economist. Por
supuesto, un monto que regresará a los bolsillos de sus inescrupulosos
propietarios a través de distintos mecanismos. Para eso, Nicolás Maduro
convirtió a la república en el paraíso de quienes operan el negocio del
narcotráfico.
Para calibrar el calado de
esa corporación basta con echar un ojo a Venezuela, su desgracia confirma que
Maduro replica el proyecto que los Castro desarrollaron en Cuba desde finales
de los cincuenta del siglo pasado. Ese proyecto fue refinado y está en mejores
condiciones que antes. Ahora cuenta con financiamiento ilimitado y ha logrado
mancomunar información, tecnologías, armas, capital humano y un apoyo
transoceánico para nada despreciable. Sus alianzas y sus riquezas provienen de
Cuba, Venezuela y las FARC; también de Nicaragua, Bolivia y de un sinfín de
militantes, movimientos radicales, grupos guerrilleros y paramilitares que lo
apoyan desde Argentina y Brasil hasta México. Al revisar estos datos, si algo
se infiere es que el dictador Nicolás Maduro no improvisa tanto como parece.
También, se concluye, que no está del todo aislado ni arruinado, por lo cual,
sacarlo del poder no será tarea fácil.
La exportación de este
proyecto franquiciado por Maduro, Castro y las FARC es un asunto que América
está obligada a encarar de una vez. Entre otras cosas porque sus sociedades son
acechadas; algunas son atacadas y, en general, sus democracias resultarán
arruinadas. Por supuesto, para combatir esa expansión hay que reevaluar algunas
opiniones que se tienen como verdades en los medios regionales. Por ejemplo,
aquella que repite que Cuba es sólo la hija débil, pobre y descarriada de
Latinoamérica. Ese rumor ha permitido que esa isla inspire más lástima que
recelos. Gracias a esa narrativa el castro-comunismo se convirtió en la mano
invisible que interviene con impunidad en las sociedades del continente.
La imagen de la
Cuba-castrista fue distorsionada por la mirada que colocó el acento en su
situación económica, no en sus ambiciones políticas. Sin embargo, su percepción
cambia cuando en lugar de observarla a través de su PIB, bienestar, competitividad
e innovación se examina a partir de su influencia en Venezuela o desde
indicadores que dan cuentan de los otros pueblos en los que su ideología
penetró. Se borra la idea de que esa isla es inofensiva cuando se contabiliza
el número de dirigentes continentales que modeló o se descubre que su
supervivencia ha sido posible porque vinculó la política con el crimen
organizado. Por eso, convierte a guerrilleros y criminales en políticos, y muta
a los políticos en delincuentes.
Foto: EFE
Tal vez haya que interpretar
que el descalabro económico de Cuba ha sido el precio que sus dirigentes
decidieron pagar para explorar y estructurar una ideología, unas prácticas y
unas maneras que buscan desmantelar las democracias de América Latina y El
Caribe. A lo mejor, los Castro postergaron el despegue económico de su isla
hasta saquear las riquezas de las naciones que tienen previsto conquistar.
Venezuela es la punta de
lanza del proyecto que Cuba diseñó para dominar una parte de América y
acorralar a la otra. Por eso, la continuidad de Maduro es un asunto que
interpela a la región. Su Gobierno y eventual reelección es una decisión que
dejó de ser un problema de los venezolanos con exclusividad, pues su
permanencia en el poder tendrá consecuencias incalculables para la región. Por
cierto, la migración masiva de los ciudadanos de este país no es el efecto más
nocivo para América, sino el más doloroso y dramático. En realidad, la
consecuencia más peligrosa que trae consigo la continuidad de Maduro es la que
atañe a la exportación de los productos que elabora el cartel que tienen
Venezuela-Cuba y las FARC.
América es un vecindario
donde la salud de sus democracias es interdependiente; por eso, si Venezuela
sigue cautiva no habrá paz en el continente. Las elites regionales necesitarán
jugársela para proteger a sus países; incluso, tendrían que intervenir ahora
para eliminar al gobierno de Maduro. Para lo cual necesitarían emplear su
fuerza para presionar al núcleo de militares chavistas anti-maduristas y a los
voceros de la oposición. América se protegerá si a estos dos sectores les
tuerce el brazo por igual. Si no les permite seguir perdiendo tiempo. Si deja
de creer que la nación venezolana saldrá del castro-madurísimo por vía
electoral, por una intervención internacional o por acumulación de sanciones a
los corruptos del gobierno; si empuja una transición que se negocie desde la
realidad del poder no de los deseos.
*
El autor es Doctor en
Ciencias Políticas, Magíster en Filosofía y consultor internacional. Profesor
jubilado de la UCV.
05-04-18
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