El Tiempo 05 de mayo de 2019
Lo ocurrido ha dejado ver la debilidad de Nicolás
Maduro
El
desenlace que tuvo el alzamiento militar del martes pasado en Venezuela pudo
haber generado una combinación de desilusión y frustración para quienes en este
país y en todo el mundo esperan que pronto llegue a su fin el régimen de
Nicolás Maduro. Que haya un cambio en el país vecino y, como resultado de este,
regresen la democracia y el Estado de derecho es un anhelo compartido por
millones, comenzando por todos aquellos ciudadanos venezolanos que en su país o
lejos de él viven durísimas horas, marcadas por innumerables penurias.
Es
verdad que Nicolás Maduro sigue hoy en Miraflores, pero lo es también que haber
logrado sortear los hechos de esta semana no tuvo como consecuencia un
fortalecimiento suyo, sino todo lo contrario. Y esto es lo que hoy debe resaltarse.
Porque
poco a poco, conforme se han ido conociendo nuevos detalles de lo que pasó en
esas horas, parece más claro que todos los acontecimientos recientes, incluido
lo del martes, han ido menguando de manera paulatina los cimientos de su poder.
Bien vale aquí acudir a la imagen del oleaje que socava lentamente los muros
que se levantan en la línea costera. Muchas señales fueron evidentes: su tardía
aparición, muy al final de la jornada; la certeza de que muchos en su entorno
más cercano han mantenido diálogos con quienes lideran la búsqueda de una
salida pacífica de la crisis; incluso puede mencionarse que el ministro de
Defensa, el general Vladimir Padrino, en sus palabras de esa jornada lo haya
ignorado por completo. Es claro que a Maduro hoy se lo ve inseguro, y una buena
prueba de ello fue su exigencia a los mandos militares para que lo acompañaran
a marchar el jueves, junto con decenas de oficiales y soldados.
Y, así
como alienta la certeza de que la caída de los pilares que todavía sostienen las
cabezas de la dictadura es un proceso que sigue su curso y poco a poco se torna
irreversible, causa desazón y ansiedad lo que pueda venir en el futuro
inmediato. Y es que el clima de desconfianza y dicha sensación de debilidad de
Maduro bien pueden conducir, en el corto plazo, a un aumento de la represión,
desafortunadamente. Tal estado de cosas, en el que se acentúan la persecución y
la restricción de libertades para quienes no demuestren fidelidad incondicional
al régimen, seguramente traerá un aumento en el número de personas que
abandonan el país.
Pero
la lógica sensación de preocupación que una situación así genera debe admitir
un matiz clave: el que proviene de constatar que son reales las fuerzas ya
activas en distintos órdenes, y de distinta intensidad, que tarde o temprano
conducirán al final de la actual dictadura, situación que poco a poco –es claro
que no será un cambio inmediato– traerá alivio al bravo pueblo, hoy en su gran
mayoría sumido en una verdadera tragedia. Es fundamental perseverar en las
acciones ya en marcha que buscan asfixiar política y económicamente las cabezas
de un régimen corrupto. Deben respaldarse y fortalecerse los esfuerzos del
Grupo de Lima para combatir mediante mecanismos internacionales la comisión de
delitos graves de los cuadros de la revolución bolivariana. También hay que
subrayar lo clave que sería que este grupo de países logren vincular a Cuba a
la búsqueda de una solución de la crisis.
Crisis
y, sobre todo, drama que exigen no solo empatía y actitudes solidarias, sino
apreciaciones absolutamente respetuosas de la dignidad de los millones de seres
humanos que lo padecen. En las antípodas de estas consideraciones se ubican las
palabras del embajador de Colombia ante la OEA, Alejandro Ordóñez, ya objeto de
rectificación de la Cancillería. Es necesario recordarlo: en ellas, el
diplomático planteó la absurda tesis de que quienes han tenido que abandonar a
la fuerza su país, movidos por la carencia de bienes y servicios básicos, hacen
parte de una conspiración para “expandir el socialismo del siglo XXI”.
Por
supuesto, la planteada es una senda para nada exenta de riesgos. Todo lo que ya
ha avanzado la causa por pasar la página y volver a sentar las bases de unas
instituciones sólidas, confiables y legítimas puede rodar por el barranco de
darse pasos en falso. Y es aquí en donde surge el temor por una decisión
arrebatada que se tome en Washington. Un atajo que solo lograría, como
coinciden no pocos líderes de la oposición venezolana, un escenario peor que el
actual. Por ello, lo aconsejable es dar un compás de espera a la evolución que
ya muestran los referidos procesos internos. Esos que, reiteramos, conducen a
fracturas y grietas por las que, esperamos, más temprano que tarde puedan
asomarse las esperadas aguas de la democracia. O, puesto de otra forma, y
apelando a la sabiduría popular, tanto va el cántaro al agua que en algún
momento este se tiene que romper. Cuándo ocurrirá es imposible saberlo, pero
reconforta saber que los indicios señalan fisuras imposibles de remendar.
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