Francisco Fernández-Carvajal 10 de mayo de 2019
— Para
ser fieles al Señor es necesario luchar cada día. El examen particular.
— Fin
y materia del examen particular.
—
Constancia en la lucha. La fidelidad en los momentos difíciles se forja cada
día en lo que parece pequeño.
I. La
promesa de la Sagrada Eucaristía en la sinagoga de Cafarnaún causó discusiones
y escándalos en muchos de los seguidores del Señor. Ante una verdad tan
maravillosa, una buena parte de los discípulos dejaron de seguirle: Desde
entonces –relata San Juan en el Evangelio de la Misa– muchos
discípulos se echaron atrás y ya no andaban con Él1.
Ante
la maravilla de su entrega a los hombres en la Comunión eucarística, estos
responden volviéndole la espalda. No es la muchedumbre, sino discípulos quienes
le abandonan. Los Doce permanecen, son fieles a su Maestro y Señor.
Ellos acaso tampoco comprendieron mucho aquel día lo que el Señor les promete,
pero permanecieron junto a Él. ¿Por qué se quedaron? ¿Por qué fueron leales en
aquel momento de deslealtades? Porque les unía a Jesús una honda amistad,
porque le trataban diariamente y habían comprendido que Él tenía palabras
de vida eterna, porque le amaban profundamente. ¿A dónde vamos a
ir?, le dice Pedro cuando el Señor les pregunta si también ellos se
marchan: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna;
nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios2.
Los
cristianos vivimos una época privilegiada para dar testimonio de esta virtud en
ocasiones tan poco valorada, la fidelidad. Vemos cómo, con
frecuencia, se quiebra la lealtad en el matrimonio, en la palabra empeñada, la
fidelidad a la doctrina y a la persona de Cristo. Los Apóstoles nos muestran
que esta virtud se fundamenta en el amor; ellos son fieles porque aman a
Cristo. Es el amor el que les induce a permanecer en medio de las defecciones.
Solo uno de ellos le traicionará, más tarde, porque dejó de amar. Por eso nos
aconseja a todos el Papa Juan Pablo II: «Buscad a Jesús esforzándoos en
conseguir una fe personal profunda que informe y oriente toda vuestra vida;
pero sobre todo que sea vuestro compromiso y vuestro programa amar a Jesús, con
un amor sincero, auténtico y personal. Él debe ser vuestro amigo y vuestro
apoyo en el camino de la vida. Solo Él tiene palabras de vida eterna»3.
Nadie más que Él.
Mientras
estemos en este mundo, la vida del cristiano es una lucha constante entre amar
a Cristo y el dejarse llevar por la tibieza, las pasiones o un aburguesamiento
que mata todo amor. La fidelidad a Cristo se fragua cada día en la lucha contra
todo lo que nos aparta de Él, en el esfuerzo por progresar en las virtudes.
Entonces seremos fieles en los momentos buenos, y también en las épocas
difíciles, cuando parece que son pocos los que se quedan junto al Señor.
Para
mantenernos en una fidelidad firme al Señor es necesario luchar en todo
momento, con espíritu alegre, aunque sean pequeñas las batallas. Y una
manifestación de estos deseos de acercarnos cada día un poco más a Dios, de
amar cada vez más, es el examen particular, que nos ayuda a luchar
con eficacia contra los defectos y obstáculos que nos separan de Cristo y de
nuestros hermanos los hombres, y nos facilita el modo de adquirir virtudes y
hábitos, que limitan nuestras tosquedades en el trato con Jesús.
El examen
particular nos concreta las propias metas de la vida interior y nos
dispone a alcanzar, con la ayuda de la gracia, una cota determinada y
específica de esa montaña de la santidad, o a expulsar a un enemigo, quizá
pequeño, pero bien pertrechado, que causa numerosos estragos y retrocesos. «El
examen general parece defensa. —El particular, ataque. —El primero es la
armadura. El segundo, espada toledana»4.
Hoy,
cuando le decimos al Señor que queremos serle fieles, nos debemos preguntar en
su presencia: ¿Son grandes mis deseos de avanzar en el amor? ¿Concreto estos
deseos de lucha en un punto específico que pueda ser el blanco de mi examen
particular? ¿Soy dócil a las indicaciones que recibo en la dirección
espiritual?
II.
Mediante el examen general llegamos a conocer las razones últimas de nuestro
comportamiento; con el examen particular buscamos los remedios
eficaces para combatir determinados defectos o para crecer en las virtudes.
Este examen, breve y frecuente a lo largo del día, en los momentos previstos,
debe tener un fin muy preciso: «Con el examen particular has de ir derechamente
a adquirir una virtud determinada o a arrancar el defecto que te domina»5.
En ocasiones el objetivo de este examen será «derribar al Goliat, esto es, la
pasión dominante»6,
aquello que más sobresale como defecto, lo que más daño hace a nuestra amistad
con el Señor, a la caridad con quienes nos relacionamos. «Cuando alguno se ve
particularmente dominado por un defecto, debe armarse solo contra ese enemigo,
y tratar de combatirlo antes que a otros (...), pues mientras no lo hayamos
superado echaremos a perder los frutos de la victoria conseguida sobre los
demás»7. Por eso es tan importante que nos conozcamos y que nos demos
a conocer en la dirección espiritual, que es donde habitualmente fijaremos el
tema de este examen.
Como
no todos tenemos los mismos defectos, «se hace necesario que cada uno presente
batalla en consideración al tipo de lucha con que se ve acosado»8.
Puede
ser tema de examen particular el aumentar la presencia de Dios en medio del
trabajo, en la vida de familia, mientras caminamos por la calle; el estar más
atentos para descubrir dónde se encuentra un sagrario y dirigir al Señor un
saludo o una jaculatoria, aunque no podamos acercarnos en ese momento; cuidar
la puntualidad, comenzando desde por la mañana a la hora de levantarnos, al
comenzar la oración, o la Santa Misa...; la paciencia con nosotros mismos, con
los defectos de quienes colaboran en un mismo trabajo, o en la familia;
suprimir de raíz el hábito de la murmuración y contribuir a que no se murmure
en nuestra presencia; la brusquedad en el trato; el desinterés por las
necesidades del prójimo; ganar en la virtud de la gratitud, de tal manera que sepamos
dar las gracias aun por favores y servicios muy pequeños de la vida corriente;
ser más ordenados en la distribución del tiempo, en los libros o instrumentos
de trabajo, en las cosas personales, el trato con los Ángeles Custodios...
Un examen particular que dejará en el alma una profunda
huella, si luchamos, puede ser el amar y vivir mejor la Santa Misa y la
Comunión.
Aunque
en algunos casos el objetivo del examen particular pueda
presentarse en su cara negativa, como resistencia al mal, el mejor modo de
combatir será el de practicar la virtud contraria al defecto que tratamos de
desarraigar: practicar la humildad para vencer la tendencia a ser el centro de
todo o el deseo de recibir siempre elogios y alabanzas; ejercitarse en la
serenidad para evitar la precipitación... De este modo se hace más eficaz y
atractiva la lucha interior. «El movimiento del alma hacia el bien es más
fuerte que el encaminado a apartarse del mal»9.
Antes
de señalar la materia del examen particular debemos pedir luces al Señor para
conocer en qué quiere Él que luchemos: Domine, ut videam!10,
¡Señor, que vea!, le podemos decir como el ciego de Jericó. Y pedir ayuda en la
dirección espiritual.
III. Es
tarea personal la manera de concretar este examen. Para unos –por su modo de
ser, por su temperamento– será necesario concretarlo mucho y llevar una
contabilidad muy estrecha por su tendencia a la vaguedad y a las generalidades;
para otros eso podría ser motivo de complicaciones y de crearse problemas donde
no debe haberlos. Nos ayudarán en la dirección espiritual si nos esforzamos en
darnos a conocer.
No nos
debe extrañar si alcanzar con nuestra lucha el objetivo propuesto en el examen
particular nos lleva tiempo. Si está bien puesto, lo normal es que se
trate de un defecto arraigado, y que sea necesaria una lucha paciente,
recomenzando una y otra vez, sin desánimos. En ese empezar de nuevo, con la
ayuda del Señor, estamos afianzando bien los cimientos de la humildad. Para
mantener despierto el examen particular hace falta fortaleza,
constancia y humildad. El amor –que es ingenioso– encontrará cada día la manera
de hacer nuevo el mismo punto de lucha, porque en él, más que la propia
superación, buscamos amar al Señor, quitar todo obstáculo que entorpezca
nuestra amistad con Él y, por tanto, lo que nos separa de los demás. Nos dará
ocasión de hacer muchos actos de contrición por las derrotas, y acciones de
gracias por las victorias.
La
lucha en un examen particular concreto, cada día, es el mejor
remedio contra la tibieza y el aburguesamiento. ¡Qué gran cosa si nuestro Ángel
Custodio pudiera testificar al final de nuestra vida que luchamos en cada
jornada, aunque no todo hayan sido victorias! La fidelidad llena de fortaleza
en los momentos difíciles se forja cada día en lo que parece pequeño. «Hemos de
convencernos de que el mayor enemigo de la roca no es el pico o el hacha, ni el
golpe de cualquier otro instrumento, por contundente que sea: es esa agua
menuda, que se mete, gota a gota, entre las grietas de la peña, hasta arruinar
su estructura. El peligro más fuerte para el cristiano es despreciar la pelea
en esas escaramuzas, que calan poco a poco en el alma, hasta volverla blanda,
quebradiza (...)»11.
Al
terminar nuestra oración le decimos al Señor, como Pedro: Señor, ¿a
quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Sin Ti nos quedamos sin
Camino, sin Verdad y sin Vida.
Es una
hermosa jaculatoria para repetir muchas veces, pero especialmente a la hora de
la lucha. A Nuestra Señora, Virgo fidelis, le pedimos que nos ayude
a ser fieles, luchando cada día por quitar los obstáculos, bien concretos, que
nos separan de su Hijo.
1 Jn 6,
66. —
2 Jn 6,
69. —
3 Juan
Pablo II, Discurso, 30-I-1979. —
4 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 238. —
5 Ibídem,
n. 241. —
6 J.
Tissot, La vida interior, Madrid 1971, p. 484. —
7 San
Juan Clímaco, Escala del paraíso, 15. —
8 Casiano, Colaciones,
5, 27. —
9 Santo
Tomás, Suma Teológica, 1-2, q. 29, a. 3. —
10 Cfr. Mc 10,
48. —
11 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 77.
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