Francisco Fernández-Carvajal 05 de mayo de 2019
— Ser
cristianos coherentes en todas las situaciones de nuestra vida.
—
Apostolado en ambientes difíciles.
—
Rectitud de intención.
I. El
proceso contra Esteban desencadena una grave persecución contra la Iglesia. En
la lectura de la Misa de hoy se narra su actividad apostólica y su martirio1: En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder,
realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Contra él se
utilizarán los mismos medios, y casi las mismas palabras, que se emplearon
contra Jesús: Le hemos oído decir –aseguran los falsos
testigos– que ese Jesús de Nazaret destruirá el templo y cambiará las
tradiciones que recibimos de Moisés.
Esteban
proclamó con valentía su fe en Jesús resucitado. Y es ejemplo para nosotros
–aunque el Señor no nos pida el martirio– de vida cristiana coherente: con
naturalidad y claridad, sin detenernos ante los falsos escándalos, ni ante el
qué dirán. Debemos contar con ambientes en los que alguna vez nos mirarán
torcidamente, porque no entienden un comportamiento cristiano, ni muchas de las
amables exigencias de la doctrina de Cristo. Debemos imitar entonces al Señor y
a quienes le fueron fieles, incluso hasta dar la vida por Él, si fuera
necesario, actuando con serenidad, llevando una vida cristiana con todas sus
consecuencias. Sin duda, sería más cómodo el adaptarse a esas situaciones y
estilos de vida paganizados, pero ya no podríamos decir que queremos ser
discípulos fieles de Jesús. Estas situaciones, en las que tendremos que echar
mano de la firmeza de carácter y de la fortaleza en la fe, pueden darse en la
Universidad, en el trabajo, en el lugar donde pasamos unos días de descanso con
la familia, etcétera.
«En
sus actuaciones públicas, los cristianos deben inspirarse en los criterios y
objetivos evangélicos vividos e interpretados por la Iglesia. La legítima
diversidad de opiniones en los asuntos temporales no debe impedir la necesaria
coincidencia de los cristianos en defender y promover los valores y proyectos
de vida derivados de la moral evangélica»2. El cristiano debe rechazar el miedo de parecer chocante si,
por vivir como discípulo fiel del Señor, su conducta es mal interpretada o
claramente rechazada. Quien ocultara su personalidad cristiana en medio de un
ambiente de costumbres paganas, se doblegaría por respetos humanos, y sería
merecedor de aquellas palabras de Jesús: Quien me niegue ante los
hombres, Yo también le negaré ante mi Padre que está en los cielos3.
«¿Sabéis
cuál es la primera tentación que el demonio presenta a una persona que ha
comenzado a servir mejor a Dios? –pregunta el Santo Cura de Ars–. Es el respeto
humano»4. ¿Cómo es nuestro comportamiento con los amigos, en el
trabajo, en una reunión social? ¿Mostramos con valentía y sencillez nuestra
condición de hijos de Dios?
II. En
ocasiones, parece de «buen tono» hablar con frialdad de las grandes verdades de
la vida, o bien no hablar de ellas en absoluto. Y llaman fanático al
que habla con entusiasmo de una causa noble –defensa de la vida desde la
concepción, libertad de enseñanza...– o tratan de descalificar con diversos
adjetivos al que tiene convicciones profundas sobre la vida y su destino final
y trata de vivirlas.
Sin
intemperancias, que son ajenas al ejemplo amable que nos dejó Jesucristo,
trataremos de vivir, con la ayuda de la gracia, una vida llena de convicciones
cristianas profundas y firmes. Sabemos bien, por ejemplo, que la indiferencia
ante las maravillas de Dios es un gran mal, consecuencia de la tibieza o de una
fe muerta o dormida, por mucho que se la quiera disfrazar de «objetividad».
El
cristiano, por el Bautismo, ha recibido la gracia que salva y da sentido a su
caminar terreno. Ante un bien tan excelente es lógico que esté alegre y que
procure comunicar su felicidad a quienes están a su lado por medio de un
apostolado incesante.
Jesús
siempre hizo el bien. Yo os pregunto –les decía Jesús en
cierta ocasión a unos escribas y fariseos que le espiaban– ¿es lícito
hacer el bien o hacer el mal? Y a continuación curó al enfermo de la
mano seca. En todos los ambientes debemos hacer el bien, comunicar la alegría
de haber conocido a Cristo; sentimos la necesidad de ganar almas para la
Verdad, para el amor, para Cristo. «Y esto se llama, en correcto castellano,
proselitismo. Aquí interviene también la manipulación de las palabras. El
término proselitismo ha sido cargado por algunos con la
albarda de intereses egoístas, de utilización de medios poco honrados para
fascinar, coaccionar o enrolar engañosamente a los que se dirige. Tal actitud
merece seria condena; pero lo condenable es el proselitismo sectario,
engañador, mercenario, el que se aprovecha de la ignorancia ajena, de su
miseria material, de su soledad afectiva.
»Pero
¿vamos, por eso, a renunciar los cristianos a la fecundidad apostólica, a la
fraternidad comunicativa del genuino proselitismo?»5.
La
certeza de las verdades de nuestra fe –solo el que está convencido convence– y
el amor a Cristo nos llevará a una comunicación fecunda de lo que nosotros
hemos encontrado, nos llevará a un leal proselitismo. Y esto en todos los
ambientes.
III. El
lugar donde buscamos la santidad es el trabajo, las relaciones con quienes
comparten las mismas tareas que nosotros, el trato social, la familia.
Si
encontramos obstáculos, incomprensiones o críticas injustas le pediremos al
Señor su gracia para mantenernos serenos, tener paciencia y, ordinariamente, no
dejar de hacer apostolado. El Señor no siempre se encontró con personas de
buena fe al anunciar la Buena Nueva, y no por eso dejó de mostrar las
maravillas del Reino de Dios. Los Apóstoles, en los comienzos de la Iglesia, y
los primeros cristianos también, se encontraron con situaciones y ambientes
que, al menos al principio, rechazaban de plano la doctrina salvadora que
llevaban en su corazón y, sin embargo, convirtieron el mundo antiguo. «—No
entiendo tu abulia. Si tropiezas con un grupo de compañeros un poco difícil
–que quizá ha llegado a ser difícil por tu abandono–, te desentiendes de ellos,
escurres el bulto, y piensas que son un peso muerto, un lastre que se opone a
tus ilusiones apostólicas, que no te entenderán...
»¿Cómo
quieres que te oigan si, aparte de quererles y servirles con tu oración y
mortificación, no les hablas?...»6.
Por
otra parte, ninguna situación es inamovible ni definitiva. El paso del tiempo
acaba por dar la razón al que trabaja y trata a los demás con honradez, con
rectitud de intención, sin buscar ventajas personales.
El
dejarse llevar por los respetos humanos es propio de personas con una formación
superficial, sin criterios claros, con un carácter poco firme. Con frecuencia
esta actitud, tan poco atrayente también en lo humano, viene respaldada por la
comodidad de no llevarse un pequeño mal rato, el miedo a poner en peligro un
cargo, por ejemplo, o el deseo de no distinguirse de los demás.
Aunque
los nobles se sientan a murmurar de mí –se lee en el Salmo
responsorial7–, tu siervo medita tus leyes; tus preceptos son mi
delicia, tus decretos son mis consejeros.
Para
vencer los respetos humanos necesitamos rectitud de intención, atendiendo más
al parecer de Dios que al parecer de los demás; fortaleza para pasar con
elegancia las pequeñas críticas, frecuentemente superficiales, cuando las haya;
alegría para comunicar el tesoro que cada discípulo del Señor ha encontrado, y
el buen ejemplo, del que nunca nos arrepentiremos, que es simple coherencia con
la gracia, que el Señor ha puesto en nuestro corazón. Aun en los ambientes más
difíciles podremos ganar almas para Cristo si deseamos de verdad hacer felices
a esos amigos, compañeros o conocidos. «Antes de querer hacer santos a todos
aquellos a quienes amamos es necesario que les hagamos felices y alegres, pues
nada prepara mejor el alma para la gracia como la leticia y la alegría.
»Tú
sabes ya (...) que cuando tienes entre las manos los corazones de aquellos a
quienes quieres hacer mejores, si los has sabido atraer con la mansedumbre de
Cristo, has recorrido ya la mitad de tu camino apostólico. Cuando te quieren y
tienen confianza en ti, cuando están contentos, el campo está dispuesto para la
siembra. Pues sus corazones están abiertos como una tierra fértil, para recibir
el blanco trigo de tu palabra de apóstol o de educador.
»Si
sabes hablar sin herir, sin ofender, aunque debas corregir o reprender, los
corazones no se te cerrarán. La semilla caerá, sin duda, en tierra fértil y la
cosecha será abundante. De otro modo tus palabras encontrarán, en vez de un
corazón abierto, un muro macizo; tu simiente no caerá en tierra fértil, sino al
margen del camino (...) de la indiferencia o de la falta de confianza; o en la
piedra (...) de un ánimo mal dispuesto, o entre las espinas (...) de un corazón
herido, resentido, lleno de rencor.
»No
perdamos nunca de vista que el Señor ha prometido su eficacia a los rostros
amables, a los modales afables y cordiales, a la palabra clara y persuasiva que
dirige y forma sin herir (...). No debemos olvidar nunca que somos hombres que
tratamos con otros hombres, aun cuando queramos hacer bien a las almas. No
somos ángeles. Y, por tanto, nuestro aspecto, nuestra sonrisa, nuestros
modales, son elementos que condicionan la eficacia de nuestro apostolado»8.
En la
Santísima Virgen encontramos, como los Apóstoles, la fortaleza necesaria para
hablar de Dios sin respetos humanos: «—Después de que el Maestro, mientras
asciende a la diestra de Dios Padre, les ha dicho: “id y predicad a todas las
gentes”, se han quedado los discípulos con paz. Pero aún tienen dudas: no saben
qué hacer, y se reúnen con María, Reina de los Apóstoles, para convertirse en
celosos pregoneros de la Verdad que salvará al mundo»9.
1 Cfr. Hch 6,
8-15. —
2 Conferencia
Episcopal Española, Testigos de Dios vivo, 28-VI-1985, n.
64, d. —
3 Mt 10,
32. —
4 Santo
Cura de Ars, Sermón sobre las tentaciones. —
5 C.
López Pardo, en Rev. Palabra, n. 245. —
6 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 954. —
7 Sal 118.
—
8 S.
Canals, Ascética meditada, pp. 74-76. —
9 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 232.
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