Por Ramón Guillermo Aveledo
En estos días las
precipitaciones, aunque sea en el foro libérrimo de las redes sociales, pueden
ser de alto riesgo. El más obvio es el de regalar ventajas injustas al
adversario.
La estrategia de hacer
presión interna y externa para lograr el cambio al que los pocos beneficiarios
del status quo le han cerrado los caminos prácticos de la política está en
pleno desarrollo. El poder, interesado en permanecer al precio que sea,
lógicamente quiere quitarse la presión de encima y uno de los varios
instrumentos que usa para lograrlo es desesperarnos y convencernos de que es
inútil. Para eso, les resulta útil generar una discusión en la opinión
opositora, para mudar la presión hacia Guaidó y a la Asamblea Nacional, en vez
de acentuarla sobre el régimen que es el que tiene trancado el juego.
Es lícito evaluar
constantemente si lo que vamos haciendo es lo correcto, para hacer los ajustes
necesarios. Lo que no vale es descalificar a los actores, atribuirles oscuros e
inconfesables intereses, para intentar imponer de contrabando un camino, más
declarativo que real, al cual la mayoría considera ineficaz pero que estaría
asistido por una presunta y ontológica superioridad moral.
Una precipitación,
consecuencia de la lógica angustia que la crisis nos genera, puede ser fatal
para los resultados deseados. ¿Por qué anticiparse a discutir qué hacer en
lugar de hacer hasta sus últimas consecuencias lo que se decidió hacer?
Algo similar puede decirse
de debates como el que se presenta en algunos sectores acerca de si Nicolás
Maduro podría o no participar en las eventuales elecciones libres y limpias que
habría que realizar en el camino de reinstitucionalizar nuestro país.
¿Cuál es el objeto de tal
diatriba obviamente precipitada?
Si el grupo en el poder está
cerrado y cuando habla insinceramente de diálogo lo hace como quien lanza un
anzuelo a ver quién lo muerde porque sus intenciones son todo lo contrario y como
repiten sus voceros con y sin motivo, aquí la única transición válida es la
“transición al socialismo” y por lo pronto no da muestras de ceder ni un ápice,
¿a cuenta de qué vamos a considerar entre nosotros si quien está en Miraflores
puede o no participar en el proceso electoral en el que tengamos la oportunidad
de elegir un nuevo gobierno? ¿Qué señal de ceder ha dado el grupito que
privatizó el Estado como para que nosotros estuviéramos considerando tal cosa?
No me suena lógico, a menos
que lo que se pretenda sea un perverso tiro por mampuesto. Y eso sería tan
criminal al interés nacional que prefiero ni pensarlo.
Sobre todo en tiempos de
apremio, es conveniente no precipitarse.
30-04-19
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