San Josemaría 30 de noviembre de 2019
Ha
llegado el Adviento. ¡Qué buen tiempo para remozar el deseo, la añoranza, las
ansias sinceras por la venida de Cristo!, ¡por su venida cotidiana a tu alma en
la Eucaristía! –«Ecce veniet!» –¡que está al llegar!, nos anima la Iglesia.
(Forja, 548)
Comienza
el año litúrgico, y el introito de la Misa nos propone una consideración
íntimamente relacionada con el principio de nuestra vida cristiana: la vocación
que hemos recibido. Vias tuas, Domine, demonstra mihi, et semitas tuas edoce me
(Ps XXIV, 4.); Señor, indícame tus caminos, enséñame tus sendas. Pedimos al
Señor que nos guíe, que nos muestre sus pisadas, para que podamos dirigirnos a
la plenitud de sus mandamientos, que es la caridad (Cfr. Mt XXII, 37; Mc XII,
30; Lc X, 27.).
Me
figuro que vosotros, como yo, al pensar en las circunstancias que han
acompañado vuestra decisión de esforzaros por vivir enteramente la fe, daréis
muchas gracias al Señor, tendréis el convencimiento sincero –sin falsas
humildades– de que no hay mérito alguno por nuestra parte. Ordinariamente
aprendimos a invocar a Dios desde la infancia, de los labios de unos padres
cristianos; más adelante, maestros, compañeros, conocidos, nos han ayudado de
mil maneras a no perder de vista a Jesucristo. (Es Cristo que pasa, 1)
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