Trino Márquez 05 de diciembre de 2019
@trinomarquezc
Como
ocurre con todo lo que hace el régimen, la dolarización de la economía
venezolana ha sido anárquica y salvaje. Está provocando una forma aún más
agresiva de segmentación de los ciudadanos. Cedice ha planteado desde hace años
la conveniencia de dolarizar la economía de forma ordenada. Sus argumentos
fueron rechazados por “neoliberales”. Ahora se impuso la realidad del mercado,
que sometió al gobierno, solo que de forma caótica, sin plan ni concierto.
La
línea divisoria se da entre quienes poseen dólares y quienes se encuentran
excluidos de este privilegio. Incluso, dentro de los que acceden a la divisa existen varios estratos:
quienes poseen sus ahorros en la moneda norteamericana, quienes reciben remesas
de forma permanente u ocasional, el reducido sector de profesionales que cobran
sus honorarios en verdes y los trabajadores a destajo (plomeros, albañiles, electricistas,
buhoneros) que exigen el pago en esa moneda. Frente a la evaporización del
bolívar, la divisa estadounidense surgió como refugio. Cerca de 35% de las
operaciones comerciales se realizan bajo esa modalidad.
Al
contrario de lo dicho por Nicolás Maduro frente a José Vicente Rangel, la
dolarización no es un símbolo del éxito de la política económica del régimen,
sino una manifestación inequívoca de su estruendoso fracaso. El proyecto
socialista de Hugo Chávez y Nicolás Maduro ha significado un desastre para la
nación, especialmente para los grupos más pobres. El Primer Plan Socialista de
la Nación (2006-2013) y el Plan de la Patria (2013-2019) -cada uno de los
cuales tuvo su propia reconversión monetaria, creando, uno, el Bolívar Fuerte
(2008), y el otro, el Bolívar Soberano (2018)- pulverizaron la moneda nacional,
el bolívar, la única aceptada por la Constitución del 99, aprobada cuando
Chávez se encontraba en la apoteosis del poder. Desde entonces el bolívar se
devaluó tantas veces, que los venezolanos no quieren guardarlo en sus bolsillos
porque se los quema.
La
dolarización madurista es un signo de la hipocresía y cinismo del régimen.
Maduro le dijo a Rangel que se siente feliz por la circulación de los dólares,
sin embargo, mantiene el sueldo mínimo y las pensiones en cuatro dólares al
mes. El salario de los maestros, las enfermeras, los profesores de bachillerato
y universitarios apenas llega a ocho dólares mensuales. En el mismo orden se
encuentra la mayoría de los empleados públicos. Venezuela exhibe el salario
mínimo y el salario promedio más bajos de toda América Latina, incluidos países
miserables como Cuba y Haití.
La
dolarización no es el resultado de la diversificación del aparato económico y
el crecimiento de las industrias exportadoras, del aumento de la producción
petrolera y el fortalecimiento de Pdvsa, de la expansión del turismo, de la
transformación de Venezuela en un país que brinda eficaces servicios a la
economía mundial. Nada de eso ha ocurrido. Los dólares que entran en el
torrente circulatorio lo hacen de formas extrañas. Una parte proviene de las
remesas. Una franja de los cinco millones de compatriotas que han huido al
exterior envía ayuda a sus familiares. Otra capa utiliza sus ahorros para
mantener su calidad de vida en medio del deterioro global. Ese es el dinero que
sirve para el menudeo, para las pequeñas y modestas operaciones. Hay otro grupo
que no puede justificar el lujoso tren de que vida que lleva, argumentando que
recibe la ayuda de un hijo o un sobrino. Nada de eso. La procedencia de esa
masa de dinero que se gasta en boato y ostentación es de dudosa procedencia.
¿De dónde sale, si las empresas están semiparalizadas, el desempleo crece, la
informalidad aumenta, la productividad es cada vez menor? No adelanto ninguna
hipótesis, pero esos grupos son sospechosos de incurrir en prácticas
cuestionables.
La
dolarización ha convertido al país en una sociedad cada vez más regresiva,
desigual y polarizada. Vino acompañada de una liberación subrepticia de los precios, sin que se hubiese estimulado
con medidas financieras o fiscales el ascenso de la producción, y sin que el
Gobierno hubiese elevado su capacidad importadora. Utilizando el Índice de
Gini, tan manoseado por la izquierda continental, Venezuela aparece entre las
naciones con ingresos más regresivos, concentrados, de todo el continente,
caracterizado ya de suyo por la desigual distribución del ingreso.
La
dolarización, al igual que la estatización de las empresas que antes estuvieron
en manos privadas, demuestra la desidia, incompetencia y corrupción insondables
de los maduristas. Ninguna de las empresas que en el pasado fueron eficientes,
generaban ganancias a sus dueños y
accionistas y pagaban impuestos al Estado, hoy producen beneficios. Son lastres
con los cuales debe cargar la nación, para que Maduro y su gente hagan
ejercicios de demagogia socialista a través de la red de medios oficiales. Esas
empresas han sido útiles para enriquecer a sus directivos, generalmente
militares activos o retirados, pero no para mejorar la oferta de bienes y
servicios para la gente.
Maduro
y el socialismo del siglo XXI son destructivos. Son el verdadero y único
enemigo de Venezuela. ¿Cuándo los demócratas entenderemos esta verdad
inapelable?
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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