Francisco Fernández-Carvajal 07 de diciembre de
2019
@hablarcondios
— A través de María encontramos siempre a Jesús.
— La intercesión de Nuestra Señora.
— La devoción a la Virgen, señal de predestinación.
I. Ave,
maris stella, // Dei Mater alma, // atque semper Virgo, // felix caeli porta. Dios te salve,
estrella del mar, // Madre santa de Dios, // y siempre Virgen, // dichosa
puerta del Cielo1.
Ianua caeli, Puerta del Cielo, así la hemos invocado tantas veces en las letanías del
Santo Rosario. Ella es la entrada y el acceso a Dios, es la Puerta
oriental del Templo2 de
la que habla el Profeta, porque por allí nos llegó Jesús, el Sol de justicia. Y
es, a la vez, «la puerta dorada del Cielo por la que confiamos entrar algún día
en el descanso de la eterna bienaventuranza»3.
A través de María encontramos siempre a Jesús.
Los hombres han recorrido a veces mil caminos
extraviados, buscando a Dios con nostalgia; han intentado llegar a Él a
fuerza de brazos, de complicadas especulaciones, y han olvidado esta
entrada sencilla que es María, «que nos conduce al interior del Cielo de la
convivencia con Dios»4.
Se cuenta de fray León, un lego que acompañaba siempre
a San Francisco de Asís, que después de morir el santo depositaba todos los
días sobre su tumba hierbas y flores y meditaba sobre las verdades eternas. Un
día se quedó dormido y tuvo una visión del día del Juicio. Vio que se abría una
ventana en el Cielo y aparecía Jesús, el amable Juez, acompañado de San
Francisco. Descolgaron una escala roja, que tenía los peldaños muy espaciados,
de tal manera que era imposible subir por ella. Todos lo intentaron y
poquísimos consiguieron subir. Al cabo de un tiempo, y como llegara de la
tierra un gran clamor, se abrió otra ventana, en la que apareció de nuevo San
Francisco, y la Virgen al lado de Jesús. Tiraron otra escala, pero esta era
blanca y con los peldaños mucho más juntos. Y todos, con inmensa alegría, iban
subiendo. Cuando alguno de ellos se sentía especialmente débil, Santa María le
animaba llamándole por su nombre y enviando a alguno de los ángeles que la
servían para que le echase una mano. Y así subieron uno tras otro5.
No deja de ser una leyenda piadosa, que nos enseña una verdad esencial y
consoladora, conocida desde siempre por el pueblo cristiano: con la Virgen es
más fácil la santidad y la salvación. Sin la Virgen no solo se hace todo más
difícil, sino que quizá se vuelve imposible, pues Dios mismo ha querido que
fuera «la dispensadora de todos los tesoros que Jesús nos conquistó con su
Sangre y su Muerte»6.
La Virgen no solo es la Puerta del Cielo Ianua
caeli, sino una ayuda poderosísima para que lleguemos a él. Pues, «asunta a
los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple
intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su
amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se
hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la Patria
bienaventurada. Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia
con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora»7.
Por voluntad divina, la Santísima Virgen es la
Mediadora ante el Mediador, como enseña San Bernardo8,
y subordinada a Él. Todas las gracias nos vienen de manos de María, de tal
manera, afirman muchos teólogos, que Cristo no nos otorga nada sino a través de
Nuestra Señora. Y Ella está siempre bien dispuesta a concedernos lo que le
pidamos y nos ayude en nuestra salvación. No nos quedemos cortos durante esta
Novena en la petición. Con motivo de la gran fiesta que estamos preparando,
Ella otorga sus dones con largueza.
II. San Alfonso M.ª
de Ligorio afirma que María es Puerta del Cielo porque, de la
misma forma que toda gracia e indulto que otorga el Rey pasa por la puerta de
su palacio, de igual modo ninguna gracia desciende del Cielo a la tierra sin
pasar por las manos de María9.
Desde su vida terrena, aparece Nuestra Señora como la
dispensadora de las gracias. Por Ella, Jesús santifica al Precursor, cuando
visita a su pariente Isabel. En Caná, a instancias de María realizó Jesús su
primer milagro, convirtiendo el agua en vino; allí también, por este milagro,
sus discípulos creyeron en Él10.
La Iglesia comienza su camino, a través de la historia de los hombres y de los
pueblos, el día de Pentecostés, y «se sabe que al comienzo de este camino está
presente María, que vemos en medio de los Apóstoles en el cenáculo “implorando
con sus ruegos el don del Espíritu Santo”»11.
Por la intercesión ante su Hijo, María nos alcanza y
distribuye todas las gracias, con ruegos que no pueden quedar defraudados. Esta
intercesión es aún mayor después de su Asunción al Cielo y de haber sido
elevada en dignidad por encima de los ángeles y de los arcángeles. Ella nos
distribuye el agua de la fuente, no toda de una vez afirma San Bernardo-, sino
que hace caer la gracia gota a gota sobre nuestros corazones resecos, a unos
más, a otros menos. De la fuente que brota del corazón del Padre, nos
distribuye enseguida a nosotros todo cuanto somos capaces de recibir12.
Ella conoce perfectamente nuestras necesidades y nos distribuye las gracias que
necesitamos. Solo nuestra mala voluntad puede impedir que esas gracias lleguen
al alma.
Por el conocimiento que tiene de las necesidades
espirituales y materiales de cada uno de sus hijos, Nuestra Señora, llevada por
su inmensa caridad, intercede constantemente por nosotros. Mucho más cuando se
lo pedimos con insistencia, como hacemos estos días. Otras veces dejaremos en
sus manos la solución de los problemas que nos agobian, con el claro
convencimiento de que Ella sabe mejor que nosotros lo que nos conviene: «Madre
mía... ya ves que necesito esto y aquello... que este amigo, este hermano, este
hijo... están lejos de la Casa paterna...». En Ella se dan con toda plenitud
las palabras de Jesús en el Evangelio: quien busca, encuentra: quien
pide, recibe: al que llama, se le abrirá13.
¿Cómo nos va a dejar en la puerta cuando le pedimos que nos abra? ¿Cómo no nos
va a socorrer si nos ve tan necesitados?
III. Ianua
caeli, ora por eis... ora pro me.
El título de Puerta del Cielo le
conviene a la Virgen por su íntima unión con su Hijo y por cierta participación
en la plenitud de poder y de misericordia que deriva de Cristo, Nuestro Señor.
Él es, por derecho propio y principal, el camino y la entrada a la gloria, ya
que con su Pasión y Muerte nos abrió las puertas del Cielo, antes cerradas. A
María la llamamos Puerta del Cielo porque, con su intercesión
omnipotente, nos procura los auxilios necesarios para llegar al Cielo y entrar
hasta el mismo trono de Dios14,
donde nos espera nuestro Padre.
Además, ya que por esa puerta celestial nos llegó
Jesús, vayamos a Ella para encontrarle, pues «María es siempre el camino que
conduce a Cristo. Cada encuentro con Ella se resuelve necesariamente en un
encuentro con Cristo mismo. ¿,Qué otra cosa significa el continuo recurso a
María, sino un buscar entre sus brazos, en Ella y por Ella y con Ella, a
Cristo, nuestro Salvador»15.
Siempre, como los Magos en Belén, encontramos a Jesús con María, su
Madre16. Por eso se ha dicho en tantas ocasiones que la devoción a la
Virgen es señal de predestinación17.
Ella cuida de que sus hijos acierten con la senda que lleva a la Casa del Padre.
Y si alguna vez nos desviamos, utilizará sus recursos poderosos para que
retornemos al buen camino, y nos dará su mano como las madres buenas para que
no nos desviemos de nuevo. Y si hemos caído, nos levantará; y nos arreglará una
vez más para que estemos presentables ante su Hijo.
La intercesión de la Virgen es mayor que la de todos
los santos juntos, pues los demás santos nada obtienen sin Ella. La mediación
de los santos depende de la de María, que es universal y siempre subordinada a
la de su Hijo. Además, las gracias que nos obtiene la Virgen ya las ha merecido
por su honda identificación con la Pasión y Muerte de Cristo. Con su ayuda
entraremos en la Casa del Padre.
Con esos pequeños actos de amor que le estamos
ofreciendo estos días, no podemos ni siquiera imaginar la lluvia de gracias que
está derramando sobre cada uno de nosotros y sobre las personas que le
encomendamos, y sobre toda la Iglesia. «Las madres no contabilizan los detalles
de cariño que sus hijos les demuestran; no pesan ni miden con criterios
mezquinos. Una pequeña muestra de amor la saborean como miel, y se vuelcan
concediendo mucho más de lo que reciben. Si así reaccionan las madres buenas de
la tierra, imaginaos lo que podremos esperar de Nuestra Madre Santa María»18.
No nos separemos de su lado; no dejemos un solo día de acudir a su protección
maternal.
1 Himno Ave,
maris stella. —
2 Ez 44,
1. —
3 Benedicto
XIV, Bula Gloriosae Dominae, 27-IX-1748. —
4 F. M. Moscher, Rose
mística, p. 240. —
5 Cfr. Vita
fratris Leonis, en Analecta Franciscana, III, I. —
6 San
Pío X. Enc. Ad diem illum. 2-II-1904. —
7 Conc.
Vat. II. Const. Lumen gentium, 62. —
8 San
Bernardo, Sermón sobre las doce prerrogativas de la B. Virgen
María, en Suma Aurea, VI, 996. —
9 San
Alfonso María de Ligorio, Las glorias de María, 1, 5, 7.
—
10 Cfr. Jn 2,
11. —
11 Juan
Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, 25-III-1987, n. 26.
—
12 Cfr. San
Bernardo, Homilía en la Natividad de la B. Virgen María, 3,
5. —
13 Mt 7,
8. —
14 Cfr. Card.
I. Gomá, María Santísima, vol. II, pp. 162-163. —
15 Pablo
VI, Enc. Mense Maio, 29-IV-1965. —
16 Cfr. Mt 2,
11. —
17 Cfr. Pío
XII, Enc. Mediator Dei, 20-II-1947. —
18 San
Josemaría escrivá, Amigos de Dios, 280.
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