Por Simón García
Si desde la oposición no se
relanza una política transicional plural el empate catastrófico se
prolongará. Al aceptar la iniciativa de Noruega el cese a la usurpación,
como requisito previo, desapareció. Pero se mantuvo una defensa del mantra y
se bloqueó la necesidad de ajustarlo que ocasionó errores fatales, ligados al
diseño estratégico y no a fallas operativas. Ya hasta nuestros aliados
internacionales saben que el derrocamiento militar del régimen no es la opción
viable.
Los hechos redujeron la ruta
de los tres pasos a un recitado retórico que sólo introduce separaciones en la
oposición y refuerza un atrincheramiento agresivo que dispersa a sectores de la
oposición hacia una secundaria reyerta entre ella.
La práctica del 2019 muestra
y demuestra que si se continúa combatiendo al régimen desde una oposición
dividida, Maduro aumentará sus chances de perpetuación. Es decir, se harán más
prolongadas y destructivas para el país las consecuencias del autoritarismo.
Dos sensaciones comienzan a
sembrar pesimismo. Una es que la lucha de boxeo de sombras con movilizaciones
sin objetivos vinculados al fortalecimiento de la conciencia y la organización
de los sujetos activos y potenciales de cambio pierde sentido. La otra es el
espejismo de mejoramiento económico si el régimen logre sortear las sanciones y
la dolarización perversa ayuda a algunos segmentos a flotar sobre las
calamidades.
Si estas sensaciones
entroncan, las campanas no van a doblar por Guaidó sino por las esperanzas de
cambio. Si además, los principales partidos deciden entregar, sin defender con
votos, a la Asamblea Nacional el empate se hará una derrota dura de remontar.
A la hora de soportar
fracasos, no vale distinguir entre mayorías y minorías o moderados y
extremistas. Ningún componente escapará ileso al retroceso de la oposición y el
país..
Para eludir ese final
apocalíptico hay que encarar tres déficits: la carencia de pensamiento
alternativo, la precaria dimensión social de las políticas y la ausencia de
eficacia. Y sobre todo, habilitar una pista de aterrizaje unitaria.
La acumulación de éxitos
frente a este régimen exige dejar atrás los empaques hegemónicos, Obliga
también a pensar una nueva política transicional basada en una estrategia y no
sólo en una rígida secuencia de objetivos.
Los dirigentes de los
partidos de oposición, los de la mayoría y la minoría, tienen las claves para
girar la estrategia y poner en marcha esa nueva política. Las declaraciones de
Capriles, el volumen que Henry Ramos le sube a la preparación de la maquinaria
electoral, el apoyo de Rosales a un acuerdo parcial en el sector eléctrico, la
rendija abierta por los partidos del Diálogo Nacional, la líneas de autonomía
de Copei indican que hay oportunidades para concertar un cambio de estrategia
sin hachas ni pilas de leña para quemarnos entre nosotros mismos. Hay que
contribuir a que en VP disminuyan las incrustaciones extremistas y que venza la
reacción defensivamente ante el ataque que el régimen acentúa contra sus
dirigentes.
Para ver que hay después de
la otra orilla, hay que pasar una sola prueba: elegir un nuevo CNE en la AN. Es
la brazada para salirnos del remolino de nuestros marasmos. Hay que intentarlo.
Entre todos.
01-12-19
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