Tomás Páez 04 de febrero de 2020
@tomaspaez
La
moda de los muros, vallas y controles fronterizos rígidos y la exigencia de
pasaporte para poder movilizarse entre regiones de un mismo país no son
inventos recientes. Hunde sus raíces en los regímenes del socialismo real. Lo
instauran con el fin de evitar el éxodo de sus ciudadanos ávidos de libertad y
de calidad de vida, negados por ese sistema. La precariedad económica e
intelectual creada por esos sistemas son acicates para la huida, mientras se
puede, en tensión y confrontación con esos regímenes cuyo propósito es
impedirlo.
Pese
a todas las evidencias, estudiosos del tema migratorio en Latinoamérica y el
mundo insisten en responsabilizar al “neoliberalismo”, sin explicar el
contenido y alcance del término, de ser la causa fundamental de toda migración.
Se excluye y exculpa al socialismo real o a los intentos por imponerlo a través
de las armas. También se excluye a
aquellas dictaduras que lo representan. Otros aderezan y complementan este
enfoque con el argumento según el cual “los países desarrollados nos roban los
cerebros” (Arreaza dixit), cuyo suplemento es el de la “fuga de cerebros”.
Esta
última noción fue usada y justificada extensamente por los representantes de
los países socialistas soviéticos, sistema en el cual está excluida la
movilidad de los ciudadanos; movilidad y socialismo son antónimos. A pocos años
del experimento totalitario, en 1922, la Unión Soviética había impuesto
restricciones a la migración. Con ese fin se instaló la norma de exigir
pasaportes para movilizarse entre regiones.
El
socialismo es sinónimo de planificación centralizada y estatización de la
actividad social, cultural, política y económica y, por ende, también engloba
el control de la movilidad humana; deja de ser una decisión individual. Todos
los intentos de planificación centralizada han fracasado, pues desconocer los
derechos individuales de movilidad, propiedad y libre mercado, han resultado en
inmensos descalabros sociales y económicos.
China
es un buen ejemplo: mientras intentó planificarlo todo, con aquel tétrico
“salto adelante”, propició la mayor hambruna del siglo pasado. Cuando admitió
la economía familiar (propiedad) y el mercado y cuando finalmente otorgó rango
constitucional al derecho de propiedad privada, ese país creció de manera
relativamente sólida y sostenida. Hay quienes en su intento por salvar al
socialismo afirman que lo de Venezuela es un arroz con mango y se les recuerda
lo ocurrido con todos los socialismos reales: escasez, hambre, atraso,
represión y terror y, por supuesto, diáspora.
No
fueron pocos los académicos e intelectuales que defendieron las atrocidades
cometidas por los regímenes socialistas, los cuales calificaban a sus diásporas
como desertores o traidores. Antonio
Escohotado en su trilogía Los enemigos del comercio documenta varias de tales
experiencias de esos países. Ese horror se mercadeó como el paraíso en la
tierra y denigraron de sus diásporas, a las que definieron como enemigos del
pueblo, gusanos o limpia retretes. Eso lo hemos escuchado de varios
vicepresidentes y del tinglado de amigos del señor Maduro.
En
1948, cuando se discutía la Declaración Universal de los Derechos Humanos, los
representantes socialistas se opusieron firmemente al artículo referido a la
movilidad; “cada ciudadano tiene el
derecho de dejar cualquier país incluido el propio”. Sugirieron modificarlo
agregando la siguiente frase “de acuerdo con las normas de cada país”. En lugar
de movilidad e individuo, inmovilidad y autorización estatal. La declaración
destaca el carácter pionero del sistema socialista en la creación de
obstáculos, prohibiciones y muros a
objeto de impedir el libre tránsito de las personas.
Bajo
ese régimen los ciudadanos son piezas del proceso productivo bajo el comando
del Estado y el partido, las personas han sido secuestradas, son rehenes y, por
tanto, su liberación tiene un precio (en criollo: los ptanes de la política).
Utilizan a los migrantes (rehenes) para establecer acuerdos políticos o para
obtener incentivos económicos o préstamos, como en el caso del éxodo de los
alemanes desde Polonia. El régimen rumano percibió cuotas fijas de 5.000 marcos
por cada alemán al que se le permitía migrar. Ese precio crecía año tras año.
La Alemania socialista envío 70.000 presos políticos a Alemania Occidental
(capitalista y demócrata) cuyo costo se cifró en 70.000 marcos alemanes.
Por
ello, no resulta extraño la solicitud de indemnización formulada en 2018 por el
señor Maduro al gobierno colombiano. La misma la hacía sobre la base de su
cifra de 5,6 millones de colombianos viviendo en Venezuela. Lo pide además con
carácter retroactivo. Esas declaraciones revelan varias cosas. En primer lugar,
desconocimiento del número de ciudadanos colombianos en Venezuela; la realidad
es que la inmigración colombiana nunca alcanzó esa cifra. En segundo lugar,
degrada al ser humano a un precio, como hicieron los regímenes socialistas en
el mundo. En tercer lugar, desconoce la hospitalidad del venezolano y de la
historia de Venezuela como país de acogida de migrantes de todo el mundo por
quienes no pidió compensación alguna y, en cuarto lugar, la declaración delata
su desprecio y su desconocimiento de los significativos aportes económicos,
sociales y culturales a Venezuela imposibles de cuantificar.
La
tensión entre un sistema que asfixia y destruye las libertades y coloca todo
tipo de obstáculos a la movilidad y las ansias de libertad y búsqueda de una
mejor calidad de vida se salda con éxodos masivos, desesperados y forzados;
verbigracia las migraciones cubana, nicaragüense y venezolana. La tensión
culmina cuando el socialismo desaparece y el ser humano recupera la dignidad, las
libertades y los derechos, entre ellos, el de la movilidad.
Lo
expresa claramente el informe de quien fuera responsable de las relaciones con
los países socialistas, Yuri Andropov, quien expresó su total desacuerdo con
los argumentos utilizados por los jefes de la Alemania del Este para explicar
su migración académica y científica (la intelligentsia) que la atribuían a
razones económicas. Lo hizo basado en los testimonios de los refugiados,
quienes aclaraban que lo hacían por razones políticas, por encima de las
económicas, manifestando de este modo su ansia de libertad y democracia.
Quienes migraban defendían sus libertades y derechos: el de propiedad, la
libertad de expresión y su rechazo a la vida cuartelaría y uniformada.
En
1961 construyeron el Muro de Berlín, el cual separaba la involución, el atraso
y la muerte presente en Alemania del Este de las libertades, la modernidad y la
vida que florecía en la Alemania Occidental. Es el símbolo físico de los
obstáculos a la movilidad humana. El muro impedía a los ciudadanos del Este
comparar su terrible precariedad con los elevados estándares de vida de sus
vecinos y familiares, lo podían constatar con solo cruzar la frontera.
Finalmente, el muro destruido en 1989 evidencia el fracaso del modelo
socialista.
Al
hablar del muro viene a mi la experiencia de una gran amiga en su viaje por los
países socialistas a medianos de la década de los setenta. Viajaba con sus
hijos menores, llegó a Alemania del Este en horas de la noche y debió
movilizarse a la Alemania desarrollada para adquirir los alimentos que
demandaba la cría. Pudo adquirirlos y además respirar vida y libertad. Es la
misma sensación experimentada por los ciudadanos venezolanos al momento de
llegar a Cúcuta, Riohacha, Aruba, Curazao, Boa Vista, etc.
Carlos
Alberto Montaner, refiriéndose a la diáspora cubana dice: “Huyen de un país
cuya vida que tiene por delante es triste. Carecen de los objetos que ansían.
No pueden elegir su destino. No pueden soñar con ser piloto, médico o
aventurero. (Serán lo que el Estado les permita ser). No pueden viajar. No
pueden leer los libros que deseen. No pueden exteriorizar sus peculiaridades o
sus extravagancias, porque alejarse del arquetipo conformista y disciplinado es
un acto contrarrevolucionario. No pueden
rechazar o burlarse de la verdad oficial. No pueden protestar contra la absurda
aventura africana. La vida ya, y para siempre, es un «no poder» realizar un
proyecto personal libremente elegido.
¿Cómo sorprenderse de que millares de jóvenes formados por la revolución
corrieran hacia la embajada peruana o hacia los botes del puerto de Mariel o
hacia las balsas en las que (a veces) logran navegar hastaFlorida? Frente al
horror solo cabe una respuesta: huir”.
En
el éxodo venezolano interviene otra dimensión: la inseguridad. Revisando el
número de muertos habidos en Colombia, tras cinco décadas de confrontación
bélica iniciadas por las FARC y el ELN, la posterior incorporación de los
paramilitares y los grupos relacionados con la droga, documentado por la Comité
de la Verdad, es 200.000. En Venezuela, en tan solo 2 décadas, el número de
muertos se aproxima a los 400.000, el doble.
Los
6 millones de venezolanos integrantes de la diáspora ansían encontrar trabajo,
recursos, la paz y las posibilidades de desarrollo que el socialismo del siglo
XXI niega a sus ciudadanos. Desde donde hoy se encuentra la diáspora envían a
familiares y amigos remesas, medicinas y artefactos en montos que varían de
acuerdo con la fuente de análisis entre 4.000 millones y 8.000 millones de
dólares.
La
movilidad humana es un derecho fundamental reconocido por los países
democráticos, Latinoamérica, países del Caribe y del mundo, están dando un
ejemplo: en lugar de muros y vallas, tienden puentes y dan facilidades. Lo
hacen pese a tener no pocos problemas que atender: desplazados internos,
informalidad, desigualdad, etc. Aprovechamos para, desde el Observatorio de la
Diáspora Venezolana, expresar nuestro profundo agradecimiento a todos los que
acogen a la diáspora venezolana.
Estos
puentes facilitan la globalización, la integración y el ensanchamiento del mercado,
el cual no se puede reducir solo al intercambio de bienes y servicios; también
se intercambian conceptos e ideas. A estos últimos beneficios se suman los
asociados a la superación de la pobreza, la escasez, la inseguridad y la
creación de nuevas redes personales, empresariales e institucionales,
fundamentales para la reedificación de Venezuela.
Es
preciso mirar el fenómeno migratorio de otra manera, tanto en sus causas como
en sus efectos, comprender a la diáspora como un activo para la reconstrucción.
No desde la perspectiva del robo o la fuga, no desde quien ve al migrante como
amenaza. Con la movilidad todos ganan, reduce la pobreza global, en palabras de
Robert Guest. Es necesario comenzar a crear la malla de personas y
organizaciones para desarrollar nuevas formas de abordar y trabajar el fenómeno
migratorio.
Tomás
Páez
@tomaspaez
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