Por Wolfgang Gil Lugo
«El negacionismo es, en
sentido estricto, el estadio supremo del genocidio»
Bernard-Henri Lévy
A mediados del siglo
XIX, Ignaz Semmelweis, un médico obstetra húngaro, estaba espantado por las
elevadas cifras de muertes de mujeres que acababan de dar a luz. La
circunstancia lo condujo a descubrir que lavarse las manos evitaba infecciones.
Con esta sencilla orientación, los fallecimientos disminuyeron drásticamente.
Una acción que ahora nos parece tan básica, no lo era hace apenas siglo y
medio. En 1847, se lo propuso a sus colegas, quienes lo tildaron de loco, de
charlatán.
Esto que le sucedió a
Semmelweis no fue un caso aislado. En la historia de la ciencia estas
situaciones han sido frecuentes. Cómo no recordar la condena de Giordano Bruno
a la hoguera por afirmar que el universo era ilimitado y que las estrellas eran
soles en torno a los cuales giraban planetas como el nuestro. También está el
caso de Galileo, en cuyo juicio la Inquisición le mostró los instrumentos de
tortura para obligarlo a retractarse de sus convicciones heliocéntricas.
¿A qué se debe este
fenómeno de negar las evidencias?
La primera respuesta
está en la teoría de la historicidad de la evolución de la ciencia. Thomas
Kuhn, autor de La estructura de las revoluciones científicas (1962),
expone que la ciencia está compuesta por grandes marcos conceptuales, los
paradigmas, que articulan el saber de una época. Limitan lo que puede ser
investigado y lo que no. Todo paradigma nace de la superación del paradigma
anterior, pero tiene que esperar que muera la generación defensora del antiguo
paradigma antes de que se acepte el nuevo.
El paradigma dominante
dicta la ceguera selectiva de las evidencias que pueden poner en duda el nuevo
paradigma. Si el científico obra de buena fe, debe estar abierto a considerar
las nuevas evidencias. En caso de no hacerlo, incurre en una actitud que se ha
denominado negacionismo.
La naturaleza del
negacionismo
Los ejemplos clásicos
de historia de la ciencia están referidos a los problemas de aceptación de un
nuevo paradigma. El negacionismo parece estar relacionado al rechazo de
paradigmas establecidos a favor de ideas radicales y controvertidas. Más bien,
los negacionistas alegan que son los precursores de un nuevo paradigma al que
se le niega el derecho a existir. Por eso, una estrategia argumentativa típica
de estos es apelar al relativismo. Reducen las evidencias del adversario a una
opinión, a la cual le pueden oponer otras. Parecen acogerse a la cuarta ley de
Arthur C. Clarke: «Para cada experto hay un experto igual y opuesto».
En tal sentido, se
puede describir el negacionismo como la elección de rehusarse a aceptar una
realidad como forma de evitar una verdad psicológicamente incómoda. Las raíces
del negacionismo se hunden profundamente en las pasiones, por tanto, se puede
afirmar que su naturaleza es irracional, pues evade el reconocimiento de
realidades empíricamente verificables.
Esta versión del
negacionismo encuentra una explicación en el concepto de la disonancia
cognitiva, cuyo término fue acuñado por el psicólogo estadounidense Leon
Festinger. En su libro A Theory of Cognitive Dissonance, de 1957,
Festinger explica: “El trasfondo básico de la teoría consiste en la noción de
que el organismo humano trata de establecer armonía interna, consistencia o
congruencia entre sus opiniones, actitudes, conocimientos y valores” (p. 260).
En otras palabras, cuando el ser humano percibe una incoherencia entre sus
creencias, surge la necesidad de restablecer la coherencia, aunque sea falsa.
Un famoso ejemplo se
refiere al vicio del tabaquismo. En ese este entran en contradicción el
instinto de conservar la salud y la adicción al cigarrillo. La solución
disfuncional se encuentra en autocomplacerse justificándose a sí mismo diciendo
que es mentira que el cigarrillo hace daño a la salud.
Los desvaríos
negacionistas
Al comienzo de la
pandemia de Covid-19, vimos no solo a ciudadanos de a pie, sino a muchos
gobernantes negar el peligro del virus y decir que no era más que una simple
gripe. También oímos innúmeras voces conspiranoicas, las cuales, además de sus
ya clásicos sofismas, afirmaban que no era más que una treta de los gobiernos
para aumentar el control sobre los ciudadanos. (Esto sin negar que muchos
gobernantes autoritarios aprovecharon para pescar en río revuelto).
Antes, hemos sido
testigos de muchas negaciones. La del SIDA, la de la existencia del cambio
climático, la negación de la importancia y necesidad de las vacunas para
prevenir determinadas enfermedades, entre muchas otras. El más pintoresco
negacionismo consiste en la refutación de la esfericidad de nuestro planeta por
parte de los convencidos defensores de la Tierra Plana.
Mención especial merece
la negación de genocidios sistemáticos, como el holocausto armenio en 1915
perpetrado por los turcos, así como el holocausto judío autoría de los nazis en
los años cuarenta del siglo pasado. Paradójicamente son negados por aquellos a
quienes les complacería que se repitieran esos desdichados hechos históricos.
En estos casos, el origen pasional del negacionismo puede estar conectado a
agendas ocultas. Entre sus motivaciones se incluyen el fanatismo o el interés,
ya sea religioso o político.
Con este tema hay una
película reveladora, Negación (2016) de Mick Jackson. El mismo
director de El guardaespaldas (1992). El argumento nos cuenta el
juicio por difamación al que fue sometida Deborah Lipstadt, profesora
norteamericana, especialista en el holocausto judío, quien había calificado de
mentiroso al negacionista británico David Irving, quien estaba empeñado en
propagar la idea de que no hubo exterminio en Auschwitz, y que el mismo Hitler
nunca aprobó la llamada ‘solución final’. Así que la profesora se ve en el
difícil trance de demostrar que el Holocausto ciertamente fue una realidad
histórica. Con valentía, Lipstadt lleva a cabo la defensa de un hecho
incuestionable, así como los principios éticos del humanismo que se ven negados
por los nostálgicos del nazismo.
La hipnosis ideológica
En casos tan radicales
como el nazismo, la explicación del negacionismo exige ser profundizada, pues
entramos en una nueva dimensión. Ahora, no se trata solo de desconocer un hecho
científico, sino de arrebatar la humanidad a otras personas.
Para lograr esto es
necesario hacer un lavado de cerebro a las masas, el cual solo puede ser
explicado como una combinación de ideología e hipnosis, tal como hace Robert
Anton Wilson, pensador ácrata e investigador del fenómeno de la manipulación
mental. Según dice Wilson, en su brillante articulo Creative Agnosticism,
los totalitarismos utilizan una retórica capaz de producir un profundo sueño ideológico.
En tal estado de trance, las evidencias dejan de ser un problema, porque el
pensamiento crítico desaparece. Las masas han entrado en la visión del túnel de
los hipnotizadores. Este proceso de seducción mental exige un terreno abonado
por sujetos dispuestos a ser eximidos del fracaso de su propia existencia, para
así encontrar algún chivo expiatorio a fin de endosarle la culpa.
Wilson dibuja dos
personajes conceptuales para describir el proceso progresivo de degradación
moral. El primer grado está representado por el Hombre Correcto, el sujeto que
está convencido de que posee la virtud de nunca equivocarse, es decir, solo es
verdadera su visión de túnel de la realidad. El segundo grado está encarnado
por el personaje del Macho Violento, quien considera que tiene la potestad de
exterminar a quienes amenazan su visión de túnel de la realidad. Este último
personaje encarna lo que Norbert Bilbeny llama el “idiota moral”, quien está
convencido de que el fin justifica los medios y no hace uso del pensamiento
para corregir esta falacia ética.
De esta manera tiene
lugar la más siniestra de las bodas. La unión de la visión del túnel con el
resentimiento. El resultado consiste en apagar la sensibilidad que percibe el
valor de la vida humana. Tan solo queda vengar una ofensa justificada en una
fantasía enfermiza. Por este camino, se crea una actitud psicópata, la cual se
alimenta del círculo vicioso de representación distorsionada de la realidad con
bajas pasiones. Si esto lo combinamos con burocratismo, obtenemos como
resultado el concepto de “banalidad del mal” de Hannah Arendt.
La anomalía quijotesca
Según Cicerón, la
evidencia es la más decisiva demostración. Quienes niegan las pruebas
consistentes lo hacen tomados por una ignorancia particular: la que rechaza
deliberadamente el conocimiento. La forma más infame de negacionismo es cuando
va unida a la “idiotez moral” que señala Norbert Bilbeny: la que despoja de
humanidad a los semejantes. Entonces, el negacionismo aspira a la licencia de
liberar las pulsiones sádicas.
Existen situaciones
excepcionales donde pasar por encima de las evidencias puede tener alguna razón
válida. Tal es el caso de Don Quijote, quien, en su locura, rechaza la esfera
de la normalidad compartida. Pero no lo hace para manipular. Su propósito es
escapar de un mundo sin poesía, carente de sentido. Como dice Claudio Magris,
en Utopía y desencanto: “(Don Quijote) entiende que el mundo no está
completo ni es verdadero si no se va en busca de ese yelmo hechizado y esa
beldad luminosa”. Si bien el caballero de la triste figura puede evadirse de su
realidad, el atenuante es que no lo hace desde la perspectiva del “idiota
moral” que describe Bilbeny.
Es saludable
mantenernos alejados del negacionismo. Sobre todo en situaciones tan graves
como la que ha ocasionado el SARS-CoV-2. Tom Frieden, exdirector de los Centros
para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, afirmó que “las
últimas pandemias de influenza moderadamente severas sucedieron en 1957 y 1968;
cada una mató a más de un millón de personas en todo el mundo”. Y agregó que
“aunque estamos mucho más preparados que en el pasado, también estamos mucho
más interconectados, y muchas más personas hoy en día tienen problemas de salud
crónicos que hacen que las infecciones virales sean particularmente
peligrosas”.
A la fecha, la Covid-19
pasa de los 6 millones de infectados y nos acercamos a los 400.000 fallecidos
globalmente. Sin embargo, son demasiados los que siguen descreyendo de la
enfermedad “porque todavía no han visto el primer enfermo”. Cuidado. Muchas
veces terminamos siendo el ejemplo contrafactual de lo que decimos. El desafío
consiste en mantener la ponderación. Como decía el físico teórico Richard
Feynman: «Hay que tener la mente abierta. Pero no tanto como para que se nos
caiga el cerebro».
02-06-20
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