Laureano Márquez 06 de junio de 2020
@laureanomar
Es
una vieja institución de la República romana (la antigua Roma, anterior al
imperio mesmo, aproximadamente 500 años a.C.). Era un cargo anual (o sea, de un
año), una forma de gobierno ejercida por dos personas a la vez (cargo
colegiado, que llaman). Consulado originariamente se refiere a “los que caminan
juntos”, queriendo significar con ello que ambos magistrados tenían similar
poder. Palabras emparentadas con consulado son consultar, consulta y
jurisconsulto, nada que ver con insulto
o insultar, que literalmente significan “asaltar” o “saltar sobre otro”, pero
más concretamente “agredir de palabra”, “mofarse” o “hablar de una persona en
forma cruel o despectiva” i.t.m.d.m (incluye también mentada de madre).
Los
cónsules compartían poder administrativo y militar y su poder se fue diluyendo
progresivamente hasta que el Senado los terminó pasando como algo decorativo
por el forro romano, allá por los alrededores del arco de Trajano. A los
cónsules inicialmente se les llamó pretores. En latín el prefijo “prae”
significa “el que va antes de” o “delante de” (no confundir con “pran”, aunque
este vaya delante de todo el mundo). De allí palabras como “prejuicio” (antes
del juicio), “precoz” (antes maduro) o “prepucio” (delante del pucio). Lo que
sí está claro es que el cargo estuvo primeramente limitado a los patricios (y
patricias, para usar lenguaje inclusivo).
Cuando
se promulgó la ley Licinia (estamos hablando del 367 a.C., a eso de las once y
media de la mañana) se dispuso que uno de los dos cónsules debía ser electo
entre los plebeyos (aquí sí que no “antes de bellos” porque en ese caso sería
“prebellos”. Al respecto ver: “mi sangre, aunque plebeya, también tiñe de rojo”
-rojo rojito, naturalmente-).
Bueno,
para hacerles el cuento corto, como dicen los cubanos, la institución del
consulado fue perdiendo poder en los últimos años de la República hasta
convertirse en un cargo meramente honorífico. Al final, Cayo Aurelio, Cayo
Claudio, Cayo Julio César, hasta que terminaron callando todos. Vino entonces
el tiempo de Siervo Suplicio con lo que la
República llegó, no ya al Séptimo Severo, sino al XXI Severo. Ya Cómodo
en el poder, Sila situación no cambia, Caracalla nos llevará a las catacumbas,
pero eso es otro terma.
Los
cónsules vestían con una “toga praetexta” una toga con un tejido “antes de”
-nuevamente- la toga (de allí “pretexto”, aquello que “se teje” para cubrir
algo). Los zapatos: “calcei senatorii”, solo ellos sabían dónde les apretaban.
Los cónsules tenían una escolta y 12 lictores (que no lectores, porque
realmente eran bastante brutos).
Como
dato curioso, en el año 59 a. C. el cónsul que hacía pareja con Julio César, Marcus Calpurnius Bibulus, no tenía manera de
contrarrestar las imposiciones de aquel. De manera que en ese año todo sucedió
como si César hubiese gobernado solo. Los romanos, a modo de broma hablaban del
año del consulado de Julio y César. La única decisión que uno de los cónsules
podía tomar por sí solo, sin que pudiera ser vetada por el otro, era el
nombramiento de un dictador en caso de grave crisis. En la práctica, Julio
César, “in pectore”, ya se había autodesignado.
Aunque
se refería a otra forma de consulado, vale la pena, para terminar, recordar al
gran humorista Francisco Pimentel (Job Pim) cuando en tiempos de López
Contreras lo designaron cónsul en Sevilla para, de alguna manera, resarcir los
maltratos de la dictadura. En aquel momento dijo una frase que viene a cuento :
“Este es un consulado bueno, pero consulado malo”.
P.D.:
en otro orden de ideas, que alguien le abra la puerta a Walter antes de que la
Tierra vuelva a girar una vez más sobre su eje.
Laureano
Márquez
@laureanomar
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