Francisco Fernández-Carvajal 13 de septiembre
de 2020
@hablarcondios
— Origen de la fiesta.
— El Señor bendice con la Cruz a quienes más ama.
— Los frutos de la Cruz.
I. Por la Pasión de
Nuestro Señor, la Cruz no es un patíbulo de ignominia, sino un trono de
gloria. Resplandece la Santa Cruz, por la que el mundo recobra la
salvación. ¡Oh Cruz que vences! ¡Cruz que reinas! ¡Cruz que limpias de todo
pecado! Aleluia1.
La fiesta que hoy celebramos tiene su origen en
Jerusalén en los primeros siglos del Cristianismo. Según un antiguo testimonio2,
se comenzó a festejar en el aniversario del día en el que se encontró la Cruz
de Nuestro Señor. Su celebración se extendió con gran rapidez por Oriente y
poco más tarde a la Cristiandad entera. En Roma tuvo gran solemnidad la
procesión que, antes de la Misa, para venerar la Cruz3,
se dirigía desde Santa María la Mayor a San Juan de Letrán.
A principios del siglo VII los persas
saquearon Jerusalén, destruyeron muchas basílicas y se apoderaron de las
sagradas reliquias de la Santa Cruz, que serían recuperadas pocos años más
tarde por el emperador Heraclio. Cuenta una piadosa tradición que cuando el
emperador, vestido con las insignias de la realeza, quiso llevar personalmente
el Santo Madero hasta su primitivo lugar en el Calvario, su peso se fue
haciendo más y más insoportable. Zacarías, Obispo de Jerusalén, le hizo ver que
para llevar a cuestas la Santa Cruz debería despojarse de las insignias
imperiales e imitar la pobreza y la humildad de Cristo, que se había abrazado a
ella desprendido de todo. Heraclio vistió entonces unas humildes ropas de
peregrino y, descalzo, pudo llevar la Santa Cruz hasta la cima del Gólgota4.
Es posible que desde niños aprendiéramos a hacer el
signo de la Cruz en la frente, en los labios y en el corazón, en señal externa
de nuestra profesión de fe. En la Liturgia, la Iglesia utiliza el signo de la
Cruz en los altares, en el culto, en los edificios sagrados. Es el árbol
de riquísimos frutos, arma poderosa, que aleja todos los males y espanta a
los enemigos de nuestra salvación: Por la señal de la Santa Cruz, de
nuestros enemigos líbranos, Señor, pedimos todos los días al signarnos. La
Cruz enseña un Padre de la Iglesia «es el escudo y el trofeo contra el demonio.
Es el sello para que no nos alcance el ángel exterminador, como dice la
Escritura (cfr. Ex 9, 12). Es el instrumento para levantar a
los que yacen, el apoyo de los que se mantienen en pie, el bastón de los
débiles, la guía de quienes se extravían, la meta de los que avanzan, la salud
del alma y del cuerpo, la que ahuyenta todos los males, la que acoge todos los
bienes, la muerte del pecado, la planta de la resurrección, el árbol de la vida
eterna»5. El Señor ha puesto la salvación del género humano en
el árbol de la Cruz, para que donde tuvo origen la muerte, de allí resurgiera
la Vida, y el que venció en un árbol, fuera en un árbol vencido6.
La Cruz se presenta en nuestra vida de muy diferentes
maneras: enfermedad, pobreza, cansancio, dolor, desprecio, soledad... Hoy
podemos examinar en nuestra oración nuestra disposición habitual ante esa Cruz
que se muestra a veces difícil y dura, pero que, si la llevamos con amor, se
convierte en fuente de purificación y de Vida, y también de alegría. ¿Nos
quejamos con frecuencia ante las contrariedades? ¿Damos gracias a Dios también
por el fracaso, el dolor y la contradicción? ¿Nos acercan a Dios estas
realidades, o nos separan de Él?
II. La Primera
lectura de la Misa7 nos
narra cómo el Señor castigó al Pueblo elegido por murmurar contra Moisés y
contra Yahvé, al experimentar las dificultades del desierto, enviándole
serpientes que causaron estragos entre los israelitas. Cuando se arrepintieron,
el Señor dijo a Moisés: Haz una serpiente de bronce y ponla por señal;
el herido que la mirare, vivirá. Hizo, pues, Moisés una serpiente de bronce y
la puso por señal, y los heridos que la miraban eran sanados. La serpiente
de bronce era signo de Cristo en la Cruz, en quien obtienen la salvación los
que lo miran. Así lo expresa Jesús en su conversación con Nicodemo, recogida en
el Evangelio: Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es
preciso que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga
vida eterna en él8.
Desde entonces, el camino de la santidad pasa por la Cruz, y cobra sentido algo
tan falto de él como es la enfermedad, el dolor, la pobreza, el fracaso..., la
mortificación voluntaria. Es más, Dios bendice con la Cruz cuando quiere
otorgar grandes bienes a un hijo suyo, al que trata entonces con particular
predilección.
Muchas gentes huyen de la Cruz de Cristo como en
desbandada, y se alejan de la alegría verdadera, de la eficacia sobrenatural
que llena el corazón, de la misma santidad; huyen de Cristo. Llevémosla
nosotros sin rebeldía, sin quejas, con amor. «¿Estás sufriendo una gran
tribulación? -¿Tienes contradicciones? Di, muy despacio, como paladeándola,
esta oración recia y viril:
»“Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente
ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios, sobre todas las cosas.
Amén. Amén”.
»Yo te aseguro que alcanzarás la paz»9.
III. Cruz
fiel, tú eres el árbol más noble de todos; ningún otro se te puede comparar en
hojas, en flor, en fruto10.
El amor a la Cruz produce abundantes frutos en el
alma. En primer lugar, nos lleva a descubrir enseguida a Jesús, que nos sale al
encuentro y toma lo más pesado de la contradicción y lo carga sobre sus
hombros. Nuestro dolor, asociado al del Maestro, deja de ser el mal que
entristece y arruina, y se convierte en medio de unión con Dios. «Si sufres,
sumerge tu dolor en el suyo: di tu Misa. Pero si el mundo no comprende estas
cosas, no te turbes; basta con que te comprendan Jesús, María, los santos. Vive
con ellos y deja que corra tu sangre en beneficio de la humanidad: ¡como Él!»11.
La Cruz de cada día es una gran oportunidad de
purificación, de desprendimiento y de aumento de gloria12.
San Pablo enseñaba con frecuencia a los cristianos que las tribulaciones son
siempre breves y llevaderas, y el premio de esos sufrimientos llevados por
Cristo es inmenso y eterno. Por eso el Apóstol se gozaba en sus tribulaciones,
se gloriaba de ellas y se consideraba dichoso de poder unirlas a las de Cristo
Jesús y completar así su Pasión para bien de la Iglesia y de las almas13.
El único dolor verdadero es alejarnos de Cristo. Los demás padecimientos son
pasajeros y se tornan gozo y paz: «¿No es verdad que en cuanto dejas de tener
miedo a la Cruz, a eso que la gente llama cruz, cuando pones tu voluntad en
aceptar la Voluntad divina, eres feliz, y se pasan todas las preocupaciones,
los sufrimientos físicos o morales?
»Es verdaderamente suave y amable la Cruz de Jesús.
Ahí no cuentan las penas; solo la alegría de saberse corredentores con Él»14.
El trato y la amistad con el Maestro nos enseñan, por
otra parte, a ver y a llevar con una disposición joven, decidida, alejada de la
tristeza y de la queja, las dificultades que se presentan. Las veremos, igual
que han hecho los santos, como un estímulo, un obstáculo que es preciso saltar
en esta carrera que es la vida. Este espíritu alegre y optimista, incluso en
los momentos difíciles, no es fruto del temperamento ni de la edad: nace de una
profunda vida interior, de la conciencia siempre presente de nuestra filiación
divina. Esta disposición serena, optimista, creará en toda circunstancia un
buen ambiente a nuestro alrededor en la familia, en el trabajo, con los
amigos... y será un gran medio para acercar a otros al Señor.
Terminamos nuestra oración junto a Nuestra Señora.
«“Cor Mariae perdolentis, miserere nobis!” invoca al Corazón de Santa María,
con ánimo y decisión de unirte a su dolor, en reparación por tus pecados y por
los de los hombres de todos los tiempos.
»Y pídele para cada alma que ese dolor suyo aumente en
nosotros la aversión al pecado, y que sepamos amar, como expiación, las
contrariedades físicas o morales de cada jornada»15.
*La devoción y
el culto a la Santa Cruz, donde Cristo dio su vida por nosotros, se remonta a
los mismos comienzos del Cristianismo. En la Liturgia se tiene constancia desde
el siglo iv. La Iglesia conmemora hoy el rescate de la Cruz del Señor por
obra del emperador Heraclio en su victoria sobre los persas. En los textos de
la Misa y de la Liturgia de las Horas la Iglesia canta con entusiasmo
a la Santa Cruz, pues fue el instrumento de nuestra salvación; si el árbol a
cuya sombra pecaron de desobediencia nuestros primeros padres fue causa de
perdición, el Árbol de la Cruz es el origen de nuestra salvación eterna.
1 Liturgia
de las Horas, Antífona de Laudes. —
2 Cfr. Egeria, Itinerario,
ed. preparada por A. Arce, BAC, Madrid 1980, pp. 318-319.
—
3 Cfr. A.
G. Martimort, La Iglesia en oración, Herder, 3.ª ed.,
Barcelona 1987, pp. 989-990. —
4 Cfr. P.
Croisset, Año cristiano, Madrid 1846, vol. 7, pp. 120-121.
—
5 San
Juan Damasceno, De fide ortodoxa, IV, 11. —
6 Prefacio
de la Misa. —
7 Num 21,
4-9. —
8 Jn 3,
14-15. —
9 San
Josemaría Escrivá, Camino n. 691. —
10 Himno Crux
fidelis. —
11 Ch.
Lubich, Meditaciones, Ciudad Nueva, Madrid 1989, p. 32.
—
12 Cfr. A.
Tanquerey, La divinación del sufrimiento, Rialp, Madrid
1955, p. 18. —
13 Cfr. Rom 7,
18; Gal 2, 19-20; 6, 14; etc. —
14 San
Josemaría Escrivá, Vía Crucis, Rialp, 2.ª ed., Madrid 1981,
II. —
15 ídem, Surco,
n. 258.
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