Opus Dei 06 de febrero de 2021
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Segunda
reflexión para meditar durante los siete domingos de san José. Los temas
propuestos son: san José, padre amado; modelo de padre; patrono de la familia.
EN LA ORACIÓN pronunciada por Cristo en Getsemaní se
manifiesta la cercanía y el poder de Dios: «¡Abbá, Padre, para ti todo
es posible!» (Mc 14,35). Podemos pensar que Jesús, años antes, se dirigió
muchas veces con esa misma exclamación a José, su padre en la tierra: abbá,
papá. Por eso el patriarca, en su humanidad igual a la nuestra, es en cierto
sentido un icono de la paternidad de Dios. Así lo ha entendido a lo largo de
los siglos la piedad popular y lo han hecho también los artistas, representando
a san José con un rostro idéntico al del Padre.
San Josemaría notaba que Dios es el primero que ama de
modo especialísimo a san José. Dios, al preparar un padre terrenal para Jesús,
de manera similar a como lo había hecho con María, eligió a un hombre especial,
justo, cuya santidad atraía a los demás y llenaba de paz su entorno. «La
Sagrada Escritura cuenta muy poco de san José. Parece que tenía un empeño muy
grande de pasar oculto, y el Señor le ha concedido esa virtud tan hermosa
(...). Inmediatamente después de la Virgen, estoy seguro de que en santidad
viene José. Y san José ha tratado tanto a la Virgen y al Niño Dios que hasta la
liturgia se pone –¿cómo diría yo?– afectuosa… San José está adornado de
virtudes admirables. Sería encantador, y tendría además un carácter lleno de
fortaleza, de reciedumbre y de suavidad a la vez»[1].
Es muy significativo que, en la genealogía de
Jesucristo que nos detalla el evangelio de san Mateo, el hilo de unión entre
generaciones sea la paternidad: Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a
Jacob, etc. Pero, al llegar al último eslabón, el evangelista rompe la
secuencia anotando: «Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual
nació Jesús llamado Cristo» (Mt 1,16). La paternidad le toca a san José no por
haber engendrado a Jesús sino por ser el esposo de la Virgen María. San José es
un «padre que siempre ha sido amado por el pueblo cristiano»[2] justamente
por ser el esposo amado de nuestra Madre. Es la belleza y grandeza del
matrimonio lo que funda su paternidad. Y aquel padre y esposo, querido por
tantos fieles, nos puede preguntar: «¿Confías en mis desvelos por ti? ¿Confías
en el deseo que tengo de acercarte al amor de Dios?».
«JOSÉ, HIJO DE DAVID, no temas recibir a María, tu
esposa, porque lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo.
Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús» (Mt 1,20). En estas breves
palabras del evangelista podemos descubrir tres cosas: primero, el carácter
personal de la elección divina –que se manifiesta en el uso de los nombres
propios «José» y «María»–; después, la relación que los unirá –«tu esposa»–; y,
en tercer lugar, la responsabilidad que Dios confiere al patriarca –tú «le
pondrás por nombre»–. En la vida de María y de José todo está en relación con
Jesús, todo está ordenado hacia él. Ese amor matrimonial se traduce en un mirar
juntos a su hijo para, así, como padre y madre, participar en la obra de la
redención. La mayor parte de los cristianos viven su fe precisamente así,
dentro del matrimonio, ya que se trata de una vocación, un camino para mirar e
ir hacia Jesucristo.
En una ocasión, una madre de familia que había quedado
viuda preguntó a san Josemaría cómo llenar el vacío dejado por su esposo: «Sé
muy devota de san José –respondió el fundador del Opus Dei–. San José llevó
adelante la familia de Nazaret, y llevará adelante también la tuya. Adquiere
una imagencita de san José, tenle devoción, enciéndele piadosamente una luz de
cuando en cuando, como nuestras madres, como nuestras abuelas: todas las viejas
devociones son actuales, no hay ni una que no sea actual»[3]. Ya santa
Teresa, siglos atrás, animaba a todas las almas a confiar sin reservas en san
José: «Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso santo, por
la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios»[4].
El santo patriarca, al haber recibido la misión de
educar al Hijo de Dios, de tomarlo de la mano para acompañarlo en sus primeros
pasos en tantos ámbitos de la vida, puede ser un apoyo para todas las familias
y para todo apóstol. San José educó al Niño Jesús en cómo relacionarse con las
demás personas, en el trabajo, en la escucha de la Sagrada Escritura llevándolo
los sábados a la sinagoga... «La misión de san José es ciertamente única e
irrepetible, porque absolutamente único es Jesús. Y, sin embargo, al custodiar
a Jesús, educándolo en el crecimiento en edad, sabiduría y gracia, él es modelo
para todo educador, en especial para todo padre»[5].
SAN JOSÉ tiene un papel propio e insustituible en la
configuración de la Sagrada Familia. «La encarnación del Verbo en una familia
humana, en Nazaret, conmueve con su novedad la historia del mundo. Necesitamos
sumergirnos en el misterio del nacimiento de Jesús, en el sí de María al
anuncio del ángel, cuando germinó la Palabra en su seno; también en el sí de
José, que dio el nombre a Jesús y se hizo cargo de María»[6]. El patriarca,
por aquella particular llamada a constituir la familia de Jesús, aprende a ser
padre, colabora en la preparación del Hijo para el cumplimiento de su misión.
Y, al mismo tiempo, se encuentra permanentemente al lado de su esposa,
sosteniéndola en su tarea de ser madre de Dios. Por eso san José es patrono
también del nacimiento y del desarrollo de nuestras familias.
«La familia es ciertamente una gracia de Dios, que
deja traslucir lo que él mismo es: amor. Un amor enteramente gratuito, que
sustenta la fidelidad sin límites, aun en los momentos de dificultad o
abatimiento»[7]. San Juan
Pablo II señalaba que el futuro de la humanidad pasa por la familia porque
allí, generalmente, desarrollamos los fundamentos más importantes para tener
una vida feliz, aunque Dios también pueda tener otros caminos, ya que cada persona
es única. Por eso acudimos especialmente a san José, patrono de la familia,
para que nos ayude a vivir y a mostrar su belleza, según el modelo de Nazaret.
«No tengamos miedo de invitar a Jesús a la fiesta de
bodas, de invitarlo a nuestra casa, para que esté con nosotros y proteja a la
familia. Y no tengamos miedo de invitar también a su madre María. Los
cristianos, cuando se casan “en el Señor”, se transforman en un signo eficaz
del amor de Dios. Los cristianos no se casan sólo para sí mismos: se casan en
el Señor en favor de toda la comunidad, de toda la sociedad»[8]. A san José,
esposo de la bienaventurada Virgen María, le imploramos diariamente con esta
súplica: Dios te hizo padre y señor de toda su casa, así que ¡ruega por
nosotros!
[1] San Josemaría, Notas de una reunión familiar,
10-VII-1974.
[2] Francisco, carta apostólica Patris corde,
n. 1.
[3] San Josemaría, Notas de una reunión familiar,
26-VI-1974.
[4] Santa Teresa de Jesús, Libro de la vida,
6, 7.
[5] Francisco, Audiencia general, 19-III-2014.
[6] Francisco, ex. ap. Amoris laetitia,
n. 65.
[7] Benedicto XVI, Ángelus, 28-XII-2008.
[8] Francisco, Audiencia general, 29-IV-2015.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/document/meditaciones-2o-domingo-de-san-jose/
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