Ismael Pérez Vigil 13 de febrero de 2021
Las redes sociales reventaron la semana pasada
comentando la reunión entre los representantes de Fedecámaras y el régimen de
oprobio. Bastante ha predicado este régimen que los empresarios son unos
“bandidos explotadores”, “culpables de la crisis económica”, “promotores de las
sanciones” y son los “responsables” de nuestros males, solicitando al pueblo
apoyo “…para librarte de ellos…”, de esta manera ya se garantizaba la
“demonización” del empresariado y de paso se ponía en desventaja al gremio
empresarial, fortaleciéndose el régimen a sí mismo ante cualquier eventual
negociación que se fuera a dar. Ha sido así durante veinte años y no es
distinto ahora. Ni siquiera hace falta que algunos opositores ayuden a la
diatriba, pero si lo hacen, tanto mejor para el régimen.
Sí, hay términos, ideas, conceptos, palabras, que tan
solo pronunciarlas o evocarlas producen rechazo −elecciones, diálogo,
negociación− y en algunos sectores, “unidad” es una palabra que produce un
respingo. Estos términos y las acciones que implican son peligrosos anatemas e
inmediatamente son “satanizadas”. Nada de raro tienen, entonces, las diatribas
contra los empresarios.
Algunos olvidan que desde la infausta fecha en que se
inició este régimen en 1999, hasta hoy, del país han desaparecido miles de
empresas y se han perdido miles de fuentes de empleo, directas; y la empresa
privada, a la cual representa Fedecámaras, ha sufrido una despiadada
persecución por parte de todos los entes regulatorios del gobierno. Los
organismos empresariales venezolanos, casi todas las cámaras, y desde luego sus
llamados organismos cúpula −Fedecámaras, Conindustria, Consecomercio, Fedenaga,
Fedeagro, etc. – han estado a la vanguardia del padecimiento y de la denuncia
de las arbitrariedades del régimen y a la solicitud de libertades económicas
para ejercer su actividad.
Pero, tenemos que evaluar y considerar cuales son los
medios propios de lucha y resistencia de cada uno de los sectores del país que
se oponen a este régimen de oprobio. Por ejemplo, los empresarios no se van a
escribir la palabra “paz” en las manos pintadas de blanco, ni van a desfilar
desnudos con el cuerpo cubierto de pintura azul, ni se van a enfrentar a la GNB
armados de escudos de cartón y mascaras antigás, ni van a salir a tirarle
piedras a la policía o a enfrentarse en las calles a los “colectivos” armados
del régimen. Su actividad es un tanto más discreta. En nombre de las miles de
familias de las que son responsables por su sustento, acudirán, pues es su
deber, cada vez que los convoquen, supuestamente a hablar de los problemas del
país, tratando de buscar allí una alternativa que les impida bajar las
santamarias, pues para eso siempre hay tiempo. Por cierto, bajar las
santamarias y antes de esa medida extrema, dejar de invertir, son las armas de
las que dispone un empresario; supongo que eso no es lo que prefieren los que
los critican por acudir a dialogar.
Los empresarios congregados en Fedecámaras saben bien
que la libertad es la esencia de la democracia y es en libertad como se logra
el desarrollo del país y la mejor forma de generar riqueza, para ellos y para
todos; y es eso −democracia y producción en libertad− algo que está en sus
estatutos desde hace más de 50 años, desde la Carta de Mérida de 1962. No hace
falta que ningún asesor o analista se los recuerde. Seguro que el actual
presidente del Organismo lo tiene bien presente, pues más de una vez lo han
dicho, lo han puesto por escrito, se lo han entregado al gobierno en cientos de
documentos, lo han declarado en las conclusiones de todas sus asambleas desde
1999, cuando comenzaron las sombras que hoy nos agobian. Rápido olvidan algunos
que la casi salida de este régimen en abril de 2002 se debió en parte al paro
cívico convocado, entre otros, por la CTV y Fedecámaras.
Pero ya sabemos que hay palabras “malditas”, términos
“satanizados” y cualquiera que evoque uno de esos términos, se expone al
rechazo agresivo, a que de inmediato se lo califique de “traidor” y
“colaboracionista” por los modernos “Savonarola” de las redes sociales, la
mayoría de los cuales nunca han pagado una nómina y no tienen la
responsabilidad de mantener abiertas empresas que son el sustento de familias
venezolanas. Los empresarios, dicen, recostándose de sus sillas y teclados, lo
que quieren es “cohabitar” con el régimen y en el mejor de los casos los
contemplan con conmiseración por no entender que “…lo que busca el régimen es
ganar tiempo”, frase que, como un mantra, se repite desde hace años, sin que
nadie haya explicado aun ¿Quién le quita el tiempo al régimen? ¿Quién se lo
mide? ¿Quién se lo acorta?
Creo que es un error de juicio o de análisis pensar
que la “premura” que pudiera tener el régimen por mostrarse amplio y dialogante
en este momento es porque “necesita” tiempo y recursos económicos y
financieros. Ciertamente el país, los venezolanos, necesitamos esos recursos
para aliviar la ignominia en la que vivimos, pero el régimen, no. El régimen
tiene −su cúpula, por supuesto− todo el tiempo que necesita y los recursos para
mantenerse; solo la ambición los lleva a buscar más, para seguir dándole palos
a la piñata, no es para resolver los problemas del país.
La estructura “clientelar” que creó y mantuvo Chávez,
de corte populista, donde los pobres “sintieron” que eran tomados en cuenta, se
agotó. Pero este régimen ya aprendió que esa “estructura” la puede sostener con
mínimos recursos económicos y máxima represión, lo cual le sale más “barato” y
les deja más para ellos. Los recursos claro que los busca, cuantos más,
mejor, pero ahora son para mantener, para continuar el Festín de Baltasar, el
reparto con sus aliados internos: Uno, el estamento militar, que es su
verdadera cara, la verdadera esencia del régimen; dos, la burocracia
gubernamental de la que forman parte muchos “fieles” militantes, no militares;
y tres, para mantener esa otra estructura, también clientelar, la llamada
boliburguesia y los bolichicos, que pasean, deambulan, por el país y sus
bodegones, comprando y remodelando casas y haciendo alarde de sus fortunas;
fortunas que invierten en “negocios”, no en empresas, no en industrias; algunos
de ellos incluso lo hacen en el exterior, hay que decirlo, para regocijo de los
países −y sus empresas y comercios− que reciben esas “inversiones”. Solo la
“pandemia”, el cuidado y el temor que se tiene de ella en algunos países ha
limitado algo ese derroche y trashumancia de nuevos ricos venezolanos que se
venía dando desde hace algún tiempo.
Para eso hay recursos, que es lo que al régimen le
importa, y para mantener su poder; poco le importa si no hay para resolver los
problemas del país, al que se ha agregado la pandemia que comienza a hacer
estragos más fuertes. Los empresarios no deben olvidar que ese agotamiento de
los recursos y del “modelo” populista es lo que impulsa al régimen a buscar
nuevamente el diálogo. Lo que verdaderamente preocupa al régimen, es que
percole la duda en esa estructura clientelar que ha creado y que comience a
debilitarse y termine resquebrajándose y cada quien comience a buscar su
solución individual, sin preocuparse de los demás. Para mantener esa estructura
es que el régimen necesita los recursos económicos y financieros y usará
todo su poder de “diálogo” para lograrlo. Saben bien los empresarios que, si
ahora el régimen acude a ellos, es para seguir exprimiendo al máximo al país.
Por eso los empresarios no deben descuidar el análisis
de esta situación y si no los debe detener que se “satanice” el diálogo, lo que
debe preocuparlos, para este proceso de negociación o de diálogo −y para todos
los que vengan, pues vendrán más−, son tres cosas: Primero, estrechar los lazos
con el resto de la sociedad civil, los partidos y la iglesia, pues en esto no
hay solución individual, no remontar “vuelo” en solitaria soberbia y recordar
siempre que se trata del “nos-otros”, del que tanto han hablado en sus reuniones
y documentos; segundo, que no hay soluciones parciales y que solo en libertad y
democracia se puede crecer y generar riqueza, sé que esto lo entienden bien,
pues está en sus estatutos y entre sus principios desde hace muchos años; y
tercero, reeditar esa alianza, que ya funcionó a principios de este siglo, una
alianza efectiva entre empresarios y trabajadores, pues solo eso les permitirá
fortalecerse y fortalecer el compromiso por una mejor calidad de vida para los
trabajadores, por una mejor empresa y por un mejor país.
Ismael
Pérez Vigil
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