MARIO VARGAS LLOSA 5 MAY
2013
Al
mismo tiempo que el Gobierno de Nicolás Maduro convertía el Parlamento en un
aquelarre de brutalidad, la represión se amplificaba y se detenía a
funcionarios por votar a la oposición
Una fiera malherida es más peligrosa
que una sana pues la rabia y la impotencia le permiten causar grandes destrozos
antes de morir. Ese es el caso del chavismo, hoy, luego del tremendo revés que
padeció en las elecciones del 14 de abril, en las que, pese a la desproporción
de medios y al descarado favoritismo del Consejo Nacional Electoral —cuatro de
cuyos cinco rectores son militantes gobiernistas convictos y confesos— el
heredero de Chávez, Nicolás Maduro, perdió cerca de 800 mil votos y
probablemente sólo pudo superar a duras penas a Henrique Capriles mediante un
gigantesco fraude electoral. (La oposición ha documentado más de 3,500
irregularidades en perjuicio suyo durante la votación y el conteo de los
votos).
Advertir que “el socialismo del siglo
XXI”, como denominó el comandante Hugo Chávez al engendro ideológico que
promocionó su régimen, ha comenzado a perder el apoyo popular y que la
corrupción, el caos económico, la escasez, la altísima inflación y el aumento
de la criminalidad, van vaciando cada día más sus filas y engrosando las de la
oposición, y, sobre todo, la evidencia de la incapacidad de Nicolás Maduro para
liderar un sistema sacudido por cesuras y rivalidades internas, explica los
exabruptos y el nerviosismo que en los últimos días ha llevado a los herederos
de Chávez a mostrar la verdadera cara del régimen: su intolerancia, su vocación
antidemocrática y sus inclinaciones matonescas y delincuenciales.
Así se explica la emboscada de la que
fueron víctimas el martes 30 de abril los diputados de la oposición —miembros
de la Mesa de la Unidad Democrática—, en el curso de una sesión que presidía
Diosdado Cabello, un ex militar que acompañó a Chávez en su frustrado
levantamiento contra el Gobierno de Carlos Andrés Pérez. El Presidente del
Congreso comenzó por quitar el derecho de la palabra a los parlamentarios opositores
si no reconocían el fraude electoral que entronizó a Maduro e hizo que les
cerraran los micros. Cuando los opositores protestaron, levantando una bandera
que denunciaba un “Golpe al Parlamento”, los diputados oficialistas y sus
guardaespaldas se abalanzaron a golpearlos, con manoplas y patadas que dejaron
a varios de ellos, como Julio Borges y María Corina Machado, con heridas y
lesiones de bulto. Para evitar que quedara constancia del atropello, las
cámaras de la televisión oficial apuntaron oportunamente al techo de la
Asamblea. Pero los teléfonos móviles de muchos asistentes filmaron lo ocurrido
y el mundo entero ha podido enterarse del salvajismo cometido, así como de las
alegres carcajadas con que Diosdado Cabello celebraba que María Corina Machado
fuera arrastrada por los cabellos y molida a patadas por los valientes
revolucionarios chavistas.
Dos semanas antes, yo había oído a
María Corina hablar sobre su país, en la Fundación Libertad, de Rosario,
Argentina. Es uno de los discursos políticos más inteligentes y conmovedores
que me ha tocado escuchar. Sin asomo de demagogia, con argumentos sólidos y una
desenvoltura admirable, describió las condiciones heroicas en que la oposición
venezolana se enfrentaba en esa campaña electoral al elefantiásico oficialismo
—por cada 5 minutos de televisión de Henrique Capriles, Nicolás Maduro disponía
de 17 horas—, la intimidación sistemática, los chantajes y violencias de que
eran víctimas en todo el país los opositores reales o supuestos, y el estado
calamitoso en que el desgobierno y la anarquía habían puesto a Venezuela luego
de catorce años de estatizaciones, expropiaciones, populismo desenfrenado,
colectivismo e ineptitud burocrática. Pero en su discurso había también
esperanza, un amor contagioso a la libertad, la convicción de que, no importa
cuán grandes fueran los sacrificios, la tierra de Bolívar terminaría por
recuperar la democracia y la paz en un futuro muy cercano.
Todos quienes la escuchamos aquella
mañana quedamos convencidos de que María Corina Machado desempeñaría un papel
importante en el futuro de Venezuela, a menos de que la histeria que parece
haberse apoderado del régimen chavista, ahora que se siente en pleno proceso de
descomposición interna y ante una impopularidad creciente, le organice un
accidente, la encarcele o la haga asesinar. Y es lo que puede ocurrirle también
a cualquier opositor, empezando por Henrique Capriles, a quien la ministra de
Asuntos Penitenciarios acaba de advertirle públicamente que ya tiene listo el
calabozo donde pronto irá a parar.
No es mera retórica: el régimen ha
comenzado a golpear a diestra y siniestra. Al mismo tiempo que el Gobierno de
Maduro convertía el Parlamento en un aquelarre de brutalidad, la represión en
la calle se amplificaba, con la detención del general retirado Antonio Rivero y
un grupo de oficiales no identificados acusados de conspirar, con las
persecuciones a dirigentes universitarios y con expulsiones de sus puestos de
trabajo de varios cientos de funcionarios públicos por el delito de haber votado
por la oposición en las últimas elecciones. Los ofuscados herederos de Chávez
no comprenden que estas medidas abusivas los delatan y en vez de frenar la
pérdida de apoyos en la opinión pública sólo aumentarán el repudio popular
hacia el Gobierno.
Tal vez con lo que está ocurriendo en
estos días en Venezuela tomen conciencia los Gobiernos de los países
sudamericanos (Unasur) de la ligereza que cometieron apresurándose a legitimar
las bochornosas elecciones venezolanas y yendo sus presidentes (con la
excepción del de Chile) a dar con su presencia una apariencia de legalidad a la
entronización de Nicolás Maduro a la Presidencia de la República. Ya habrán
comprobado que el recuento de votos a que se comprometió el heredero de Chávez
para obtener su apoyo, fue una mentira flagrante pues el Consejo Nacional
Electoral proclamó su triunfo sin efectuar la menor revisión. Y es, sin duda,
lo que hará también ahora con el pedido del candidato de la oposición de que se
revise todo el proceso electoral impugnado, dado el sinnúmero de violaciones al
reglamento que se cometieron durante la votación y el conteo de las actas.
En verdad, nada de esto importa mucho,
pues todo ello contribuye a acelerar el desprestigio de un régimen que ha
entrado en un proceso de debilitamiento sistemático, algo que sólo puede
agravarse en el futuro inmediato, teniendo en cuenta el catastrófico estado de
sus finanzas, el deterioro de su economía y el penoso espectáculo que ofrecen
sus principales dirigentes cada día, empezando por Nicolás Maduro. Da tristeza
el nivel intelectual de ese Gobierno, cuyo jefe de Estado silba, ruge o insulta
porque no sabe hablar, cuando uno piensa que se trata del mismo país que dio a
un Rómulo Gallegos, a un Arturo Uslar Pietri, a un Vicente Gerbasi y a un Juan
Liscano, y, en el campo político, a un Carlos Rangel o un Rómulo Betancourt, un
Presidente que propuso a sus colegas latinoamericanos comprometerse a romper
las relaciones diplomáticas y comerciales en el acto con cualquier país que
fuera víctima de un golpe de Estado (ninguno quiso secundarlo, naturalmente).
Lo que importa es que, después del 14
de abril, ya se ve una luz al final del túnel de la noche autoritaria que
inauguró el chavismo. Importantes sectores populares que habían sido seducidos
por la retórica torrencial del comandante y sus promesas mesiánicas, van
aprendiendo, en la dura realidad cotidiana, lo engañados que estaban, la
distancia creciente entre aquel sueño ideológico y la caída de los niveles de
vida, la inflación que recorta la capacidad de consumo de los más pobres, el
favoritismo político que es una nueva forma de injusticia, la corrupción y los
privilegios de la nomenclatura, y la delincuencia común que ha hecho de Caracas
la ciudad más insegura del mundo. Como nada de esto puede cambiar, sino para
peor, dado el empecinamiento ideológico del Presidente Maduro, formado en las
escuelas de cuadros de la Revolución Cubana y que acaba de hacer su visita
ritual a La Habana a renovar su fidelidad a la dictadura más longeva del
continente americano, asistimos a la declinación de este paréntesis autoritario
de casi tres lustros en la historia de ese maltratado país. Sólo hay que
esperar que su agonía no traiga más sufrimientos y desgracias de los muchos que
han causado ya los desvaríos chavistas al pueblo venezolano.
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