Manuel Malaver CARACAS
(infoCIUDADANO) 5/Mayo/2013
Yo no se si Nicolás Maduro y Diosdado
Cabello fueron alguna vez socialistas -o si saben muy bien lo que significa-
pero de lo que si estoy seguro es que al planificar, avalar y celebrar (o
banalizar) la golpiza que un grupo de diputados oficialistas le aplicó a otro
de la oposición en el hemiciclo de la Asamblea Nacional el martes pasado, me
quedó claro que, si tampoco saben muy bien que quiere decir la palabra
“nazifascista”, la llevan en el alma, en la sangre, en los huesos y en los
tuétanos.
Actitud partidista que deriva más bien
de fracturas psicológicas que de epistemes ideológicas, de traumas familiares
que de razones políticas, de fracasos personales que de agresiones sociales,
por lo que integra a sus pacientes, desde muy temprano, al ejército de
violentos cuyo sentido existencial es agredir, maltratar, pisotear y destruir
la vida.
El Hitler pintor aficionado que no
logra ingresar a la Academia de Pintura de Viena por sus insuficiencias en el
dibujo, o el Benito Mussolini periodista de infame e irrescatable prosa que ve
en la política revolucionaria la actividad de informales que ofrece un lugar
para los audaces, los oficiales de baja y mediana graduación que no acceden al
generalato porque son los últimos de sus promociones, y los que fracasan en
todo cuanto se proponen porque sus aptitudes no les dan para tanto, podrían ser
los capitanes de esta multitud de irredentos que, si no están entre los
pandilleros que azotan los barrios de ciudades y medios urbanos y rurales,
pueden encontrarse también en la delincuencia organizada, y, donde pueden resultar
más devastadores: en la política.
Actividad a la cual no llegan por
derecho, brillo o desempeño propio, sino porque alguien “superior” a ellos (un
jefe, un caudillo, un padrino) los arrastra, los enrola, los avala, y
dependiendo de la mayor o menor suerte de la parada, pueden descender o
ascender con el jefe, quien siempre los tomará en cuenta, si llegado el momento
del triunfo, están a la mano.
Esto fue, exactamente, lo que sucedió
con los nazifascistas, Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, quienes, hicieron
carrera cerca de 25 años al lado de su jefe, Hugo Chávez, destacándose como
acólitos listos para todas las tareas, incluyendo las peores traiciones, hasta
que muerto, Chávez, en condiciones misteriosas en quirófanos de La Habana y
Caracas que controlaban Fidel y Raúl Castro, Nicolás Maduro y Diosdado Cabello,
fueron estos últimos, los que por una decisión de los primeros, se convirtieron
en los sucesores de Chávez y pasaron a ser los administradores de su herencia:
una mina de petróleo llamada Venezuela.
Cuesta escribirlo y mucho más creerlo:
pero el gobierno de la herencia compartida de Maduro y Cabello no logra
alcanzar un mes, y todo lo que se recuerda de su regencia dual es violencia,
violencia y más violencia, como solo puede esperarse de dos segundones que en
sus ejecutorias anteriores solo se distinguieron por servir a un superior, a un
jefe que, de paso, nunca los trató de buenas maneras y no pocas veces los
insultó en público.
Y tenía razón Chávez, porque dándoles
las mejores oportunidades en un gobierno que se extendió por casi 15 años, solo
llamaron la atención, Maduro por ser el perfecto diente roto, el canciller al
que nunca se le escuchó una frase o idea inteligente; y Cabello, por ser
derrotado por Henrique Capriles en unas elecciones para la gobernación de
Miranda donde abusó de todas las ventajas, y no recordarse en los distintos
ministerios que ejerció por otra cosa que no fuera la alegría que producía el
anuncio de sus despidos.
Tan, pero tan incapaces, que
intentando un mes después de la muerte de Chávez, la preservación de su
herencia electoral con el lanzamiento de Maduro a la presidencia de la
República, sufrieron una derrota tan catastrófica que si ganaron fue por
írritos 200 mil votos según el CNE, y si perdieron (que es lo más seguro puesto
que no aceptan que se haga un reconteo de votos) fue por más de un millón.
En otras palabras: que ni siquiera
fueron competentes para ejecutar un fraude con máquinas electrónicas (mecanismo
que un hombre que si sabe del tema como Bill Gates no recomienda porque no
garantiza la transparencia del voto) y en el que su antecesor, el teniente
coronel, Chávez, era todo un maestro.
Pero Maduro y Cabello no toleraron ser
puestos en evidencia, como lo hizo el candidato de la oposición, Henrique
Capriles Radonski, la misma noche que se conocieron los resultados electorales
el 15 de abril pasado pidiendo un reconteo de votos, y han continuado
haciéndolo los diputados de la oposición en la Asamblea Nacional haciéndose eco
de las mayorías del país, pero encontrándose que, primero, se les negó el
derecho de palabra “por no reconocer a Maduro”, y después, al insistir, fueron
objetos de una salvaje golpiza de la cual resultaron con el rostro deforme y
ensangrentado los diputados, Julio Borges, Ismael García y Américo Di-Grazia, y
con la nariz, pómulos y costillas fracturadas las diputadas María Corina
Machado y Nora Bracho.
Pero esto fue en la parte “nazi” del
libreto, que recomienda golpear al enemigo sin piedad y eventualmente matarlo,
porque en la parte “fascio” siguió una burda operación de propaganda en la que,
los agresores eran los opositores, y las víctimas los mismos “diputados” y
“diputadas” que los televidentes, y quienes se informan por las cableras y las
redes sociales, vieron tirando patadas, puñetazos y golpeando hasta con objetos
contundentes a las víctimas.
Los observaban, sonreídos, dos
personajes como copiados de un guión de una película de Costa-Gravas: el ya
mencionado presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, y Pedro
Carreño, también militar de baja graduación como el primero y fracasado en
todas las tareas que le ha encomendado la “revolución” menos en esta: ordenar
golpear sin piedad a un grupo de hombres y mujeres inermes que pedían un
derecho de palabra.
Porque esta es otra característica del
socialismo del siglo XXI cuando deviene en nazismo y fascismo (que no son la
misma cosa aunque conducen a iguales resultados): redactar constituciones a
través de constituyentes ilegales, donde los derechos individuales no se
reconocen ni respetan, a menos que contribuyan al poder creciente de los
nazifascistas.
En cuanto a las elecciones, pueden
hacerse cuantas veces sean necesarias para simular la legitimidad de un poder
omnímodo y pandillero que no tendrá escrúpulos en llegar donde sea para
demostrar que no admite cuestionamientos.
De ahí su pasión por dos estructuras:
la elecciones automatizadas que no pueden ser auditadas, y las asambleas
populares, en las que tampoco se sabe cómo, quiénes, ni cuántos participan.
Es el reino, entonces, de las
celebraciones de Nuremberg, de las marchas sobre Roma, de los desfiles en la
plaza de Tian’anmen, las concentraciones en el palacio de la Revolución en La
Habana, y las convocatorias en Plaza de Mayo de Buenos Aires, y en el Balcón
del pueblo, o la Avenida Bolívar de Caracas, en las que, como se ve mucha
gente, fue “todo el pueblo, toda la nación”.
Engañifa que nace del plebiscito
romano, del pan y circo, de cualquier aglomeración donde un demagogo proclama
que la voz del pueblo es voz de Dios y comienza a legislar para se cree un
trono y un reino donde él y sus descendientes gobiernen por los siglos de los
siglos y de los siglos amén.
Pero eso es en la fase socialista del
proceso, porque si pasamos a la nazi y a la fascista, a esos pata en el suelo
lo que hay es que arrearlo a palos para que aprendan a comportarse.
Y después decimos en cadenas de radio
y televisión, y a través de videos editados, que no fueron Maduro y Cabello los
actores de tales fechorías, sino Julio Borges, Ismael García, Américo
Di-Grazia, María Corina Machado y Nora Bracho.
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