Fernando Mires 10 de septiembre de 2013
Si el tema no tuviera un trasfondo
trágico podría decirse que se trata esa, la de pedir perdón, de una nueva moda
de la política chilena. Estoy hablando, para que me entiendan, del perdón por
la responsabilidad que cada uno siente por los luctuosos acontecimientos que
posibilitaron y rodearon al golpe de 1973.
Hay en efecto peticiones de perdón de
los de izquierda, de los de derecha y hasta de quienes ya no son ni lo uno ni
lo otro, pero de algún modo, todavía después de cuarenta años, se sienten
culpables. Lo nuevo del hecho es que esta vez se trata de la petición de un
perdón político, es decir, de un perdón no igual al perdón religioso o al
perdón civil o al perdón personal, niveles en los cuales practicamos el arte de
la “perdonación” (palabra deliberadamente inventada).
Quiero decir: No se trata del perdón
de Dios. Ni del perdón civil ante la trasgresión a una ley. Ni del solicitado
de persona a persona, pues la política no es práctica personal sino colectiva.
¿De cuál perdón estamos hablando?
O lo que es lo mismo: ¿Es la política
el lugar más adecuado para solicitar perdón? ¿O será que cuando pedimos perdón
en la política estamos pidiendo perdón por algo que no tiene nada que ver ni
con la idea del perdón ni con la idea de la política?
La idea del perdón es religiosa y por
lo mismo moral. Tiene su origen en el sentimiento de culpa pues no puede haber
perdón sin culpa. La culpa viene del hecho de haber transgredido una ley,
religiosa o moral. Pero a la vez, ya lo dijo Paulo de Tarso, la ley crea a la
culpa. Antes de la ley -obvio- no podemos ser culpables de nada. Luego, la
culpa viene de un no acatamiento a la ley, o de sus sucedáneos: la regla o
norma, sea oral o escrita.
La contravención a la ley religiosa
recibe el nombre de pecado. En el espacio civil se conoce como delito. En el
espacio personal se conoce como “falta” (infidelidad, traición). Por lo mismo,
no todo delito es pecado ni todo pecado es delito, ni todo pecado o delito es
una falta personal y viceversa. De ahí que es muy importante aclarar si es que
los que se sienten culpables en la política lo sienten con respecto a un
pecado, con respecto a un delito, o con respecto a faltas cometidas a
determinadas personas. (por ejemplo, si alguien denuncia a un amigo personal
por haber cometido un crimen, cumple ante la Ley, quizás ante Dios, pero falta
a la amistad)
Si los políticos se sienten culpables
con respecto a un pecado, es decir, frente a Dios o frente a la ley religiosa,
el lugar adecuado para pedir perdón debería ser una iglesia. Si lo sienten con
respecto a un delito, el lugar adecuado debería ser un tribunal de justicia. Y
si lo sienten a título personal, el lugar adecuado debería ser un espacio de
conversación -una habitación, una cafetería- con las personas afectadas. ¿Y en
la política? Ahí está el problema. ¿Cuál es el lugar para pedir perdón en la
política?
O mejor: ¿A quién pedimos perdón
cuando pedimos perdón en la política? ¿A la historia, a la nación, a la
sociedad, a la moral pública? En todos esos casos se trata de entidades muy
abstractas las que al ser tan abstractas no están en condiciones de otorgar
perdón a nadie. De modo que cuando un político pide perdón en la política lo
pide a quien no puede perdonar. Es decir, se trata de una petición de perdón a
nadie. Y en ese caso la petición de perdón, al no haber posibilidad de perdón,
se transforma en una coartada, a saber: pedir perdón para no pedir perdón.
La política, dicho en breve, no es el
lugar del perdón. Quién pide perdón político o perdón en la política actúa
fuera de lugar. ¿Y si un político se siente culpable y quiere pedir de todas
maneras perdón? Pues, que vaya a los lugares del perdón y pida ahí perdón por
sus pecados, delitos o faltas.
El perdón solo se puede pedir a quien
está en condiciones de otorgarlo o de negarlo. Eso significa, el destinatario
no puede ser jamás un objeto. Ha de ser siempre un sujeto, esto es, alguien
quien al perdonar o no perdonar se convierte en un sujeto del perdón. En
síntesis, el perdón solo puede ser solicitado de modo real, nunca de modo
simbólico.
¿O es que nadie en la política -o en
la historia, como dicen los dementes- te absolverá? Por supuesto, la absolución
también existe en la política cuando existe de verdad arrepentimiento. Pero hay
que dejar claro que ese arrepentimiento solo puede ser mostrado en la política
no con peticiones públicas de perdón. La razón: la política es antes que nada
un lugar de acción.
O dicho así: La naturaleza de la
política es la acción política. La meditación y el pensamiento solo adquieren
sentido en la política cuando se traducen en acciones políticas. Por lo tanto,
pedir perdón en la política sin acciones que precedan o que continúen a esa
petición es un acto banal o inútil. O reitero: una coartada.
¿De que nos sirve la petición de
perdón de un político chileno si continúa afiliado a un partido cuya mayoría
considera que el golpe de Estado de 1973 fue una acción legítima? O también:
¿Quién puede creer en el perdón solicitado por un político de izquierda si
continúa siendo miembro de un partido que calla frente a las crímenes que
cometen dictadores de "izquierda"?
El perdón en la política tiene otro
nombre: se llama rectificación. Rectificar es, además, una propiedad del
pensar. Un político que actúe sin pensar es una desgracia en la política, tanto
como uno que piensa sin actuar.
Solicitar perdón en la política sin
haber rectificado políticamente es un acto imperdonable, tan imperdonable como
el creyente que pide perdón a Dios sin haberse arrepentido de los actos que lo
llevan a pedir perdón. A la inversa, si ha habido rectificación en la política,
no será necesario pedir perdón a nadie.
No sé quienes son peores: los que
incapaces de rectificar no necesitan pedir perdón pues la culpa siempre será de
los "otros" y jamás de los "nos-otros", o quienes piden
perdón como un mero sustituto de una rectificación que nunca han realizado.
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