Miguel Méndez Rodulfo 08 de mayo de 2015
Para fines de 1999, el precio del oro y
el del petróleo había disminuido significativamente en los mercados
internacionales. Pero a lo largo del año se había estado discutiendo el tema de
la dolarización en las esferas del alto gobierno. El Banco Central Ecuatoriano,
en el lapso de esos doce meses nunca pudo llegar a un consenso con relación a
implementar la medida. Las consultas que al respeto se le hicieron al FMI no
tuvieron buena acogida, ni pronta respuesta. La posición del fondo era que como
iban a dolarizar si tenían alta inflación, serios problemas bancarios y graves
problemas fiscales. La solución que recomendaba se orientaba al diseño de un
programa de ajuste con asistencia de líneas de crédito, en un escenario de
recuperación, más adelante, de los precios del petróleo. La verdad es que este
organismo multilateral no evaluó adecuadamente la gravedad del problema ecuatoriano
y le dio largas al diseño del programa de ajustes. En tanto la gente sentía que
el Sucre cada vez valdría menos y se refugiaba en el dólar. En el segundo
semestre de ese año 99, hubo una devaluación de 66% en sólo pocas semanas. Lo
cierto es que el segundo domingo del año 2000, Ecuador decidió dolarizar, sin
informar al FMI, alegando justamente las mismas circunstancias por las cuales
el fondo decía que no debían tomar tal medida.
En los años previos a la dolarización,
el sector exportador del Ecuador se comportaba más como un conglomerado de
empresas financieras que como un conjunto de compañías productoras de bienes o
servicios; en efecto, más ganaban por causa de las devaluaciones de la moneda,
por ganancias cambiarias, que por la venta internacional de lo que producían.
Como estaban avisadas de cuando ocurriría la devaluación por corruptelas con el
gobierno, compraban dólares en vez de materias primas. Por otra parte, con sólo
pagarle a un proveedor con retardo, licuaban sus deudas en sucres y ganaban
mucho dinero mientras empobrecían a otras empresas de apoyo al sector y sobre
todo a los trabajadores del país. Entonces, aunque manejaban mucho flujo de
caja, no eran capaces de ser competitivas en la exportación de bienes. La
decisión de dolarizar la tomó el Presidente Jamil Mahuad, obligado por las
circunstancias, sin tener otra opción que la vía de la hiperinflación o la
propia renuncia al cargo. Cuando lo anunció por cadena nacional, un domingo de
enero, el BCE no apoyaba la medida, por lo que Mahuad presionó para su
implementación. Al día siguiente, el presidente y la vicepresidente del Banco
Central del Ecuador, presentaron su formal renuncia, y no contentos con ello,
convocaron a una rueda de prensa a las puertas del instituto emisor, en la que
manifestaron su total desacuerdo con la medida y le auguraron un estrepitoso
fracaso. Esta posición era compartida por más de la mitad de los economistas
del país.
La conversión de un Banco Central que
manejaba sucres a uno que debía manejar dólares no fue fácil. Hubo que dividir
creativamente su balance en cuatro segmentos o apartados para canjear los
pasivos existentes en sucres por dólares: 1. Pago de todos los billetes y
monedas de sucres en circulación; 2. Pago del encaje legal bancario que los bancos
comerciales tenían en el BCE; 3. Pago de obligaciones con el sector público; 4.
Apartado para contingencias del propio BCE. El dinero (activo) para afrontar
esas acreencias (pasivos) provino de los billetes en dólares existentes en la
caja del BCE, de los depósitos en dólares que se mantenían, de las inversiones
en bancos en el exterior y del oro en reservas poseído. La división entre los
activos y los pasivos dio el tipo de cambio de equilibrio de 25.0000 sucres por
dólar. Ahora hace 15 años que Ecuador dolarizó y desde entonces se acabó la
inflación. La medida ha resistido los embates de un régimen
nacionalista-populista y se mantiene incólume.
Caracas 8 de mayo de 2015
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