Por José Domingo Blanco, 08/05/2015
“Los hijos no llegan al mundo con un manual de instrucciones” le decía
una mamá a otra -a manera de consuelo- mientras sus querubes se correteaban
descontrolados por el pasillo del centro comercial, ajenos a preocupaciones y
sobresaltos, con esa energía inagotable que desbordan los muchachitos de unos
cinco años. Y el comentario me hizo recordar el extracto de una conferencia que
vi, en la que el expositor, como recomendaciones a los noveles padres que
asistían a su charla –por supuesto, ávidos de consejos y recomendaciones-
citaba el “Decálogo para formar delincuentes” del popular juez de menores
español, Emilio Calatayud, incluido en su libro “Reflexiones de un juez de
menores”. Si alguno de ustedes tuvo la oportunidad de leer el decálogo, sabrán
de lo que estoy hablando. Para quienes no lo han hecho, recomiendo que busquen
estos enunciados, que arrancan con uno que llamó poderosamente mi atención:
“comience desde la infancia dando a su hijo todo lo que pida. Así crecerá
convencido de que el mundo entero le pertenece”… Pero, les aseguro, que los
nueve restantes también invitan a la reflexión y a una profunda auto revisión
de la manera cómo criamos a nuestros hijos.
Como padres, tenemos una enorme responsabilidad, que se debe asumir con
mucho compromiso y que va más allá de limitarnos a cumplir con la alimentación
y vestimenta de nuestros muchachos. No es un cliché, ni un lugar común. Es
realmente una gran tarea, que nos ponen en los brazos apenas nace nuestro
niñito o niñita. A partir de ese momento, en nuestras manos está moldear los
primeros años de vida de ese hombre o mujer del futuro, a los que anhelamos ver
convertidos en individuos ejemplares, felices y exitosos, con valores
éticamente correctos y conducta moralmente intachable. Una sociedad próspera,
una nación libre del flagelo de la corrupción, saneada de la delincuencia,
inmunizada contra el deterioro moral, es aquella donde sus habitantes, todos,
sin excepciones, gozan de educación, trabajo, salud y servicios. Cuatro pilares
básicos, donde la educación juega un papel primordial y la familia,
fundamental.
Históricamente, los venezolanos hemos visto transitar gobiernos
paternalistas; en algunas oportunidades, con marcadas preferencias sobre
algunos segmentos más que otros; pero, en definitiva, padres consentidores que
se hacen de la vista gorda ante los berrinches o caprichos de sus niños mimados
o hijos predilectos. ¡Hijos predilectos que actúan con impunidad, prepotencia y
malacrianza, creyéndose merecedores y dueños de cuanto les rodea! Es inevitable
que piense en los últimos tres lustros. No puedo dejar de recordar a los “niños
de la calle”, emblemáticos durante la campaña electoral de Chávez, la primera,
aquella del 98, cuando el difunto presidente arengaba a las masas ofreciendo, a
diestro y siniestro, acabar con la corrupción de la Cuarta y justificaba que
los pobres robaran para saciar el hambre. ¿Qué dicen hoy las estadísticas? ¿Las
nefastas? Esas que manejan los criminólogos ¿Cuál es la edad promedio de los
integrantes de las bandas que mantienen en toque de queda a nuestro país? La
mayoría está integrada por muchachos, púberes imberbes, a quienes la ausencia
de barba y de pelos en el pecho, no los exime de un historial de crímenes y
muertes. Delincuentes moldeados en estos 16 años…“Hechos en Revolución”.
Y es, en parte, lo que sobresale del discurso que diera Carlos
Villalba, durante el II Ciclo de Reflexión “La Libertad”, organizado por el
Instituto de Ciencias Penales de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas
de la UCV. Villalba mencionaba que “cuando el [i“eso no se hace[/i] de padres y
abuelos, primero; de los maestros y profesores, segundo, y de las experiencias
de la vida, tercero: cuando esa base normativa es radicalmente sustituida por
el interés ideológico, por esa pseudo moral que desfigura a la dinámica social
y que se expresa de modo contundente en el fin justifica los medios, se
abre la compuerta al todo puede hacerse, y si tal cosa se acepta, como
sucede actualmente en Venezuela, cuesta llamar vida social a esto que tenemos”.
El régimen se ha encargado de sembrar la violencia entre sus hijos
predilectos, esos que comulgan con sus ideales trasnochados y perversos.
Propicia los enfrentamientos entre la sociedad civil, como los padres que
incitan a sus hijos a someter al más tímido de la clase o del barrio. El
régimen se ha encargado de satanizar a todos cuantos difieren de sus teorías y
preceptos, sin medir las consecuencias que la incitación al odio dejará en una
nueva generación de venezolanos que está creciendo en una sociedad que no
castiga al que viola la ley y penaliza sin piedad a quien le adversa.
Algunos psicólogos hacen énfasis en la importancia de fijar límites a nuestros
hijos y enseñarlos a asumir las consecuencias de sus actos. Eso sí, siempre con
apego y sin uso de la violencia. Quizá para distanciarnos de las palizas,
pellizcos “torcidos” y correazos que no faltaron en la metodología de crianza
de los padres de mi generación. “La nalgada a tiempo” como la llamaban muchas
abuelas. Fijando límites -como proponen ahora- o con la nalgada –como se hacía
antes- lo que se pretende es disciplinar que, como bien expresó Carlos
Villalba, “la disciplina está forjada por muchas restricciones y algunas
concesiones. Lo difícil de formar reside, precisamente, en eso. Reside en
conducir, en dirigir; y no en complacer. Lo más fácil suele ser, casi siempre,
lo que menos conviene. Lo más cómodo suele ser lo que menos educa. El que todo
lo regala, no enseña, se exalta, defiende su prestigio, más no guía. Hay que
trazar límites, si se buscan verdades y respeto”.
mingo.blanco@gmail.com
@mingo_1
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