Por Laureano Marquez, 01/05/2015
La semana pasada quien suscribe estuvo en el imperio para uno de esos
entrenamientos en “actualización de guerra económica y recontraespionaje
retroactivo” a los que nos somete la Agencia de vez en cuando. En la mañana del
regreso a Caracas sucedió la escena que les describo de seguido.
Trabamos contacto con un gordito cubano, hablador y simpático, de esos
que te dicen hasta lo que no les has preguntado. Es el encargado de realizar el
servicio de transporte gratuito entre el hotel y el aeropuerto (preferimos no
tomar la lujosa limosina que para esos casos nos destina el Departamento de
Estado para despistar a los patriotas cooperantes, que los hay muchos en Miami
y habitando, según relatos de primera mano, lujosísimas mansiones
robolucionarias, manejando patriotas Porsches y navegando en bolivarianos yates
por los límites del mar de la felicidad). El gordito, al cargar nuestras
maletas y notar lo “heavy” de las mismas dijo:
– ¿Ustedes son venezolanos, verdad?
Sí, caballero.
– Se nota, por el peso de las maletas —continuó él—. ¿Llevan todo?,
¿papel de baño, pasta de dientes, champú? —dijo con tono burlón.
El grupo de venezolanos que allí estábamos nos miramos con cierta
vergüenza. Ya da vaina que lo miren a uno como uno pueblo de miserables que se
emociona frente a una lata de leche, o al que le brotan las lágrimas en una
farmacia CVS. Venimos llenos de encargos cuando tenemos la oportunidad de
salir: Eutirox, ibuprofeno, leche en polvo e incluso harina pan, que allá se
consigue sin problemas.
– Ustedes están ya como nosotros allá en Cuba, vaya, que cuando una
mujel prepara la comida de hoy ya está pensando en la de mañana. Allá
andamos todos con una bolsita (no recuerdo el nombre del material) y donde
vemos que hay algo, allí nos metemos en la cola para compral. Yo le mando todos
los meses 100 pesos a mi madre.
¿Y cómo lo hace? ¿Hay algún sistema de envío de divisa a Cuba?
– No, ella va a la tienda y pide lo que necesita y yo paso la tarjeta
aquí.
Seguramente el gobierno cubano tiene algún sistema para hacer negocio
con las necesidades nacionales aprovechándose de los cubanos que viven fuera.
La descripción de este asere de la vida en esa Cuba a la que pensábamos que
nunca llegaríamos era realmente dura y dolorosa.
Probablemente ya el cuento luce insólito, pero la mejor parte viene
ahora:
Qué suerte que estés aquí y puedas ayudar a tu mamá.
– ¡Qué va, mulato! Yo estaba mucho mejor en Cuba. ¿Sabes a qué hora me
paré yo hoy para trabajal? A las cuatro de la mañana y no tengo días de
descanso en todo el año. Todo eso que ustedes han visto por aquí yo ni lo
conozco, porque no tengo ni un minuto libre.
Tengo dos trabajos. En Cuba era distinto. Yo en cuba —dijo con
verdadera y auténtica nostalgia— tenía un tallercito y lo cerraba tres días,
nos poníamos de acuerdo con los amigos, nos comprábamos la cervecita y nos
íbamos para la playa tres o cuatro días. Si yo estuviera allá, alguien me
estaría mandando dinero a mí.
Los venezolanos, impresionados por la confesión, apelamos a un último
argumento:
Bueno, pero aquí tienes libertad (¡hermosa palabra que mueve el corazón
de los hombres!).
– ¡Qué va, asere! Con la libertad yo no como. Yo sueño con volver a
Cuba.
¡Esta conversación me enseñó tanto de nosotros mismos! Mientras el
gobierno nos regale un pollo o la leche se venda por debajo del costo de
producción, mientras lanzando un mango al azar consigas una casa, valores como
la libertad, la democracia y la justicia seguirán siendo etéreos. La gente no
entiende cómo se relacionan con su cotidianidad, ni como ellos son la única
garantía de su auténtico progreso. La única libertad que importa en la
Venezuela de hoy es la de la cola. Democracia hoy es tener papel tualé; y
justicia es que te toquen dos paquetes de cuatro rollos.
Rumbo al aeropuerto manoseaba el voluminoso fajo de dólares recién
impresos que me habían mandado de Washington. Me debatía entre 3 o 5 dólares de
propina. Pensando en que con la sumatoria de todos los pasajeros del autobusito
se redondearía unos 20 dólares por ese viaje, que creo es equivalente al sueldo
mínimo mensual de un venezolano, al final le di 4 dólares. No los aceptó.
– No, no, no, mulato, de ninguna manera; guárdate esos pesos que
ustedes están peor que nosotros.
Honestamente me dio pena, no ajena, pena propia.
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