Por Boris Izaguirre
El verano de 1975 fue
considerado el verano del destape gracias a la prolongada exhibición de la
película El amor del capitán Brando, dirigida por Jaime de Armiñán,
donde Ana Belén se desnudaba frente al espejo y el país se dividió entre
reprimidos y supuestos liberados. Fue un nuevo comienzo.
Cuarenta años han
pasado y ahora el que se desnuda es Rafa Nadal, en un anuncio de ropa interior,
con un coqueto y masculino gesto sugerente. Como invitando a ducharse con él,
pero dejándonos con las ganas. En su deportivo striptease, no nos deja
verlo todo.
En otros países las
fronteras significan problemas más políticos. En Estados Unidos, el millonario
y aspirante a candidato presidencial, Donald Trump, echó de una rueda de prensa al periodista Jorge Ramos, una
de las figuras más influyentes de la cadena de televisión en español,
Univisión. Al hacerlo, Trump insistió en su práctica de delimitar una frontera
invisible pero potente: la de la división entre ciudadanos norteamericanos y
latinos. Aun así, Ramos y Trump tienen algo en común. Ambos han sido portada de
la revista Time. Ramos este mismo año, en su número de los personajes más
influyentes a nivel internacional. Trump unas cuantas veces, siempre
enarbolando esa mezcla de altivez, ingenio empresarial y peluquería rara.
Ramos, en cambio, posee una cabellera blanca bien peinada. Probablemente, Trump
no pueda evitar sentir celos de que un latino sea más atildado que el y
seguramente ha observado que pese a provenir del subdesarrollo, la mayoría de
los latinos tenemos mejor calidad humana que él. Su actitud en la conferencia
de prensa con Ramos demuestra que como presidente estaría en la frontera del
despotismo.
Colombia y Venezuela tienen una frontera geográfica extensa
y real, más de 2.000 kilómetros. Es un punto caliente para el narcotráfico y el
secuestro de personas. Cinco puestos de esa frontera están cerrados desde la
semana pasada por una decisión del Gobierno de Nicolás Maduro tras la muerte de
soldados venezolanos, aparentemente por paramilitares colombianos. Para muchos
opositores, Maduro utiliza este conflicto como una estrategia para desviar la
atención de la caótica situación venezolana. Para otros, es lógica y para
muchos vuelve a despertar el eterno debate de si la arepa es colombiana o
venezolana.
La arepa es un bollo
compacto de harina de maíz precocida que se rellena de distintas cosas en ambos
países. Los gallegos que vinieron a Venezuela lo hacen con marisco. Y los
catalanes con pernil. Los pijos caraqueños con ensaladilla de pollo y aguacate
y los orgánicos solo con aguacate. Y durante la década de los 50, en la
dictadura de Pérez Jiménez, las inflaban con caviar. Venezuela siempre ha sido
muy saudita, al menos una parte, y prefiere que sus arepas estén cargaditas. En
Colombia han sido un poco mas racionales y un poco menos petroleros y las
invaden con jamón o queso. Hoy, los que viven en Colombia pueden rellenar su
arepa con lo que quieran mientras que los venezolanos hacen colas en los
supermercados para intentar adquirir la harina precocida para cocinarlas.
Mi papá, un caraqueño de 84
años, ha pedido a sus hijos que le llevemos café y azúcar. Pero mi hermano me
contó que no
le habían dejado comprar un pollo, después de horas de espera en una cola
bajo el sol, porque había un desfase entre los dígitos en su documentación y
los que aparecían en la caja del supermercado. Es necesario estar registrado
para comprar. Me sentí mal de reconocer que mi padre octogenario tenga que
pasar esas
penurias en su país y que le hable desde Miami después de gastarme 100
dólares en comida orgánica para garantizarle a mi marido que tenga su batido
verde matinal. “Hijo, no te sientas mal y no descuides la alimentación de tu
esposo”, expresó mi padre hablando por FaceTime. “Yo estoy más preocupado por
el futuro del castillo de Marivent”, me sugirió. En América gustan de llamarlos
castillos.
¿Y por que te preocupa,
papá? “Hijo mío, porque lo veo como invadido de fantasmas. Los nuevos reyes
apenas pasan por allí y los antiguos o van por separado o ni siquiera van. Por
supuesto que tampoco entiendo que el propio rey emérito, Juan Carlos, tenga que
viajar hasta Francia para poder ver ese documental sobre él, que TVE no quiere exhibir. ¡Es
como cuando los españoles iban a Perpiñán a ver Enmanuelle!”, continúa mi
padre, dándome toda una lección de humanidad fronteriza . “Tengo pesadillas”,
insiste papá. “Y en ellas, alguien me señala que todas las cosas empezaron a ir
mal en el matrimonio Urdangarín-Borbón desde el momento que comenzaron a
comprar en ese supermercado orgánico donde acabas de gastarte 100 dólares”,
termina mi padre, en la frontera del afecto y la advertencia.
29-08-15
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