Por LORENA MELÉNDEZ G.
Dos gotas de sangre quedaron
en el suelo horas después de que pasara la camilla del único hombre que murió
en el área de urgencias esa noche de viernes de quincena. Se trataba de un
muchacho de 16 años que recibió por lo menos 15 disparos. Uno de los
proyectiles le perforó el pulmón y le provocó la muerte poco tiempo después de
haber llegado disneico y con escasas expectativas de sobreponerse al ataque. De
haber sobrevivido, lo más probable es que tuviese que ser transferido porque la
escasez de insumos hace cada vez más difícil lograr la hazaña de salvar vidas
en el centro de salud donde falleció.
En sus rutinas diarias, los
médicos han tenido que abrirle paso a la improvisación. Por eso cuando faltan
gasas, se pide al camillero que las busque en otro servicio y que las entregue
como si se tratara de un bien de contrabando. Por eso, cuando el material para
imprimir los rayos X se agota, los especialistas deben tomar fotos de los
monitores con sus teléfonos para mostrárselas a sus pacientes o tenerlas como
registro para llenar sus historias. Por eso los internistas usan la sala de
choque para atender a los enfermos críticos, pues la Unidad de Terapia
Intensiva (UTI) está cerrada por falta de personal.
Esta no es la sala de
Emergencias de un país en guerra, es la delHospital General del Oeste Dr. José
Gregorio Hernández, en Los Magallanes de Catia, donde Contrapunto permaneció
durante 12 horas un viernes de quincena para retratar cómo afecta el
desabastecimiento de insumos hospitalarios a los pacientes. No se precisa la
fecha exacta de esta incursión para evitar exponer al personal de guardia que
compartió su testimonio para esta crónica.
El José Gregorio Hernández
es uno de los 21 hospitales tipo IV del sistema de salud público venezolano,
categoría que brinda asistencia a conglomerados de más de 100 mil habitantes,
con áreas de influencia superiores al millón. Requieren de equipos de alta
tecnología y por lo menos 300 camas como unidades de larga estancia y albergue
de pacientes. Y deben ofrecer, además, todas las especialidades y
subespecialidades (medicina interna, pediatría, cirugía, cardiología,
gineco-obstetricia, oftalmología, neurología, oncología, especialidades
pediátricas y materno infantiles).
Del hito a la debacle
Mientras el joven moría a
merced de las balas, la avenida Sucre de Catia vivía la fiesta típica de un
viernes de cobro. Recorrerla esa noche desde las adyacencias de Miraflores para
ir al centro de salud significaba perder una hora de atasco en el tránsito.
Cerca de las 9:00 pm, los abastos estaban abiertos, los fruteros y buhoneros
gritaban sus ofertas al borde de las aceras, en las tascas comenzaban a
llenarse las mesas y los centros de parley lucían abarrotados de apostadores.
Si en medio del jolgorio hubiera sucedido una tragedia, la parada más probable
de las víctimas hubiese sido Los Magallanes, a pesar de sus carencias.
El rostro deteriorado que
hoy exhibe este centro de salud choca con sus días de gloria, con aquellas
primeras jornadas después de su apertura. Cuando fue inaugurado, el 19 de
noviembre de 1973, el entonces presidente Rafael Caldera, junto a dos de sus
ministros, detalló que el lugar tenía más de 500 camas y capacidad para atender
a los 400.000 habitantes repartidos entre Catia, El Junquito y Antímano. Se
trataba de una construcción moderna y pionera en la disposición de las áreas
quirúrgicas y de servicio, planificada por un equipo de arquitectos
especializados en diseñar construcciones sanitarias, como recuerda el médico
Roger Escalona Alarcón en su artículo"Protagonismo
del Hospital de Los Magallanes de Catia en la historia de la medicina en
Venezuela".
Pero el tiempo socavó
aquella edificación al punto que hoy, a unos 20 metros de la Emergencia,
se advierten techos desmantelados y charcos en medio de los pasillos. De los
seis ascensores disponibles solo funcionan dos, y su uso está condicionado por
el llamado a pulmón al ascensorista, debido a las fallas en los sistemas
electrónicos de los aparatos. Los servicios se hicieron obsoletos o han quedado
incompletos porque los equipos se han dañado.
De aquellas 500 camas de la
inauguración, poco más de la mitad están habilitadas, según la cédula
hospitalaria registrada en 2012 por el Ministerio de la Salud, en la cual se
indica que estaban 275 en funcionamiento ese año, a pesar de que habían sido
presupuestadas 401. Contrapunto solicitó ante la Dirección del
hospital la cifra actualizada, pero hasta el momento de la publicación de esta
nota no se obtuvo respuesta. Los conflictos internos registrados durante el
segundo trimestre de 2015, así como las continuadas denuncias del personal
médico, apuntan a que esta situación ha empeorado.
Pacientes de la escasez
Aquella noche, en la sala de
yeso, adyacente a la Emergencia, un hombre con una venda que le cubría el brazo
desde la parte superior del codo miraba una radiografía a través de la pantalla
del teléfono del médico que lo atendía. Vio cómo su húmero se había fracturado,
mientras el traumatólogo de turno le explicaba que era necesario intervenirlo.
“Generalmente a estos pacientes no los ingresamos, porque no hay insumos para
que lo atendamos. Sin embargo, vamos a hacer una excepción en su caso porque el
cirujano lo quiere operar”, le comentó el tratante de primer año al adolorido
muchacho y a su madre, quien estaba absorta en el contenido del récipe: un
cuadro blanco de papel con un sello húmedo en el cual le exigían la compra de
tres medicinas y le advertían que debía conseguir varios donantes para el banco
de sangre. La lista de materiales necesarios para la operación vendría después.
Mientras la noche avanzaba,
llegaban nuevos pacientes. Arribó un niño que se había cortado un tajo de piel
mientras jugaba en el patio de su casa y así salió a flote otra historia de
escasez: las gasas indispensables para hacerle la cura se habían acabado
en el servicio, así que debían conseguirse por medio del camillero, quien 15
minutos después entró a la sala con cuatro envoltorios pequeños de la preciada
malla que, mes y medio atrás, no existía en el hospital. “Guárdenlos por allí,
que no se vea mucho, para que tengamos para los demás”, comentaba otra médico
poco antes de advertir que del antibiótico que limpiaba las heridas quedaba
menos de un dedo. De suturas había sólo dos tipos. Si el paciente necesitaba
otro, como de hecho lo requirió, habría que pedir una más al depósito, que la
administración mantiene bajo llave para evitar robos.
El servicio cerró antes de
las 11:00 pm con poco más de una docena de pacientes vistos. “Lo que pasa es
que la comunidad se alejó cuando estuvimos en la asamblea permanente,
entre mayo y julio, porque el hospital no tenía nada, prácticamente estaba
paralizado. Ahora más bien tenemos material”, afirmaba el residente y señalaba
los rollos de vendas y guata. Mientras que en diciembre sólo en traumatología
se recibían entre 30 y 40 pacientes, hoy difícilmente la cifra supere los 20
atendidos.
En medio de la conversación,
una frase del médico reveló que la crisis del hospital de Los Magallanes de
Catia no es sólo de insumos. A pesar del descenso de los ingresos, se enfrenta
una carencia de personal con la que no se podría paliar la demanda para la cual
fue concebido este centro de salud. “Hay guardias que son tan rudas que he
tenido que enseñar a los camilleros a hacer curas, para que me ayuden”,
admitió.
La situación se extiende más
allá del servicio de Traumatología y alcanza a los pacientes más críticos. Uno
de los cirujanos de guardia en esa noche de viernes indicó que la Unidad de
Terapia Intensiva ha estado cerrada durante todo 2015. Se trata de un área
destinada a atender a quienes padecen de lesiones o enfermedades que ponen en
riesgo su vida y que requieren de una atención médica constante. Su
inhabilitación implica que al paciente que deba someterse a un procedimiento
quirúrgico complejo no se le pueda garantizar este servicio crucial para su
recuperación. Las operaciones de riesgo no pueden llevarse a cabo en Los
Magallanes de Catia.
“Este es un hospital tipo IV
que actualmente no tiene ni terapia intensiva de adultos ni terapia pediátrica
neonatal y está a punto de cerrar el servicio de gastroenterología”, advirtió
el 7 de mayo en una rueda de prensa Eloy Bustamante, presidente de la
Asociación de Médicos Residentes de este centro de salud.
La denuncia ponía en
evidencia cómo se llegó al colapso poco a poco; en 2011 los medios de
comunicación informaban que la falta de especialistas y residentes en la Unidad
recién remodelada impedía que estuviera operativa en las noches.Según la cédula
hospitalaria de 2012, hace tres años en Los Magallanes de Catia trabajaban 16
intensivistas. Hoy sólo queda uno.
Esta misma carencia ha
obligado a que los internistas usen la sala de choque como área de terapia
intensiva. Aunque no disponen de los equipamientos adecuados, allí pueden
mantener a sus pacientes aislados mientras los suben a una habitación o los
refieren a otro centro de salud.
Quienes se quedan en la
Emergencia de Medicina también están sujetos al desabastecimiento. De las 16
camas disponibles, apenas seis tienen un monitor para vigilar los latidos del
corazón. Si uno más llega a hacer falta, el recurso humano hace las veces de
máquina. "Cuando esto pasa, uno mismo es el monitor", confesó un
residente ya cerca de la medianoche, cuando la actividad regular de la sala se
había calmado.
Salvar en medio de los
riesgos
Mientras llenaban a mano las
historias clínicas, algunos residentes reflexionaron sobre lo difícil que
fueron los meses anteriores, cuando se declararon en asamblea permanente para
que desde el Ejecutivo se diera respuesta a sus exigencias de insumos y mejores
equipos. La protesta impulsó al ministro de Salud, Henry Ventura, a sustituir
al entonces director Darío González, quien estuvo durante tres años en el
cargo, por Mario Laya.
El doctor Laya tiene 36 años
y hasta mayo de este año llevó las riendas del Hospital Victorino Santaellla de
Los Teques (estado Miranda). Fue designado en ese cargo en 2011 por la entonces
ministra Eugenia Sader, luego de que pasara una temporada en la coordinación de
Barrio Adentro en Distrito Capital. Fue ella quien también lo condecoró en
septiembre de 2007, junto al fallecido presidente Hugo Chávez, con la medalla
de la salud Gilberto Rodríguez Ochoa, mientras trabajaba en la atención de
comunidades del Plan Café en Humocaro Bajo, en el municipio Morán del estado
Lara. “Él tiene buenas intenciones. Lo que pasa es que esto está colapsado.
Faltan demasiadas cosas”, apuntó una internista.
La gravedad de las carencias
se hace patente cuando incluso el personal médico corre peligro. El único
cirujano que se quedó esa noche en la Emergencia aprendió que no debía botar su
tapabocas desechable aunque lo hubiera usado. La llegada de un paciente con
tuberculosis lo obligó a entregarle a una enfermera la mascarilla nueva que
había llevado a su trabajo nocturno, pues en el hospital no había una que
pudiera protegerla de un eventual contagio cuando le pusiera una vía."Tuve
que usar el tapaboca de la guardia pasada", comentó poco antes de
retirarse a dormir a la residencia médica. La escasez, en ocasiones, lo ha
llevado a pedirle a los familiares que le den una resma de papel para poder llevar
el registro de la enfermedad. Hasta eso falta en el hospital.
En Emergencia también
escasean las medicinas. El Epamin, que limita el riesgo de sufrir convulsiones,
no se pudo administrar al único paciente que llegó después de las 12:00 am, un
hombre que había sufrido un accidente cardiovascular. El medicamento se había
acabado. Tampoco se le dio el analgésico Ketoprofeno a quienes salieron de
quirófano ese día. Quienes no lo consiguieron o no tuvieron recursos para
comprarlo, no pudieron aliviar el dolor que se presenta tras una operación y
debieron dormir con él.
“Hoy tuve que decirle a una
paciente que debía hacerse dos tomografías, que le salen por más de 17.000
bolívares”, comentó el cirujano, quien se avergüenza de pedir insumos que el
hospital debería suministrar gratuitamente. Para una laparoscopia exigen, por
ejemplo, que se compre una caja de grapas con un precio que oscila entre los
10.000 y 17.000 bolívares. También deben pedir los medicamentos del tratamiento
postoperatorio. “Se supone que quienes vienen para acá no tienen dinero
para tratarse en una clínica privada”, criticó.
Poco después de las 2:00 am,
los médicos subieron a dormir a las residencias, en donde pululan las chiripas.
La noche del viernes de quincena había transcurrido con una calma que sólo se
vio perturbada por una mujer
que cayó de una moto y que fue limpiada por
las enfermeras. A las 8:00 am, justo después del cambio de guardia, al
grupo que acababa de entrar le llegaron las primeras víctimas del hampa del
sábado: dos jóvenes arribaron baleados luego de haber sido asaltados. Dos horas
más tarde, murieron.
21-08-15
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