Luis Ugalde 21 de agosto de 2015
El
país va llegando al acuerdo de que esta revolución se acabó como posibilidad de
prosperidad con justicia y democracia. Ahora necesitamos algunos otros
consensos básicos indispensables para construir. Dice la reciente encíclica
papal: “Ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del
mercado. El crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico,
aunque lo supone, requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos
específicamente orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación
de fuentes de trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el
mero asistencialismo”( Evangelii Gaudium n.204). Este crecimiento económico,
que se “supone” como base fundamental, está negado en la actual catástrofe
venezolana, con las empresas productivas en ruina.
Casi
todos reconocemos que para una sociedad próspera y justa es imprescindible la
combinación de Mercado y Estado; pero ni uno ni otro son pura virtud sin
principio de mal alguno, sino que llevan en sus entrañas un monstruo que, si se
le deja suelto, devora la sociedad entera. Tal vez el momento más privilegiado
para ver al Mercado y al Estado convertidos en monstruos devorando a millones
es la década que va de 1929 a 1939, o –con una visión más amplia– de 1914 a
1944.
En
1929 estalló en Estados Unidos la Gran Depresión, espantosa crisis capitalista
que se extendió al mundo con miseria, desempleo y desesperación para decenas de
millones de trabajadores. Pío XI a la luz de esa catástrofe, escribió las
frases papales más duras sobre el capitalismo en su encíclica Quadragesimo Anno
de 1931. No menos rotunda es su condena de la dictadura
marxista-leninista-estalinista en la Unión Soviética. Luego condenará el
“socialismo” nacionalista de Hitler que llegó al poder alimentado por la derrota
y humillación alemana y la miseria económica en su país, con 6 millones de
desempleados. El Papa en la mencionada encíclica escribía:
”
Salta a los ojos de todos, en primer lugar, que en nuestros tiempos no sólo se
acumulan riquezas, sino que también se acumula una descomunal y tiránica
potencia económica en manos de unos pocos…” (QA n. 105) “Esta acumulación de
poder y de recursos, nota casi característica de la economía contemporánea, es
el fruto natural de la ilimitada libertad de los competidores, de la que han
sobrevivido sólo los más poderosos, lo que con frecuencia es tanto como decir
los más violentos y los más desprovistos de conciencia” (n.107)
La
libertad sin normas, ni instituciones lleva a la tiranía del más fuerte tanto
en política como en economía: “Ultimas consecuencias del espíritu
individualista en economía, venerables hermanos y amados hijos, son esas que
vosotros mismos no sólo estáis viendo, sino también padeciendo: la libre
concurrencia se ha destruido a sí misma; la dictadura económica se ha adueñado
del mercado libre; por consiguiente, el deseo de lucro ha sucedido la
desenfrenada ambición de poderío; la economía toda se ha hecho horrendamente
dura, cruel, atroz”. (n. 109)
El
papa no especulaba, sólo describía el desastre capitalista en las grandes
potencias.
Dos
años después Hitler llegó al poder (1933) por vía electoral y con complicidades
diversas de quienes no eran nazis y empujó al mundo a la guerra (1939) más
terrible y destructora que hayamos conocido.
Por
otro lado la Revolución Rusa instauró otra dictadura de buenas intenciones y
resultados criminales. Por eso el Papa cuestiona por igual la simplificación
comunista que busca “la encarnizada lucha de clases y la total abolición de la
propiedad privada” y no se detiene ante nada; “con el poder en sus manos, es
increíble y hasta monstruoso lo atroz e inhumano que se muestra. Ahí están
pregonándolo las horrendas matanzas y destrucciones con que han devastado
inmensas regiones de la Europa oriental y de Asia” (Q A 112)
Esto
lo vio la Iglesia y el mundo hace más de 80 años. Luego Stalin, Mao Tse Tung y
otros dictadores comunistas agregaron decenas de millones de crímenes. Nuestra
elección no es entre la dictadura capitalista o la dictadura comunista, sino
una democracia social que combinando las virtudes del “Mercado social” y de
“Estado social” controla los evidentes peligros de cada uno cuando se vuelve
salvaje, sin contrapesos ni control de una sociedad organizada y vigorosa. Esta
es una pieza fundamental de la Doctrina Social de la Iglesia.
Sería
peligroso que en Venezuela para salir del actual desastre, por reacción
pendular se pasara a un capitalismo descontrolado y sin institucionalidad
pública seria y fuerte dotada de una visión social incluyente, corazón de la
nueva propuesta. No hay economía moderna sin buen funcionamiento del Mercado,
ni sociedad justa sin Estado social solidario. Pero la absolutización de uno u
otro, sin contrapesos, lleva al infierno social. Dice la primera encíclica del
Papa Francisco: “La dignidad de cada persona humana y el bien común son
cuestiones que deberían estructurar toda política económica…” (Evangelii
gaudium n. 203)
*
Siendo que el nombre del Papa Francisco solo era mencionando en el título, nos
sentimos obligados a precisar que Evangelli Gaudium es el nombre de su primera
encíclica.
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