Thaelman Urgelles 24 de agosto de 2015
En los
últimos días la crisis generalizada se ha agravado en Venezuela. La debacle
económica, la agudización de la violencia en dos vertientes –la ya crónica,
causada por la delincuencia sin freno, y la provocada en las miles de colas por
alimentos- está generando entre algunos venezolanos una sensación de desamparo
que los lleva a imaginar, desear, exigir y hasta promover soluciones políticas
drásticas e inmediatas, cualquiera que sea su origen y métodos y sin medir sus
consecuencias para el futuro de la República. En los días recientes hemos
escuchado y leído tales actitudes, ya no de los habituales pescadores en río
revuelto (conspiradores profesionales o de teclado) sino de personas
normalmente sensatas, pacíficas y de espíritu democrático, algunas de ellas con
experiencia probada en el enfrentamiento de crisis y conflictos socio-políticos.
Este
clima de urgencia y acabóse, de “topo a todo” en el que ya no queda más que el
estallido social y la salida violenta, en ocasiones con los consabidos llamados
a los militares a que intervengan para detener la catástrofe, es por supuesto alentado
por la conducta perversa de Maduro y quienes lo acompañan: criminal inacción
ante la debacle económica, acciones erráticas en el combate de la inseguridad e
inauditas provocaciones en la esfera política. Como dice el oportuno documento
de la MUD el día de ayer, la pandilla gobernante tantea la posibilidad de
promover y establecer un clima de excepción para finalmente suspender las
elecciones parlamentarias que tiene perdidas.
Mientras
todo esto ocurre, las mayorías populares se encuentran demasiado atareadas en
su diaria odisea para proveerse de los productos básicos para la subsistencia y
en evitar a duras penas el caer víctimas de la delincuencia. Y aunque las
protestas se extienden por todo el territorio, ellas se mantienen en una escala
local y micro-social, sin que los llamados a movilizaciones formales de índole
política tengan mayor convocatoria.
Ante
este caótico panorama cabe preguntarse: ¿es inevitable en estos momentos una
salida “expedita” de la crisis, bajo la forma de una revuelta incontrolada de
las masas desesperadas, o de una insurgencia militar que deponga al gobierno e
instale un régimen de facto, o cualquier otra de las que imaginan y proponen en
esta hora algunos espíritus impacientes? ¿Hemos llegado en Venezuela a la
situación de que no queda más espacio debajo para caer y que no cabe más que
acudir a fórmulas extremas, aunque ellas no sean las más convenientes? ¿En
verdad estamos ante un “sálvese quien pueda histórico”…?
Arriesgándome
a caer, nuevamente, en los rigores de la lengua o el teclado de los
trescincuenteros habituales, o de otros amigos que recién se incorporan a las
filas inmediatistas, declaro que no encuentro tales extremos en la situación
actual. Me adelanto a calificarla de gravísima e intolerable, pero no veo que
ella justifique buscar con éxito una solución extraconstitucional o violenta.
Además, no creo que tales hipótesis encuentren sustento u apoyo en la mayoría
de los venezolanos, más allá de las cadentes atmósferas que se retroalimentan
en las redes sociales. Por último, y más importante, no creo que convenga al
futuro de Venezuela que a estas alturas del desprestigio de la aventura
revolucionaria chavista los venezolanos les lancemos a sus autores el
salvavidas histórico de sacarlos del poder sin antes dejar constancia numérica
del rechazo que su propio fracaso generó en la amplia mayoría del país.
Si con
ánimo sereno examinamos la historia y el mundo que nos rodea, veremos que la
crítica situación de nuestro país posee referentes mucho peores en otros tiempos
y lugares. Situaciones de hambruna, violencia, guerra y masacre resultaron
soportables para sus sufrientes y casi todas les encontraron solución en los
plazos históricos adecuados. Para quienes abortaron los plazos, casi siempre
resultó peor el remedio que la enfermedad. Los recientes casos de Ucrania,
Libia y Siria, entre otros, dan nítida cuenta de ello. No estoy diciendo que lo
que vive Venezuela sea suave, pero me da la impresión que los sectores más
desvalidos lo asumen con una entereza mayor que quienes tienen mayor acceso a
las redes sociales, estando más dispuestos a esperar su oportunidad para el
cambio pacífico que se avecina.
Me
asombra cómo los compatriotas que honestamente claman por cualquier solución a
este “ya no se aguanta más” ignoren que estamos a tres meses de una crucial
elección en la que se expresará un rechazo masivo al proyecto revolucionario.
Cuando estamos a punto de efectuar un balance neto e inapelable de estos 17
años de criminal fracaso, con la consecuencia de que más nunca se vuelva a
instalar en Venezuela un despropósito como ese, algunos impacientes proponen
que abortemos “como sea” el final de la pandilla en el poder, aun al precio de
dejar ir vivo el toro a los corrales, al regalarles una salida violenta del
poder en la que permanezca viva la incógnita sobre su pérdida irremediable del
apoyo popular.
Porque,
no tengo dudas, si este gobierno es sacado de cualquier forma violenta o
inconstitucional antes del 6 de diciembre, por muchos años el chavismo se
mantendrá como una leyenda, en Venezuela y sobre todo fuera de ella, y será de
lejos la primera opción para reemplazar a todos los gobiernos que lo sucedan;
que serán varios y efímeros, por cierto. No me cansaré de recordar el fenómeno
del peronismo en la Argentina: sacado del poder en 1955 por un golpe militar,
cuando ya su carisma populista comenzaba a declinar, la leyenda creada
alrededor del general Perón dio lugar a una nefasta hidra política que aun
asfixia y congela el desarrollo democrático de ese gran país.
Está
claro que el régimen intentará por todos los medios perversos abortar el
proceso que ya lo conduce a un ignominioso final. Ya la revolución terminó hace
rato, sólo falta que termine de fenecer su corrompido entramado burocrático.
Resistamos con voluntad y paciencia las provocaciones y démosle un empujón
definitivo el próximo 6 de diciembre. Si ello resultare imposible (podría
serlo), concertemos y preparemos ya los mecanismos para una transición exitosa
que anule su proyecto de convertirse en víctimas y en leyenda hacia el futuro.
Pero no seamos nosotros los causantes o cómplices del aborto histórico.
Hay
sectores que durante estos 17 años han hecho del inmediatismo y la conspiración
su único modo de hacer política. Con ello sólo propiciaron derrotas para el
esfuerzo democrático y la consecuente prórroga de la dictadura. Para ellos no
existe otra aproximación posible a la búsqueda del poder; porque les está
vedado el camino electoral, de suyo pacífico y constitucional, por no haberse
tomado el trabajo de construir partidos o haber fracasado en ello.
Mas no
entiendo que personas inteligentes y de larga vocación democrática, que ni
siquiera aspiran a posiciones electivas o burocráticas en el futuro, se estén
sumando al coro desesperado de los que claman una salida “ahora mismo y como
sea”. A ellos les pido, con todo respeto y afecto, un poco de entereza y
perspectiva por favor.
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