Francisco J. Monaldi 21 de agosto de 2015
La
extraordinaria dotación de recursos petrolíferos de Venezuela y la situación
favorable de los precios del crudo durante la última década, que a pesar de su
caída reciente aún se encuentran a niveles históricamente altos, contrastan con
varias tendencias muy preocupantes que ha venido experimentado la industria
petrolera nacional y sobre las cuales es necesario actuar estratégicamente.
Caída
en la producción en un periodo en que ha debido crecer aceleradamente.
Diversas
fuentes difieren en el nivel de producción de Venezuela, pero todas coinciden
que el país produce mucho menos petróleo que en el pico de 1998 o incluso que
en 2008. Conservadoramente la caída es de unos 750 mil barriles diarios con
respecto a su pico (o cerca del 25%), cuando estaba previsto aumentarla en más
de dos millones de barriles diarios. En ese mismo periodo casi todos los
productores relevantes de crudo incrementaron su producción, aprovechando los
altos niveles de rentabilidad generados por los altos precios. Por tanto, la
participación de mercado de Venezuela ha caído considerablemente (35% desde el
pico), y el país tiene la menor tasa de producción, a nivel mundial, en
relación a sus reservas probadas.
Caída
de la producción de crudos convencionales, más que proporcional con respecto a
la producción total, particularmente de medianos y livianos. Solo parcialmente
compensada por el incremento de producción en la Faja. En 1998 la proporción de
crudos pesados y extra-pesados era de alrededor del 30% del total, mientras que
hoy se aproxima al 60%. La declinación de áreas tradicionales ya tiene más de
una década en el Lago de Maracaibo, donde desde 2008 la producción ha caído más
de 30% y recientemente se ha acentuado por su rápida caída en los campos más
productivos del norte de Monagas (especialmente El Furrial), donde la
producción ha colapsado en solo cuatro años en más de 25%. Esto es
particularmente problemático porque tales han sido los campos más rentables,
las “vacas lecheras” de PDVSA, y sus crudos son necesarios para diluir los
crudos extra-pesados de la Faja, que es la única región que está incrementando
su producción. De allí que estemos importando cada vez más crudo liviano de
África y productos de Estados Unidos como diluentes. La cesta venezolana es por
tanto cada vez más pesada y menos rentable.
La
producción propia de PDVSA cae también más rápido que la producción total,
mientras que la producción de las empresas mixtas se ha incrementado levemente,
lo que implica que la mezcla de producción genera un menor flujo de, dado que
los socios poseen hasta 40% del capital de estas empresas. La proporción de
producción propia cayó de 80% en 2000 a menos de 60% hoy en día.
Caída
de las exportaciones petroleras netas, más que proporcional con respecto a la
producción, debido al incremento del consumo en el mercado interno, al
contrabando de extracción y al a importación de productos, que generan grandes
pérdidas. Las exportaciones netas han caído en más de un millón de barriles
diarios desde su pico en 1998, casi un 40%. De manera que también esto implica
que la producción de petróleo se hace menos rentable para el país.
Casi
toda la reducción en las exportaciones ocurrió en nuestro mercado más rentable,
el de Estados Unidos, mientras buena parte de nuestras exportaciones a
Latinoamérica y el Caribe son altamente subsidiadas, y las exportaciones a Asia
reportan márgenes menores por los mayores costos de transporte.
Además
una parte importante de las exportaciones a Asia, que son las que se han
incrementado, se utilizan para repagar los créditos chinos, por lo que no
generan flujo de caja a PDVSA. De manera que apenas unos 1.4 millones de
barriles diarios, poco más del 50% del total, generan ingresos reales de caja a
la estatal.
En lo
operativo y financiero las tendencias son también alarmantes y lo eran aún
antes de la caída de precios.
La
producción por empleado ha colapsado en los últimos años, en más de 70% desde
2001, resultado de la combinación de aumento explosivo de la nómina con
descenso en la producción. Los costos por barril se han incrementado
considerablemente, en parte por la apreciación del tipo de cambio oficial, pero
también por la notable merma en la eficiencia.
La
deuda financiera externa de la petrolera se ha incrementado de forma
vertiginosa al pasar de unos 3 mil millones de dólares en 2006 a más de $45 mil
millones hoy en día. Ese monto no incluye los pasivos con proveedores, socios,
empresas expropiadas, ni con el BCV. El pasivo con el ente emisor superaba los
800 mil millones de bolívares durante el primer semestre de 2015. El incremento
exponencial de las deudas, cuando se gozaba del auge de precios más grande de
la historia, no se vio reflejado en incrementos significativos en la inversión,
por lo que esencialmente fue usado para financiar gasto público.
La
inversión en exploración y producción se ha estancado en términos reales. De
hecho el número de taladros en operación viene cayendo, a un promedio así: 64.5
durante el primer semestre de 2015, 68 en 2014 y 72 en 2013; cifras muy
inferiores a las que se obtuvieron en el pasado (por encima de 100 taladros
operativos cuando la producción ascendía).
Finalmente,
el colapso del precio del petróleo, constituye la más reciente, pero más
devastadora circunstancia para PDVSA y para el país.
Estas
son apenas algunas de las tendencias alarmantes que enfrenta la industria
petrolera venezolana. Excepto la caída de precios, ninguna es nueva, todas
tienen varios años ocurriendo, pero hasta ahora habían sido eclipsadas por el
espectacular ascenso en los precios que ocurrió durante la década pasada, el
cual daba margen para todo. A partir del colapso del precio en 2014, el tablero
de PDVSA está lleno de luces rojas, y el Estado venezolano, que depende en
forma creciente de la empresa, está también en emergencia, por lo que no le
puede otorgar un respiro limitando sus demandas de recursos.
Es
justo destacar que recientemente PDVSA, más claramente desde que está Eulogio
Del Pino a su cabeza, ha asumido una política más pragmática, tratando de
atenuar algunas de estas tendencias negativas. La producción en la Faja se ha
venido incrementando, compensando parcialmente la caída en crudo convencional.
Las exportaciones subsidiadas a la región se están reduciendo. La relación con
los socios de las empresas mixtas está mejorando. Pero todavía estamos muy
lejos de ver una estrategia clara de recuperación de la estatal y del sector,
aunque si la comparamos con otras áreas del gobierno, al menos se nota un
intento de rectificación. Por desesperación o pragmatismo, lo cierto es que hay
un viraje en marcha.
Sin
embargo, como en otras áreas, la credibilidad institucional es muy baja y el
nuevo escenario de precios hace cuesta arriba revertir las tendencias negativas
sin un cambio muy fundamental en la conducción, en las instituciones, y en las
políticas del gobierno. El daño causado a la industria petrolera nacional,
precisamente cuando tuvo sus mejores oportunidades, es incalculable y muy
difícil de reparar. Es imperativo plantearse una nueva estrategia petrolera
para Venezuela, adaptada a las realidades actuales de nuestra industria y del
mercado internacional, y que logre obtener un consenso básico en la sociedad.
Este será uno de los ingredientes esenciales para la recuperación del país.
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