José Luis Farías 28 de agosto de 2015
Corto
y Picante
Nicolás Maduro se me parece cada vez más
a Pastor Maldonado y visceversa. El tristemente célebre piloto venezolano de la
Fórmula 1 nunca tiene la culpa de sus continuos choques en las pistas. Cuando
no es la lluvia, son los frenos, los cauchos, el mecánico. Cualquiera o
cualquier cosa menos él.
Maduro, quien frecuentemente choca en
las pistas de la realidad de la escasez, la inflación, la inseguridad, la
corrupción o el despilfarro, recurre también con frecuencia al recurso de
endosarle la responsabilidad de su ineptitud al imperio, la oligarquía, la
oposición apátrida o el paramilitarismo colombiano o aún para explicar acciones
criminales como la crisis humanitaria generada por el cierre de la frontera con
Colombia, cuando justificó la destrucción de un barrio mayoritariamente
colombiano en el Táchira diciendo que era un “campamento paramilitar”.
Sin embargo, no es de Pastor sino de su
pastor, el Galáctico, de quien Maduro heredó ese feo hábito de pretender
embarrar a otros con su propias miasmas. Lo que sino pudo heredar del Eterno
fue el teflón que lo cubría ni mucho menos su inmensa suerte como para irse de
este mundo antes de que las consecuencias del legado salpicaran sus costosos
trajes.
Al sucesor le ha tocado cargar con las
consecuencias del legado y las derivadas de su propia ineptitud, por tal razón
le espera la paliza del siglo el próximo 6 de diciembre cuando el pueblo, en
especial el pueblo rojo rojito, le cobre todo todito.
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