PEDRO CAMPOS 25 de agosto de 2015
Antes
de finalizar su reciente visita a
La Habana, el Secretario de Estado de EE UU, John Kerry, le recordó al
Gobierno cubano que si no había cambios democráticos en Cuba, difícilmente el
Congreso podría levantar el bloqueo-embargo.
Con
estas palabras, Kerry dejaba claro que era con el Congreso de EE UU con quien
tenía que lidiar La Habana y muy especialmente con las demandas de los
cubanoamericanos que tienen influencias en esa instancia y condicionan
cualquier movimiento en esa dirección a avances en los temas de derechos
humanos y democracia en la Isla.
Así
que el Ejecutivo de EE UU se las ha arreglado para poner frente a frente a los
dos extremos.
No es
que los cubanoamericanos dominen el Congreso ni mucho menos; es que ellos
forman parte de la bancada republicana que, de frente a las próximas elecciones
presidenciales, no está interesada en cooperar con Barack Obama para que este
pueda ofrecer un triunfo contundente en su política exterior con el asunto
Cuba.
El
Gobierno de La Habana tendría que írselas "arreglando" con las
medidas parciales del Ejecutivo estadounidense, sin que las leyes esenciales,
fuertes, del bloqueo-embargo sobre el comercio y las inversiones cambien por
ahora, a menos que decida emprender el necesario e inevitable proceso hacia la
democratización de la sociedad cubana.
Y es
aquí donde viene el problema. La "dirección histórica", que se ha
pasado decenios diciendo que el bloqueo-embargo es la causa de todas nuestras
desgracias, no está dispuesta a iniciar ese proceso de democratización que
elimine "la causa de todas nuestras desgracias", porque hacerlo sería
dar su brazo a torcer ante la "contrarrevolución histórica".
Y la
"contrarrevolución histórica" no está de acuerdo en entrar en ningún
diálogo con el Gobierno de la "dirección histórica" si este primero
no acepta iniciar de alguna manera el proceso de democratización.
De
este modo, queda al descubierto que hoy el tema del bloqueo-embargo no se
relaciona con las contradicciones nación cubana/imperio, ni capitalismo
imperialista/socialismo que nunca ha existido, sino entre fuerzas políticas y
económicas internas, unas que fueron desplazadas del poder entre 1959 y 1960 y
sus nuevos ocupantes.
Entre
los anteriores dueños de tierras, industrias y grandes negocios capitalistas
privados y los nuevos poseedores, los burócratas que en nombre de la
Revolución, la clase obrera y el socialismo han administrado a su modo y manera
aquel patrimonio, no nacionalizado sino estatizado.
Esas
extremas tienen sus razones para mantener sus posiciones. Aquella desde
"el nunca más" lo que ocurre hoy en Cuba y, la de acá, desde su
"nunca más" lo que ocurría antes. Y, en el medio, aplastado, el
pueblo cubano, el convidado de piedras, con el que no cuentan las extremas.
¿Están
interesadas en buscar una solución política a sus contradicciones por la vía
del diálogo y la negociación?
El
Gobierno cubano sigue culpando de todas nuestras desgracias al bloqueo-embargo,
pero el pueblo ve que no hace nada para aflojar las posiciones de los que
tienen en sus manos la posibilidad de eliminarlo. Entonces, ¿qué es más
importante, que se eliminen "todas las causas de nuestros problemas"
o que los históricos no arriesguen su poder en un proceso de democratización,
que es en definitiva lo que parece trabarlo?
Los de
allá no quieren "dar más victorias a los Castros", pero con su
actitud se están quedando aislados en Cuba, en EE UU, en América Latina y ante
el mundo, y se están cerrando el paso ellos mismos a poder jugar un papel positivo
en la reconstrucción de la nación. ¿Qué es más importante para ellos?
La
situación cubana está complicada. Los que tienen el poder no quieren
compartirlo con los trabajadores y el pueblo, que no ven salida a su situación
en la "actualización". La burocracia ha buscado como aliado para
compartir el poder económico, nada más y nada menos, que al capital extranjero,
especialmente norteamericano, el "enemigo histórico".
No han
faltado disímiles propuestas de cómo salir de la situación actual desde la izquierda
democrática y desde otras fuerzas democráticas, a la cuales no se le escucha,
se les ignora y hasta se las demoniza.
En
este contexto, está ocurriendo un fenómeno nuevo, de gran complejidad: el
inicio de un proceso de democratización, al que condiciona la extrema de allá
avances en dirección al levantamiento de las leyes más importantes del
bloqueo-embargo, no solo es imprescindible para el desarrollo económico, social
y político de Cuba, sino que es un reclamo de toda la oposición pacífica, de su
vertiente democrática, de buena parte de la izquierda democrática, de mucha
gente dentro de las mismas instituciones oficiales y probablemente de la
mayoría de los ciudadanos.
El
propio Gobierno dice trabajar en una nueva ley electoral y en una nueva
Constitución, pero lo hace a espaldas del pueblo, lo que inquieta más sobre sus
propósitos democráticos.
Por
otro lado, estar de acuerdo en avanzar en un proceso de democratización de la
vida política del país no quiere decir estar de acuerdo en todo lo demás.
Señores,
piensen, pensemos todos. Cuando intereses tan disímiles y hasta contradictorios
coinciden, aislarse, desvincularse, oponerse no solo no tiene sentido, es
suicidarse políticamente. Muchas veces hemos advertido: el agua busca cauces y
es preferible abrirlos a enfrentar los desbordamientos.
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