Por Vladimiro
Mujica, 28/10/2015
Los venezolanos
tenemos todo tipo de razones para dudar sobre la veracidad de las explicaciones
del gobierno sobre el conflicto con Guyana y ahora en relación al cierre de la
frontera con Colombia en el estado Táchira. Es inevitable la tentación de
asociar la escalada de confrontación diplomática y de acciones beligerantes
contra nuestros vecinos, a escasos meses de un proceso electoral de mucha
importancia, con un intento de generar una crisis que le permita al gobierno
reforzar un ambiente de confrontación interno.
Por supuesto que al
gobierno le asistiría la razón si se tratara de convocar a la unidad del pueblo
frente a una amenaza real a la integridad de la nación. Pero el gobierno no
tiene ninguna autoridad moral para hacer esto porque es precisamente la acción
del régimen chavista durante estos últimos quince años la razón fundamental por
la que Venezuela se encuentra en un estado de precariedad que genera asombro en
todo el planeta, hasta el punto de que nuestro país se ha ido ganando a pulso
la reputación de ser el peor gerenciado del mundo.
Pero lo que está
ocurriendo en la frontera colombiana ofende no solamente por la tergiversación
de los hechos y por la burda maniobra de intentar atribuirle el desastre de la
economía venezolana a los bachaqueros y al contrabando de extracción; o la
violencia endémica que enluta a nuestro país a un supuesto plan de los paracos
y la derecha colombiana para desestabilizar al gobierno venezolano. Ofende y
agrede lo más profundo de nuestra sensibilidad como individuos y como pueblo
porque nos hace aparecer ante el mundo como una nación despótica y brutal,
insensible a la violación flagrante de los derechos humanos que significan las
deportaciones forzosas y la destrucción de propiedades de los colombianos
expulsados en las peores condiciones imaginables.
D: marcadas para
demolición, se ha convertido en el símbolo del atropello que adelanta nuestro
gobierno en la frontera con Colombia. Es la señal en las casas presuntamente
ocupadas por personas indocumentadas y que van a ser posteriormente demolidas.
No se trata de desconocer que las relaciones entre los países pueden pasar por
tiempos muy conflictivos y que inclusive la guerra puede terminar por estar
justificada cuando está en riesgo la sobrevivencia de la nación. Pero pasar de
la inacción; del trato cordial y fraterno a la guerrilla colombiana; de la
intromisión en los asuntos internos de todo el continente; de la entrega
parcial de nuestra soberanía a Cuba, y de la destrucción de la economía, a esta
cacería de colombianos, como si se tratara de controlar una invasión de ratas
en la frontera, debe ser condenado sin ambages.
Todo esto al tiempo
que el gobierno chavista continúa acusando de “injerencistas” a los individuos,
organizaciones y países que se atrevan a opinar sobre la situación venezolana.
Ello en el marco de la acción imperialista del petro-estado venezolano que se
inmiscuyó descaradamente en los asuntos políticos de muchas naciones tratando
de forjar una alianza internacional alrededor de la revolución chavista. El
gobierno no tiene ninguna base en el derecho internacional, ni en nuestra
Constitución, para pretender que el mundo se abstenga de opinar sobre nuestros
asuntos cuando se trata de violaciones a los derechos humanos y las
transgresiones a libertades y elementos fundamentales de la convivencia
democrática que se han ido convirtiendo en una norma en Venezuela. El discurso
de que estos son asuntos internos de cada país y de que se está supuestamente
violando la “autodeterminación de los pueblos” es violatorio de nuestras leyes
y de los tratados internacionales que Venezuela ha suscrito y no pretende más
que introducir otro elemento de división entre venezolanos, según el cual los
que estén a favor del “injerencismo” son traidores a la patria y quienes estén
de acuerdo con darle carta blanca al gobierno son patriotas.
Como ha sido
señalado por organizaciones de defensa de los derechos humanos, las operaciones
ilegales de los aparatos de seguridad, pomposamente bautizadas como Operación
de Liberación del Pueblo (OLP), se han transformado en razzias contra los
sectores populares y ahora contra los colombianos a los que se pretende
responsabilizar de cuanto crimen existe en nuestro país y de la crisis por la
que atraviesa Venezuela.
Como si no les
bastara con arruinar a nuestra nación y ponernos a la cola de los países del
mundo en cuanto a los indicadores de bienestar y de pobreza se refiere, ahora
las acciones de nuestros gobernantes nos exponen al desprecio internacional en
todas las redes sociales y en los medios de comunicación donde se puede
apreciar la forma cruel e inhumana en que se ha expulsado a muchos colombianos
de nuestro territorio.
Los verdaderos
fabricantes de miseria y enemigos de su propio pueblo revelan ahora un
comportamiento aún más censurable. Es difícil decidir si estamos en presencia
de un acto deliberado de conducta fascista, de un intento de desviar la
atención sobre lo que se anuncia como una derrota electoral, de enfrentamientos
internos entre grupos en el gobierno o de simple incompetencia de éste último.
Cualquiera que sea la razón el resultado es un verdadero horror.
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