Por analítica.com
Anacaona tiene 23 años y es
licenciada en Comunicación Social, egresada en 2015 de la Universidad Central
de Venezuela (UCV). Con una mano recibió su título y con la otra preparó su
maleta para irse del país. Actualmente vive en Argentina. Ella forma parte del
millón y medio de criollos que se fueron al exterior en los últimos quince
años. Este número representa 5% de la población nacional, según el sociólogo
Iván de la Vega, profesor e investigador de la Universidad Simón Bolívar.
“De ciento noventa y seis
países que están acreditados por la Organización de las Naciones Unidas, los
venezolanos están en noventa y cuatro de ellos, ya con visa de residencia o con
nacionalidad”, explica de la Vega. El especialista agrega que desde 1984, la
nación ha pasado de vivir procesos inmigratorios elevados a convertirse en
emisora de personas.
Una encuesta realizada en
2010, 2011 y 2013 por el Laboratorio Internacional de Migraciones (LIM) a
estudiantes de la UCV, de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y de la
Universidad Metropolitana (Unimet) reveló que 73,8% de los jóvenes respondió
“Sí” o “Tal vez” cuando se les preguntó si quisieran convertirse en emigrantes.
Este porcentaje guarda relación con la opinión de la psicóloga social, Daniela
Mercado: “El venezolano se encuentra en un estado de desesperanza aprendida, es
decir, no ve una salida alternativa a la emigración. Se ve motivado –u
obligado– a buscar en otros lugares los estándares de calidad de vida que
quisiera tener”.
No siempre fue así
Durante gran parte del siglo
XX –específicamente a partir de 1936– Venezuela fue un país receptor de
extranjeros. Italianos, portugueses, españoles, colombianos, dominicanos,
cubanos… personas de distintas nacionalidades que llegaron huyendo de los
conflictos de sus tierras y con la esperanza de surgir. Y muchos lo lograron.
Sin embargo, el proceso comenzó a revertirse a finales de los ochenta y
principios de los noventa. A partir de ese momento, quienes vinieron comenzaron
a retornar a sus lugares de origen.
Años después, con la llegada
del milenio, la diáspora empezó a intensificarse: nueva Constitución, despidos
masivos en la industria petrolera… la calidad de vida de los ciudadanos comenzó
a desmejorar, principalmente por tres flagelos: inseguridad, polarización
política y deterioro progresivo de la remuneración.
“Yo decidí venirme porque sentía que aunque consiguiera un buen trabajo, no iba a poder disfrutar de mi sueldo, pues el miedo a ser asaltada me perturbaba de una manera sobrenatural. Sentía muchísimo miedo de salir”, explica Anacaona.
No hay políticas de retorno
Tanto de la Vega como
Mercado coinciden en que la mayoría de los venezolanos que atraviesa las
fronteras tiene un nivel académico alto. “De hecho, distintas investigaciones
revelan que, de los inmigrantes latinoamericanos en Estados Unidos, el
venezolano es quien tiene mayor formación. Lo mismo sucede en Europa, en países
como España”, alega el sociólogo.
Lo más preocupante es que no
existen políticas que permitan reconectar a esas personas con su tierra natal.
“Un país en el que el proceso de construcción de la sociedad global del
conocimiento no valore su capital intelectual va en retroceso”, dice de la
Vega. Añade que otras repúblicas de la región –como Chile, Colombia, Argentina
y México– sí tienen acceso a sus compatriotas presentes en otros lugares, de
manera que puedan contactarlos cada vez que se presente un proyecto nacional.
Por su parte, Mercado piensa
que el país “se está quedando sin los recursos humanos, sin la generación de
relevo que continúe con aquello que hicieron sus padres y abuelos. Estamos
perdiendo mano de obra especializada”. Según la psicóloga, quienes se dan a la
fuga viven un proceso de pérdida de la identidad. “Te alejas de tus procesos de
socialización primario y secundario: dónde creces, dónde vives. Entonces, debes
adaptarte a una nueva sociedad, lo cual muchas veces significa el sacrificio de
todo el aprendizaje cultural que llevas contigo. Acomodarte a esa nueva cultura
puede generar un alto impacto emocional en ti como inmigrante”.
La especialista agrega que
ese choque emocional lo viven todos los que se van: desean buscar mejores
condiciones de vida, pero anhelan volver a su patria para reencontrarse con sus
seres queridos.
Esto es lo que le sucede a Anacaona: “Extraño a la gente, la comida, la buena vibra que todavía existe, los abrazos, el ‘¿cómo estás?’, la sonrisa a pesar de todo lo malo. Eso siempre voy a extrañarlo, porque aunque acá me han tratado bien, no soy más que una extranjera”, finaliza.
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