Rosalía Moros de Borregales 09 de agosto de 2015
@RosaliaMorosB
Hay
vínculos en la vida de los seres humanos que son profundamente indisolubles. No
podríamos negar a una madre aún cuando existieran motivos para tal acción; no
podríamos negar a un hijo porque nuestras entrañas gritarían por su presencia;
nunca olvidaríamos al hermano, al primo o al amigo con el que compartimos
nuestra infancia. Pienso y siento que tampoco podríamos olvidar a nuestra
patria; no importa cuántos kilómetros nos separaran de ella, siempre nuestro
corazón la anhelaría.
Estamos
entretejidos con la tierra que nos recibió al nacer, nos enorgullecen sus
logros porque los consideramos nuestros. Nos emocionamos con nuestros
deportistas y su destacada participación en diferentes competencias; se nos
hincha el corazón cada vez que escuchamos una de nuestras múltiples orquestas.
Nos llenamos de admiración al saber de tantos profesores que enseñan a nuestros
hijos con ética y que impregnan con una pasión maravillosa su labor. Confiamos
nuestras vidas a nuestros hombres de blanco porque tenemos suficientes
testimonios que nos dan la convicción de su eficiencia. Nos deleitamos en las
arepitas, en el queso de mano; se nos hace agua la boca con un mango y con las
conservas de coco que nuestras negritas bellas llevan en grandes bandejas sobre
sus cabezas erguidas.
Son
innumerables las cosas que nos hacen suspirar al pensar en nuestra tierra; y de
la misma manera hay otras tantas que nos hacen llorar de tristeza, porque el
dolor de nuestra patria también es nuestro. Sentimos una gran carga por los
desaciertos cometidos, por los desamores sobrevenidos. Nos sentimos frustrados
ante la indiferencia, la decadencia y la insolencia. Pensamos en el futuro y
quisiéramos imaginarlo pleno de la construcción de buenos sueños de tantos
venezolanos convertidos en realidades. Sin embargo, por más que nos esforzamos
pareciera que necesitamos algo más allá de nuestras propias fuerzas para salir
adelante.
La
historia ha demostrado que todas las riquezas que una nación pueda tener son
inútiles cuando sus ciudadanos se entregan a sentimientos mezquinos, a la
lujuria, a la ambición de riquezas sin el aval del trabajo y a la opresión de
sus conterráneos. Para comprobar esto solo es necesario hacer una revisión
breve de los libros de Historia universal. No hay nadie que pueda salvarnos de
esta situación sino solo Dios. No hay estrategias que puedan lograr un cambio
en positivo si primero no hay un cambio en el corazón de los hombres de nuestra
nación, en el corazón de cada uno de nosotros.
Dios
puso en nuestro pedacito de tierra una inmensurable riqueza, y nos facultó con
la capacidad para administrarla con equidad y justicia. El desea que cada
venezolano incline su corazón a El y que seamos capaces de lograr esta tarea.
Pero estamos secos y desolados; nuestra tierra tiene sed de la bendición de
Dios. Necesitamos de una renovación espiritual que como una lluvia caiga sobre
nuestra nación y nos bendiga la vida. ¿Ilusa? ¿Insensata? No, convencida de la
verdad que ha cambiado la vida de muchos y puede cambiarnos a cada uno en
particular y a todos como nación.
“Si se
humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren
mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los
cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”. II Crónicas 7:14.
@RosaliaMorosB
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