Por Joseph E. Stiglitz
Pasará mucho tiempo antes de
que Gran Bretaña y Europa asimilen, en su plenitud, las implicaciones del
referéndum brexit del Reino Unido. Las consecuencias más profundas, por
supuesto, dependerán de la respuesta de la Unión Europea a la retirada del
Reino Unido. En un principio, la mayoría de las personas asumieron que la UE no
“se patearía a sí misma, autocastigándose”, al fin y al cabo, un divorcio
amigable parece ser lo mejor para todos. Sin embargo, el divorcio – como pasa
en muchos casos – podría llegar a ser problemático.
Los beneficios del comercio
y la integración económica entre el Reino Unido y la EU son mutuos y si la UE
tomó en serio su convicción de que una mayor integración económica es la mejor
alternativa, sus líderes deberían buscar garantizar los vínculos más cercanos
posibles teniendo en consideración las circunstancias. Sin embargo, Jean-Claude
Juncker, el arquitecto de los mecanismos de evasión de impuestos corporativos
masivos de Luxemburgo y en la actualidad Presidente de la Comisión Europea,
está tomando una línea dura: “fuera significa fuera”, dice él.
Es posible que esta reacción
precipitada sea comprensible, si se tiene en cuenta que Juncker puede llegar a
ser recordado como la persona que presidió la etapa inicial de disolución de la
UE. Él argumenta que para disuadir a otros países que pudiesen querer salir de
la UE, se debe actuar de manera inflexible; y, se debe ofrecer al Reino Unido
solamente un poco más de lo que ya está garantizado mediante los acuerdos de la
Organización Mundial del Comercio.
En otras palabras, no se
debe mantener unida a Europa por los beneficios que brinda, mismos que superan
con creces los costos. La prosperidad económica, el sentido de la solidaridad y
el orgullo de ser un europeo no son suficientes, según Juncker. Se debe
mantener unida a Europa mediante amenazas, intimidación y miedo.
Esa posición ignora una
lección enseñada tanto por el voto Brexit como por las elecciones primarias del
Partido Republicano de Estados Unidos: grandes porciones de la población no
tienen una vida próspera. La agenda neoliberal de las últimas cuatro décadas
puede haber sido buena para el 1% en la cúspide de la pirámide, pero no lo fue
para el resto. Yo predije tiempo atrás que, con el pasar del tiempo, llegaría
el día en el que este estancamiento tendría consecuencias políticas. Ese día ya
ha llegado.
A ambos lados del Atlántico,
los ciudadanos culpabilizan a los acuerdos comerciales, señalándolos como una
de las fuentes de sus males. Si bien esa es una simplificación excesiva, es
comprensible. Los tratados comerciales de hoy en día se negocian en secreto, en
estos tratados los intereses corporativos están muy bien representados, pero
los ciudadanos o trabajadores de a pie están completamente excluidos. Como era
de esperar, los resultados han sido parcializados: la posición de negociación
de los trabajadores se ha debilitado aún más, agravando los efectos que tienen
las leyes que socaban los derechos de sindicatos y empleados.
Si bien los tratados
comerciales desempeñaron un papel en la creación de esta desigualdad, hubo
mucho más que contribuyó a inclinar la balanza política en dirección al capital.
Las normas de propiedad intelectual, por ejemplo, han aumentado el poder que
tienen las compañías farmacéuticas para elevar los precios. Sin embargo,
cualquier aumento en el poder de mercado de las corporaciones de hecho se
traduce en una reducción de los salarios reales – hoy en día, el aumento de la
desigualdad se ha convertido en una característica principal de la mayoría de
los países avanzados.
A lo largo y ancho de muchos
sectores, la concentración industrial es cada vez mayor – así como también lo
es el poder del mercado. Los efectos de los salarios reales estancados y en
descenso se han combinado con los efectos de la austeridad, lo que hace que se
ciernan amenazas de recortes de los servicios públicos, de cuyas prestaciones
sociales dependen grandes cantidades de trabajadores de medianos y bajos
ingresos.
La incertidumbre económica
resultante para los trabajadores, al combinarse con la migración, fermentó una
pócima tóxica. El Occidente contribuyo a muchas de las guerras y opresiones de
las que hoy son víctimas los refugiados. Proporcionar ayuda es una
responsabilidad moral de todos, pero especialmente de las Potencias que en el
pasado fueron colonizadoras.
Y, sin embargo, a pesar de
que muchos podrían negarlo, un aumento en la oferta de mano de obra poco
cualificada conduce – siempre y cuando se tengan curvas de demanda normales con
pendientes negativas – a salarios de equilibrio más bajos. Y, cuando los
salarios no se pueden bajar, o directamente no se los baja, el desempleo
aumenta. Esto es más preocupante en los países donde la mala gestión económica
ya ha dado lugar a un nivel alto de desempleo generalizado. Europa,
especialmente en la eurozona, ha sido mal administrada durante las últimas
décadas, hasta llegar al punto de que su desempleo promedio es de dos dígitos.
La migración libre dentro de
Europa, de manera predecible, se traduce en que los países que han tenido un
mejor desempeño en cuanto a la reducción del desempleo van a ser los países que
terminen con una proporción de refugiados superior a la que se consideraría
como equitativa. Los trabajadores de estos países asumen el costo de los
salarios disminuidos y el aumento del desempleo, mientras que los empleadores
se benefician de tener a disposición mano de obra barata. No es de extrañar que
la carga de los refugiados recaiga sobre quienes tienen menor capacidad para
llevar su peso.
Por supuesto, se habla mucho
acerca de los beneficios netos de la migración de lugares menos poblados a
lugares más poblados. En el caso de un país que proporciona a todos sus
ciudadanos un bajo nivel de prestaciones garantizadas – es decir, niveles bajos
de protección social, educación, salud y otros – eso sí puede ser cierto. Sin
embargo, en países que proporcionan una red de seguridad social bastante decente
es todo lo contrario.
El resultado de toda esta
presión a la baja que se ejerce sobre los salarios y para incrementar los
recortes en los servicios públicos ha aniquilado a la clase media, extrayendo
sus entrañas; y ha tenido consecuencias similares en ambos lados del Atlántico.
Los hogares de clase media y trabajadora no han recibido los beneficios del
crecimiento económico. Ellos están conscientes de que los bancos son los
causantes de la crisis del año 2008; sin embargo, acto seguido vieron que se destinaron
miles de millones para salvarlos y montos triviales para salvar sus hogares y
puestos de trabajo. Si se considera que el ingreso promedio real (ajustado por
la inflación) de un trabajador a tiempo completo en Estados Unidos está en un
nivel más bajo del que estuvo hace cuatro décadas, la presencia de un
electorado enojado no debería causar ninguna sorpresa.
Para añadir a todo esto, los
políticos que prometieron el cambio no cumplieron con lo esperado. Los
ciudadanos de a pie sabían que el sistema no era justo, pero se tuvieron que
enfrentarse a la realidad de que el sistema es incluso más amañado de lo que
habían imaginado, y perdieron la poca confianza que aún tenían en la capacidad
o la buena voluntad de los políticos tradicionales para corregir dicha
situación. Eso, también, es comprensible: los nuevos políticos compartían la
visión de futuro de aquellos quienes habían prometido que la globalización
beneficiaría a todos.
Sin embargo, emitir un voto
iracundo no resuelve los problemas, y puede hacer que una situación política y
económica pase del sartén a las brasas. Esta apreciación también es válida con
respecto a la respuesta que se da frente a dicho voto iracundo.
El pasado pisado es un
principio básico en economía. A ambos lados del Canal de la Mancha, el ámbito
político ahora debería dirigir sus esfuerzos a comprender cómo, dentro de una
democracia, la clase política pudo hacer tan poco por abordar las
preocupaciones de tantos ciudadanos. Todos y cada uno de los gobiernos de la UE
deben ahora considerar la mejora del bienestar de los ciudadanos de a pie como
su objetivo principal. Una mayor cantidad de ideología neoliberal no ayudará en
lo absoluto. Y, debemos dejar de confundir los fines con los medios: por
ejemplo, el libre comercio, en el caso de ser bien administrado, podría traer
mayor prosperidad compartida; pero, si es mal administrado, sin lugar a dudas
reducirá el nivel de vida de muchos ciudadanos – posiblemente de la mayoría.
Existen alternativas al
actual régimen neoliberal, son alternativas que pueden crear prosperidad
compartida, al igual que también hay alternativas – como por ejemplo la
Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión con la UE que propone
el presidente estadounidense Barack Obama – que podrían causar muchísimo más
daño. Hoy en día el desafío es aprender del pasado, con el fin de abrazar las
alternativas mencionadas primero y evitar las segundas.
Copyright: Project
Syndicate, 2016.
10-07-16
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