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miércoles, 6 de julio de 2016

Ugalde pide a comunidad israelí colaborar "para que el país renazca"



En el sexagésimo aniversario del Instituto Cultural Venezolano Israelí (ICVI), el Padre Luis Ugalde ofreció un discurso en la iniciativa cultural de fraternidad donde pidió a la comunidad judía "brindar a Venezuela lo mejor de sí". 

"El Instituto es Venezolano-Israelí, sin conflicto ni contradicción de una y otra identidad, sino con enriquecimiento mutuo, es la semilla judía en Venezuela que ha dado abundante cosecha”, expresó el ex rector de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB).

En su discurso, el Padre Ugalde compartió sus reflexiones sobre la vivencia de la comunidad judía en Venezuela, en cuyo espíritu aseguró está "la razón del florecimiento del desierto y de la conversión de las lágrimas y de la siembra laboriosa en risas y alegría al cargar la cosecha abundante”.


“En este más de  medio siglo del Instituto Cultural Venezolano-Israelí el tema no ha sido el enderezamiento de una mutua relación problemática, sino cómo mirar, actuar y producir juntos en los problemas del país y del mundo”.

En este sentido, agregó que el ICVI debe colaborar en “lo que nos pide a gritos la Venezuela de hoy”. “Pienso que el mejor fruto de esta celebración aniversario en esta hora venezolana de oscuridad y de desesperación, es convertirnos en luz y esperanza de vida, de justicia, de libertad y de democracia, con verdadera solidaridad y creatividad para que Venezuela renazca de sus ruinas actuales”.

A continuación el discurso:

En un mundo tan dividido y de fanatismos excluyentes, la celebración del aniversario de una iniciativa cultural de fraternidad de pueblos y de confluencia de identidades, nos lleva a la acción de gracias desbordada de alegría. Nos viene al corazón el salmo 126 (salmo 125 en la versión cristiana) que expresa con emoción la bendición del Altísimo al esfuerzo del pueblo judío por hacer florecer el desierto y la acción de gracias por su regreso libre a la tierra propia del destierro y esclavitud de Babilonia:

“Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía estar soñando. La boca se nos llenaba de risas, la lengua de  cantos alegres. Hasta entre los paganos se comentaba: el Señor ha estado grande con ellos. El Señor ha estado grande con nosotros. ¡Estamos alegres!

Cambia Señor nuestra suerte, como los torrentes del Negueb. Los que siembran con lágrimas cosechan con cantos alegres. Al ir iba llorando llevando el saco de la semilla; al volver vuelve cantando trayendo sus gavillas.”

¿Qué celebramos hoy? 

Ese desierto que florece, esa libertad emocionada, esa cosecha abundante y bien trabajada, celebramos la transformación del destierro a Venezuela en tierra prometida venezolana donde dos pueblos se hacen uno. Es lo que celebramos en los sesenta años del Instituto Cultural Venezolano Israelí. Aquí no hay regreso del destierro de Babilonia, sino conversión del destierro en tierra de promisión propia, la transformación del desierto en vergel y la creación de un nuevo hogar donde, sin renunciar a los orígenes y a la identidad propia, los judíos se sienten invitados a brindar a Venezuela lo mejor de sí. Por eso el Instituto es Venezolano-Israelí, sin conflicto ni contradicción de una y otra identidad, sino con enriquecimiento mutuo. Es la semilla judía en Venezuela que ha dado abundante cosecha. Lo que fue destierro por la huída de la persecución y expulsión de sus países de origen, se convirtió  en Venezuela en trabajo creativo, siembra y cosecha  fecunda.

¿Por qué se produce esta maravilla?

Permítanme compartir con ustedes mis reflexiones que sin duda valen más por la buena voluntad que por la plena comprensión de lo que para la mayoría de ustedes es experiencia vivida.

Una primera razón la encuentro expresada en el “Coloquio Bajo la Palma” del poeta Andrés Eloy Blanco, que por alguna razón de empatía es el primero de los 10 poemas del cumanés en la edición bilingüe hebreo-español publicada (1997) por la Confederación de Asociaciones Israelitas de Venezuela (CAIV). Estoy seguro de que con ello no solo querían honrar al ilustre poeta cumanés en el centenario de su nacimiento, sino también manifestar la gratitud a quien representó como Ministro de Relaciones Exteriores del presidente Rómulo Gallegos en el reconocimiento de Venezuela al recién nacido Estado de Israel.
La primera y antigua comunidad judía llegó a Venezuela a consecuencia del destierro de España, de Sefarad, por la inicua expulsión decretada por los Reyes Católicos; llegó casi clandestinamente, tras la larga marcha a través de Holanda y Curazao y asumió este país como tierra propia. Todavía más dramática y emotiva fue la más reciente llegada de la comunidad ashkenazi que huía de la Europa cainita del nazismo y de la segunda guerra mundial, del Holocausto y de la muerte de millones de hermanos; luego de una errante navegación sin encontrar puerto y con total incertidumbre por sus vidas, a última hora en Puerto Cabello se les abrió Venezuela y la noche se transformó en radiante amanecer. Tanto los antiguos desterrados sefarditas como los ashkenazis del siglo XX y otros más que fueron llegando, respondieron a la hospitalidad venezolana con la actitud interior  que expresa el poeta cumanés así:

Lo que hay que ser es mejor
y no decir que se es bueno
ni que se es malo,
lo que hay que hacer es amar
lo libre en el ser humano,
lo que hay que hacer es saber,
alumbrarse ojos y manos
y corazón y cabeza
y después, ir alumbrando.
Lo que hay que hacer es dar más,
sin decir que se ha dado,
lo que hay que dar es un modo
de no tener demasiado
y un modo de que otros tengan
su modo de tener algo,
trabajo es lo que hay que dar
y su valor al trabajo
y al que trabaja en la fábrica
y al que trabaja en el campo,
Y al que trabaja en la mina,
Y al que trabaja en el barco,
Lo que hay que darles es todo,
luz y sangre, voz y manos,
y la paz y la alegría
que han de tener aquí abajo,
que para las de allá arriba,
no hay por qué apurarse tanto,
si ha de ser disposición
de Dios para el hombre honrado
darle tierra al darlo a luz,
darle luz al enterrarlo.
Por eso quiero, hijo mío,
que te des a tus hermanos,
que para su bien pelees,
y nunca te estés aislado;
bruto y amado del mundo
te prefiero a solo y sabio.
A Dios que me dé tormentos,
A Dios que me dé quebrantos,
pero que no me dé un hijo
de corazón solitario.

Este me parece que es el sentido y la vivencia de la comunidad judía en Venezuela y de los magníficos logros del Instituto Cultural Venezolano Israelí. En ese espíritu está la razón del florecimiento del desierto y de la conversión de las lágrimas y de la siembra laboriosa en risas y alegría al cargar la cosecha abundante.

La otra clave hay que buscarla en la calidad de la tierra que los recibió cuando todo en el mundo parecía persecución, exilio forzado, miedo e incertidumbre. Nada más tocar tierra venezolana las lágrimas se convirtieron en esperanza y el miedo en abrazo de bienvenida de los hermanos desconocidos. El destierro se transformó en tierra prometida, y el esfuerzo creador convirtió el desierto en vergel.

Encuentro muy apropiadas e iluminadoras las palabras que escribió Gustavo Arnstein en 2003 en un editorial de Nuevo Mundo Israelita, cuando ya nuestra patria empezaba a naufragar y el vergel se iba secando ante el avance del  desierto fanatizado:

“Nos duele Venezuela. Nuestro padres, en algunos casos nuestros abuelos, encontraron en Venezuela tierra de promisión. Y no lo decimos como una imagen que la ocasión hace pertinente que la elaboremos. Lo decimos con la más absoluta convicción de que así fue. Aquí ellos encontraron mucho más que un lugar para vivir: encontraron un ámbito donde fueron recibidos con los brazos abiertos, esto es, fueron aceptados tal como ellos eran, con absoluta simpatía y respeto a su integridad humana, desde sus fisonomías hasta sus costumbres y tradiciones”.

La naturaleza es sabia y enseña al que quiere escucharla. Nada hay más venezolano que el mango, la caña de azúcar, el café y los rebaños de ganado vacuno y caballar que dan vida al paisaje llanero. Sin embargo nada de ello es autóctono, sino que fue traído de fuera y la buena semilla se convirtió en bendición de la tierra que la abrazó y en vida para su gente.

Venezuela no fue meramente “tolerante” que permite a alguien que no es nuestro y  le asigna un espacio separado, formando un gueto físico o espiritual de discriminación tolerada. No, Venezuela reconoció a los judíos y ama a los judíos y al amarlos se ama a sí misma. Reconocer significa conocer por segunda vez de manera reflexiva y explícita, afirmar a los que se ha conocido una vez y también reconocerse en ellos y formar un “nos-otros” en el que somos “nos” y al mismo tiempo somos “otros” con toda su originalidad integrada, pero sin negar la especificidad de su componentes diferentes. De esta manera el amigo nos brinda su vida con su amistad; de él recibimos como obsequio lo que al esclavo se le quita por la fuerza y lo suyo se hace nuestro y compartido. Y el huésped  así recibido descubre que esta es tierra propicia para amar y crear, para disfrutar la multicolor variedad  de una humanidad no uniforme, sino con identidades diversas que enriquecen a la común identidad humana.

Ahora a muchos católicos nos parece increíble la ceguera histórica  que fue superada hace  medio siglo por el Concilio Vaticano II gracias al esfuerzo amoroso e inteligente del jesuita Cardenal Bea para lograr la elaboración y aprobación final por 2.221 obispos  conciliares (97% de total)de la Declaración Nostra Aetate sobre nuestra relación con religiones no cristianas, con capítulo especial sobre la religión judía. No es mera tolerancia lo que se proclama en ella, sino el reconocimiento de nuestros propios padres en la fe, y de las raíces y savia que nos nutren: “Como es, por consiguiente, tan grande el patrimonio espiritual común a cristianos y judíos, este sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar el mutuo conocimiento y aprecio entre ellos, que se consigue, sobre todo, por medio de los estudios bíblicos y teológicos y con el diálogo fraterno” (Nostra Aetate n.4). Como era de rigor, este nuevo camino de reconocimiento y de compartir el “patrimonio común” tenía que ir acompañado de una actitud de reconocimiento y de confesión de pecados pasados; por eso el Concilio “deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos” (Ib.).

Afortunadamente  esta nueva era no ha quedado en declaraciones, sino que ha avanzado en verdaderos encuentros y relaciones de amistad sostenidas en el tiempo, como lo testimonia el papa Francisco y su amistad anterior con los rabinos y las comunidades judías en Argentina, reforzado por sus encuentros recientes en el Vaticano y su visita a la Gran Sinagoga en Roma.

Como dijo Juan Pablo II “de enemigos y extraños hemos pasado  a ser amigos y hermanos. Europa tenía que rectificar, reconocer los crímenes y arrancar de su cultura los prejuicios y herencia deformada. En Venezuela desde el comienzo fue de otra manera y por ello afortunadamente no hemos tenido que tematizar mucho esta relación, pues ha fluido con naturalidad con beneficio para todos. Yo mismo pude apreciar esta connaturalizad en la excelente colaboración en la Universidad Católica Andrés Bello, de  la que una expresión es  la Cátedra de Judaísmo Contemporáneo promovida desde el Rectorado, pero lo más importante es la confianza y la colaboración en esta casa común que es nuestra universidad. Confieso que me sorprendía el sentimiento de especial gratitud que me manifestaban algunos rabinos y personas destacadas de la comunidad judía porque sentían que en la UCAB su gente no era discriminada. Digo me sorprendía porque  para mí era evidente que  nuestros hermanos mayores tenían allí un lugar por aprecio y derecho propio.

Así es Venezuela, por ello en este más de  medio siglo del Instituto Cultural Venezolano Israelí el tema no ha sido el enderezamiento de una mutua relación problemática, sino  cómo mirar, actuar y producir  juntos en los problemas del país y del mundo. En su reciente visita a la Gran Sinagoga de Roma el papa Francisco nos animaba a mirar a los problemas de hoy y aportar juntos: “Junto con las cuestiones teológicas- dice él- no debemos perder de vista los grandes desafíos que afronta el mundo de hoy”. Y yo acentuaría para nosotros lo que nos pide  a gritos la Venezuela de hoy. Pienso que el mejor fruto de esta celebración aniversario  en esta hora venezolana de oscuridad y de desesperación, es convertirnos en luz y esperanza de vida, de justicia, de libertad y de democracia, con verdadera solidaridad y creatividad para que Venezuela renazca de sus ruinas actuales. Si no lo hiciéramos, el profeta Jeremías en nombre del Señor nos reclamaría  el sinsentido de nuestras respectivas oraciones y templos, en el caso de que estuvieren  vacíos de acciones que devuelvan su dignidad de vida al pobre, al huérfano, a la viuda, al preso político perseguido y al que se le ha arrebatado su patria. Contribuyamos juntos a buscar caminos de justicia, de libertad y democracia aportando a Venezuela extrayendo lo mejor de nuestras fuentes propias. Y “entonces- dice el Señor- habitaré con ustedes en este lugar” (Jeremías 7,7)

Gracias por estos 60 años fecundos y felicitaciones. Pido al Señor que bendiga a Venezuela y a Israel, al Instituto Cultural Venezolano Israelí y a cada uno de nosotros con la bendición tomada del libro bíblico de los Números “El Señor te bendiga y te guarde, el Señor te muestre su rostro radiante y tenga piedad de ti, el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz” (Números 6,24-27).

03-07-16




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