Por Sumito Estévez
1
Apenas a los 21 segundos de
empezar el episodio 37 de la segunda temporada de Master
Chef Dinamarca, una concursante danesa dice a cámara, con
un curioso acento y en español, “Buenos días, Karlos, ¿cómo estás?”
Al minuto tres un cocinero
venezolano es presentado con bombos y platillos como jurado invitado.
No entiendo nada: hablan en
danés. Apenas entiendo la palabra “Taller”, que es el nombre del restaurante
donde Karlos trabaja en Copenhague, y otra palabra que suena
como venezuelenkien. Pero lo mejor llega al cuarto minuto, cuando los
cinco rubios daneses que concursan abren su campana sorpresa: ¡hay una hallaca!
Todos la huelen incrédulos y
tratan de pronunciar el nombre. Por primera vez lamento no hablar danés, pero
por el contexto al parecer la prueba consiste en adivinar cuáles ingredientes
la componen y, además, preparar una Pisca Andina, algo que también les explica.
Así es como comienza un
frenético programa que muestra las angustias de unos noveles cocineros
nórdicos, hasta el punto de (en el minuto 30) oír a uno gritar “¡La puta
madre!” en buen español.
Ya en el minuto 39 se define
que Karoline Trier, Ann Manggaard, Eigil Horn y (tras varios latidos en la
pantalla) Camilla Lawes pasaron la ronda. Y el altísimo Malte Weis es
despedido. La cocina venezolana ha protagonizado un instante de la televisión
global.
2
Es junio de 2007. Paul Potts
tiene en la solapa de su traje el número 31829 y está por entrar a la sala de
un reality show de talentos de esos en donde las presas fáciles son humilladas
por un jurado. Y Paul es una presa. Tiene 37 años y la industria de la música
no perdona advenedizos. Es vendedor de teléfonos celulares en una tienda, tiene
sobrepeso y en cada intento torpe de sonrisa completa el cuadro patético con
una dentadura impresentable. Aquella
noche cantó el aria “Nessun dorma” de la ópera Turandot de Puccini. Dejó
a todos boquiabiertos y terminó ganando el concurso.
Una entrada en ese templo de
la ópera que es La Scala de Milán llegó a costar hasta dos mil euros,
luego de los dos años de remodelaciones previos a su reapertura y apenas tres
años antes del concurso de televisión donde participó Paul Potts. Sería difícil
de costear para un vendedor de teléfonos, pero posiblemente él pertenezca a
esos millones de personas que nunca tuvo el dinero para entrar a los templos de
la ópera, pero pudo oír, por ejemplo, a “Los Tres Tenores” cantar en lugares
tan insólitos como el Dodgers Stadium, en Los Ángeles, o los espacios abiertos
de Las Termas de Caracalla, en Roma, mientras los transmitían por televisión.
Cuando Plácido Domingo, José
Carreras y Luciano Pavarotti hicieron aquello, algunos puristas gritaron
“¡Horror!”, mientras vaticinaban la muerte del bel canto ante lo que
consideraban una promiscua intención de acercarlo a las masas. En cierto modo
la discusión fue zanjada por Plácido Domingo cuando, en una entrevista de 1998,
dijo “Entiendo las quejas de los puristas, pero no quiero que los puristas vayan
a ver a Los Tres Tenores”.
3
Soy de quienes creen que lo
mejor que le puede pasar a una expresión cultural es su difusión masificada. En
Venezuela tenemos un bello ejemplo en el Sistema Nacional de Orquestas y Coros
Juveniles e Infantiles. Desde 1975 hasta ahora han estado masificado la
enseñanza de música clásica y, si nos guiamos por las cifras oficiales, en 2015
ya habían pasado 700.000 jóvenes por el sistema. Así fue como la música clásica
ejecutada por niños y jóvenes venezolanos se convitió en una referencia
mundial.
La difusión masificada es
capaz de permitir que quien no sabía de la existencia de la poesía creadora del
hombre se tope con ella. Y así es capaz de lograr que fulguren talentos
dormidos que esperaban ser despertados. Empodera y confiere derechos que nos
permiten mostrar lo que somos capaces de hacer fuera de nuestras fronteras.
¿Quién no ha pensado que para tener 22 futbolistas excepcionales necesitamos
poner a patear a cientos de miles?
No puedo imaginar que
Venezuela deje de ser un semillero de músicos, pero la labor que después de 41
años hizo algo tan grandioso como el Sistema Nacional de Orquestas que ideó el
maestro Abreu podría venirse abajo en un quinquenio. Bastaría con argumentar
que no hay dinero para comprar instrumentos o que el Estado necesita retirar su
apoyo financiero por una crisis u otra. A la vuelta de los años necesarios para
que tenga lugar el retiro profesional de quienes hayan quedado formados, todo
habrá desaparecido. Y en caso de que luego se intente reactivar el proceso
formativo, habría que esperar no menos de quince años para volver a las glorias
que hoy nos enorgullecen.
No pretendo comparar el
movimiento gastronómico venezolano con algo tan tremendo como es nuestro
movimiento musical. Sólo ejemplifico las consecuencias de dormirse durante un
proceso de posible difusión masificada de nuestra cultura. Y lo hago porque en
nuestra cocina eso está a punto de suceder.
4
¿Quién es Karlos Ponte?
Entro a la página
web del chef merideño y me hincho de orgullo: hay caras
cercanas y unos tambores que reconozco invaden la pantalla de mi computador.
¿Puede haber un mejor embajador de Venezuela que este cocinero andino?
Pero Karlos no está solo. Es
apenas uno de cientos de venezolanos que en este momento comandan cocinas en
distintos lugares del mundo. Karlos no es una casualidad, sino el resultado de
decenas de miles de muchachos y muchachas, quienes durante los últimos 25 años
han estado estudiando cocina en Venezuela. Es el resultado de aquellos años
cuando en Venezuela se hicieron los congresos gastronómicos más importantes del
continente, como esas once ediciones del Salón Internacional de Gastronomía por
donde pasaron todos los grandes de la cocina mundial o la explosión editorial
que tuvimos en tiempos mejores.
Karlos es uno de esos 22
jugadores que han surgido de la cantera de miles de venezolanos que se
atrevieron a empuñar cuchillo y pelapapas.
5
La voz en off del
presentador de Master Chef USA anuncia el nombre del jurado sorpresa:
“¡Chef Aarooooon Sánchez!”
Queda claro de qué tipo de
cocina tratará la prueba, pues han decidido escoger como juez a este tejano de
origen latino con restaurantes en cuatro estados y un programa en el famoso
canal de televisión Food Network. Entonces, la cámara enfoca a Alejandro, el
joven concursante de barba. En segundos, con el formato de entrevista al que ya
nos tiene acostumbrado Master Chef, dice:
“Al ser venezolano, estoy
muy emocionado por estar aquí, pero de repente noto que toda la presión ha
caído encima de mis hombros. ¡Me toca hacer el mejor plato, porque soy el
latino del concurso!”
¿Venezuela? ¿Dijo
venezolano? Me arrellano dispuesto a seguir cada segundo de lo que viene: ¡hay
un venezolano frente a Gordon Ramsey! Ese día Alejandro Toro preparó tres
arepas y tuvo la valentía de decirle al iracundo juez británico, en perfecto
caraqueño, que una se llamaba dominó, además de que las otras tendrían un
relleno de carne y otro de pescado. Minutos después mira de nuevo a cámara y en
un buen inglés dice: “Los venezolanos somos arepa. Es mi oportunidad de
brillar”.
Alejandro ganó esa ronda. Y
más allá del orgullo de haberlo visto brillar, fue muy interesante ver la
reacción en el país. Perdí la cuenta de las veces que me llegó la información
por las redes. Estamos tan ávidos de ser vistos con buenos ojos más allá de nuestars
fronteras que sabernos representados culturalmente nos emocionó.
Al parecer hicieron mucho
más por presentar positivamente al país esas tres arepas vistas por millones de
televidentes que cualquier campaña de nación “chévere”.
6
Hace tres meses me estaban
vendiendo el saco de azúcar en 12.000 bolívares, pero la última vez me lo
ofrecieron en 130.000 y no pudimos comprarlo. Hace tres meses un litro de
aceite se conseguía en 700 bolívares, pero mientras escribo este texto ronda
los 3.000 bolívares. Hace tres meses un cartón de huevo costaba
1.400 bolívares, pero hoy son 3.500 bolívares. Y si no conocen la
situación de la harina de trigo, la leche o la mantequilla, se las cuento y
lloran.
En Venezuela hay varias
escuelas de cocina por estado. Y no están cerrando: están trasladando los
costos a sus alumnos para intentar sobrevivir. Reviso el historial de mi página
web y veo cómo en nuestra escuela de cocina ofertábamos el ciclo sabatino de
panadería en enero 2015 por 19.000 bolívares y lo comparo con el último que
tuvimos que cobrar en 80.000. A pesar de que ese aumento de 321% se queda muy
corto en relación con la inflación venezolana de los últimos 18 meses en
alimentos (nosotros ponemos los ingredientes), vestuario (damos los uniformes)
y bienes (usan todos nuestros equipos), aún así esos 80.000 bolívares son mucho
dinero para un estudiante de cocina venezolano.
En la práctica, en nuestra
escuela de cocina estamos subsidiando por completo la educación de formación
profesional y refugiándonos en talleres cortos, eventos privados y diplomados
que permitan capear el vendaval económico que nos cayó encima y así no tener
que cerrar un sueño que ya lleva catorce años.
Uno trata de adaptarse y
enseñar con lo que se consiga y así la clase que era con garbanzos la damos con
el grano que tengamos, pero tarde o temprano se necesitará comprar harina.
Cuando a un violín le falta una cuerda, por buena intención que tenga el
maestro, no se le puede poner la de una guitarra. Y a veces en la cocina es
igual.
Los alumnos ya no tienen
dinero para costear todo lo que implica estudiar cocina. Si a eso le sumamos
que ya aquí no hay congresos, que vivimos un escenario altamente inflacionario
donde no se puede subir la mensualidad cada mes, que la mayoría de las escuelas
de cocina están sacrificando los cursos largos (esos que han formado a los
profesionales) para refugiarse en talleres cortos, entre otros factores, es
fácil predecir que el proceso de formación está a punto de colapsar.
Así como creo que en el caso
del Sistema Nacional de Orquestas el colapso vendría si no hay instrumentos o
se retira la ayuda financiera del Estado, también creo que en el caso de la
cocina los instrumentos equivalen a los ingredientes y la ayuda financiera se
llama “ingresos familiares”.
No es mucho lo que se puede
hacer cuando aquellos que deciden el rumbo de nuestra economía no quieren lavar
ni prestar la batea, pero creo que en algo se puede ayudar a escuelas de cocina
del país para aguantar y a mantener las ilusiones altas a esa muchachada que sueña
con trabajar desde sus cocinas.
Y tenemos una propuesta.
Creo que juntos podemos
ayudar a que el mundo descubra a los muchos Karlos Ponte que están esperando
una oportunidad. Juntos. Todos.
7
La Fundación
Fogones y Bandera está armando un equipo de gente que se
encargará de buscar recursos a través de eventos y aportes de empresarios
mediante la responsabilidad social. Y ese dinero se utilizará para becar a
alumnos de las distintas escuelas de cocina del país.
La idea es que quienes
necesiten ser becados escriban las razones por las cuales desean estudiar
cocina y expliquen por qué ha escogido una escuela de cocina en particular.
Hecho el estudio del candidato para ver si califica, se hablará con la escuela
de cocina para involucrarla tanto en el proceso de formación como de ayuda. Y
es ahí cuando procederíamos a becar.
Esto ya está andando.
Incluso, pronto vamos a anunciar quiénes son los primeros candidatos a estas
becas, porque ya hemos conseguido los recursos para becar a seis. También
haremos saber quiénes son los padrinos que asumirán cada caso y a ese padrino
(sea una persona o una empresa) le mandaremos informes mensuales detallados con
los avances académicos de su ahijado o ahijada.
Hemos lanzado nuestra
campaña desde Patrocinarte,
un portal de micromecenazgo de proyectos(conocidos
como crowfundings). Por ahora esperamos recoger los fondos necesarios que
nos permitan contratar al equipo que manejará el sistema de becas, en cuanto a
captación de recursos y elección de candidatos. Así podremos armar una pequeña
oficina y seguir becando talentos.
Soñemos juntos país.
Pensemos en esa muchacha con talento infinito que aun no hemos descubierto y
que, por ejemplo, vive en Puerto Ayacucho, en Amazonas. Ahora pensemos en que
podemos becarla en una escuela de cocina de allá y que ése será el inicio de un
periplo que la llevará a darle grandes alegrías al país, a nosotros. Soñemos
que se hace famosa y que la gente va a prestarle atención cuando hable de
nuestra cultura. Soñemos también con que esa muchacha le devuelve a su
comunidad la oportunidad que le dieron. Soñemos. Soñemos juntos que somos una
cadena grande y hermosa llamada Venezuela.
Contamos contigo: somos
gente buena.
07-07-16
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