RAFAEL LUCIANI 25 de marzo de 2017
@rafluciani
Mons.
Romero tomó posesión del Arzobispado de San Salvador el 22 de febrero de 1977
hasta que fue asesinado el 24 de marzo de 1980 durante la celebración de la
eucaristía en la capilla del «Hospitalito» de La Divina Providencia en San
Salvador. Durante esos tres años su honradez humana se vio sumida en un proceso
de conversión al entrar en contacto con la realidad que vivían los más pobres.
Esta experiencia lo llevó a asumir la promoción de la justicia y la
construcción de la paz. Y lo hizo en medio de condiciones violentas, provocadas
por el totalitarismo reinante en lo político-militar.
Para
conocer su proceso de conversión como creyente no existe otro mejor camino que
el de leer sus homilías semanales, que compartía cada domingo por la mañana en
la Catedral. Eran legendarias y se podían escuchar por radio. Generalmente,
tenían una primera parte donde explicaba los textos de las Escrituras, siempre
con un espíritu catequético conectado con la realidad que se vivía en El
Salvador, y con el fin de fortalecer la esperanza en medio de tanta violencia.
En una segunda parte, ofrecían el discernimiento de la Palabra de Dios y cómo
la aplicaba a las circunstancias concretas del país. Repasaba los eventos más
importantes de la semana y emitía un juicio profético sobre ellos, denunciando
a los victimarios y urgiéndolos a cambiar, o también acompañando a las víctimas
y fortaleciéndolas con su mensaje.
Al
leer los textos completos de las homilías de Romero podemos descubrir al
creyente que parte de los evangelios y desde ahí hace un análisis de su
realidad, preguntándose qué haría Jesús, cómo reaccionaría ante los problemas
que vivimos y cómo podemos ser fieles a su seguimiento hoy. Es un método que lo
aleja de los intentos por ideologizar la fe y lo muestra como un hombre
sencillo que tomó en serio el seguimiento de Jesús.
Fiel
al magisterio universal, Romero entendió que la salvación pasaba por el
reconocimiento de la dignidad humana, el desarrollo socioeconómico de cada
sujeto y el respeto por la libertad. Así lo había proclamado el Concilio
Vaticano II (1962-1965) en la Constitución Gaudium et Spes 1: «los gozos y las esperanzas,
las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de
los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y
angustias de los discípulos de Cristo». Romero hizo suya esta opción pastoral,
expresada por vez primera en el magisterio latinoamericano como una opción
teológica cuando los obispos reunidos en Medellín (1968) apostaron por la
«opción de Dios por los pobres», ratificada luego en la reunión de Puebla
(n.733; 1134;1153) como «opción seguida por Jesús» (n.1141-1142).
A
partir de Romero se recupera un sentido fundamental del martirio cristiano. Ya
no sólo podrá ser visto como consecuencia del odium fidei, sino también del
odium caritatis, el que vivió Jesús cuando los poderes políticos y religiosos
de la época decidieron matarlo para que su mensaje de bienaventuranza y amor no
fuese escuchado. La Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 24 de
marzo, aniversario de su martirio, como el «día internacional por el derecho a
la verdad, en relación con violaciones graves de los Derechos Humanos y la
Dignidad de las víctimas».
En
esta cuaresma, el mensaje evangélico y la honradez humana de Monseñor Romero
clama a nuestros líderes políticos, para que vuelvan sus rostros a las víctimas
de la violencia y el hambre, y reconstruyan la fraternidad perdida en
Venezuela.
Rafael
Luciani
Doctor
en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
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