Por Simón García
La mayor inestabilidad
del país es obra de una minoría. Aquella que, desde el poder, se niega a
realizar elecciones. En contradicción con el 90% del país, que incluye a muchos
defensores de un proceso ya desvirtuado, la cúpula gubernamental es el tapón
para cualquier clase de solución o desarrollo.
La sociedad democrática tiene
que unirse para romper ese dique; exigir la inmediata obligación constitucional
de convocar las elecciones de gobernadores. Es una barbaridad volver a
diferirlas con el truco de que sólo después que se valide a los partidos,
comenzará el CNE a deshojar el cronograma.
Maduro puede aún frenar la
degeneración de su gobierno hacia el totalitarismo. No será fácil porque perdió
credibilidad. Ningún ofrecimiento que provenga de él es confiable si no está
acompañado de una demostración práctica de cumplimiento. Pero tiene la
atribución formal para dejar de profundizar la inestabilidad asociada a las
crisis que destrozan al país y a su población.
Su gobierno es un frente de
guerra, de odio, de división, de represión policial y económica. Un gobierno
empeñado en chocar contra la economía y la política. Se propone destruir al
mercado y desmantelar la democracia. Una película ya la vimos en la URSS y en
Cuba. Y nadie quiere ese final para Venezuela.
Maduro carece de liderazgo de
Estado, es un conductor suicida que los primeros que deben ponerse de acuerdo
para frenarlo y quitarle el volante son los que están montados en su autobús.
Los que estamos afuera tenemos la disposición de evitar el volcamiento.
El gobierno debe abrir un
proceso de transición que permita la transferencia progresiva del poder,
comenzando con gobernaciones y Alcaldías. Es un clamor que proviene de su
propia base de apoyo y que toda la sociedad acompaña. Es una exigencia de
gobiernos y organizaciones internacionales. No tiene otra ruta de escape que
aceptar que fuera de la Constitución nada.
Ahora la movilización interna
debe tomar cauces efectivos, menos desfile y más activación de espacios de
resistencia democrática, de encuentro entre quienes tienen visiones de país
distintas.
A la oposición le interesa
concebir la movilización como organización. No para exhibir fuerza disuasiva sino
para votar, para reclamar, para proponer y defender derechos y reivindicaciones
de la gente. Los partidos deben orientar la formación de una nueva cultura
cívica como motor de una nueva estrategia para los cambios. Sin ciudadanía
exigente seguirá imperturbable el pasado y su cultura populista petrolera.
La estabilidad no es inercia.
Al contrario, la principal fuente y soporte de la estabilidad es un cambio
ordenado. Todavía es posible inducir un desenlace pacífico con participación de
polos opuestos. Es la urgencia común, antes que la inestabilidad que impone
este gobierno estalle en salidas indeseables.
23-03-17
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