Por Claudia Nazoa
—¡Por fin llegué!
—¡Hay que darle una nalgada!
–gritó el ginecobstetra.
—¡Al que me toque el trasero
lo mato! –así que, para evitar problemas, lloré.
Me llamo Ignacio, me fastidia
que tías, abuelas, abuelos, amigos y amigas de mamá y papá manoseen y
pellizquen mis cachetes. Día y noche, dicen: “¡Ay, qué cocha tan prechocha!” o:
“¿Y esa cochita tan linda a quién che pareche?” o cantan la ridícula cancioncita:
“¡Atunga que tunga tu…!”. Mis noches las paso atormentado por un móvil de
muñequitos que incansable da vueltas sobre mi cuna y del que sale una musiquita
insoportable.
No entiendo por qué mamá me da
la teta. Si fuera la de otra mujer chévere, pero ¿la de mi mamá? ¡Qué
aberración!
Me siento chulo y vago. Mamá
me lo hace todo y, en recompensa, le quito el calcio de sus huesos.
La otra es que mamá siempre
cree que tengo frío. Ella usa franelas delgaditas y a mí me pone guantes,
escarpines, gorros, saquito, medias y cobijitas de lana. En protesta, dejé de
comer y me llevaron al pediatra.
—Desvístalo. Móntelo en el
peso. Agárrele la cabeza y hálele las piernas que lo voy a medir.
Me sentí como muchacho redondo
en báscula de carnicería. Después puso una paleta de helado ¡sin helado! sobre
mi lengua y acercó una extraña lucecita que le salía de la frente.
Me volteó y en el trasero me
puyó despiadadamente con algo que llamó la triple… Mamá lloró conmigo.
—Vamos a quitarle el pecho
–dijo–. Dele esto cada cuatro horas. Si no se lo toma por las buenas, tápele la
nariz y empújeselo. Luego comenzaremos con la S26.
¡El tipo era nazi! Iba a
quitarme el pecho y luego me aplicaría el plan S26, eso sin contar que me puso
el termómetro donde la espalda pierde su nombre.
Me da vergüenza, pero el
pediatra revisó todos los huecos de mi cuerpo.
Después supe que la S26 es una
leche que sabe a mondongo revuelto con galletas María y sardinas.
Sí. Me la paso sucio y me hago
pipí. Pero, cómo no estarlo, si voy de susto en susto: me tiran hacia arriba y
me atajan en el aire, la abuela con mal de Parkinson me asoma a la ventana y
mamá, en lugar de llevarme a la poceta, me pone pañal. Por eso me pelé todo y
ahora me embadurnan con un patuque llamado Crema Cero.
Sí. De noche lloro. Pero, cómo
no voy a hacerlo, si papá siempre le dice a mamá: en cuanto se duerma le damos.
¡Ya no aguanto ser bebé!
Quiero crecer y convertirme en un bebé verdaderamente feliz, es decir, en un
bebe caña.
Ignacio Martucci (4 meses).
27-03-17
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