Por David González
El motor del automóvil apenas
tosió como un paciente agónico con el primer intento de encendido. El carraspeo
fue menor en la segunda oportunidad y en la tercera apenas se escuchó un click.
No podía haber peor noticia para comenzar la mañana. La batería había quedado
sin carga suficiente para encender el vehículo. Ya presentaba fallas, ya había
dejado recados de urgencia, ya se sabía que era inevitable, pero cada día de
funcionamiento, así fuera precario, era como una dulce prórroga que llegaba de
la mano de la buena fortuna. Esa suerte, sin embargo, se había agotado y no
quedaba otra opción sino enfrentar la hora de la verdad: había que
reemplazarla.
¿Por qué recelar de algo que
no representaría una grave dificultad en país alguno de América Latina? ¿Por qué
ese empeño en exprimir cada mínimo amperio de ese cubo que despacha
electricidad al automóvil? Una pista vale para responder esas preguntas: cuando
se vive en Venezuela puede tornarse azaroso el acto cotidiano de comprar desde
un medicamento contra la hipertensión arterial hasta harina de maíz, el
ingrediente básico de las arepas, el plato que representa la seña más sólida de
identidad nacional. ¿Qué podía esperarse entonces de buscar una batería? ¿Cómo
sería salir a comprarla en la Caracas de finales de 2016, capital de un país
que tuvo ese año una inflación de aproximadamente 480 por ciento y donde 8 de
cada 10 productos básicos llegaron a escasear según la encuestadora privada
Datanálisis?
Pasara lo que pasara no podía
evadirse la realidad. Una opción era caminar de vuelta desde el estacionamiento
a la casa, paralizarse frente a las circunstancias y dejar el carro aparcado
por meses a la espera de un repuesto como le ha sucedido a cientos de
propietarios de vehículos que se les ha dificultado obtener una pieza, bien
porque escasea o por sus altos costos. Otra alternativa era pensar en algún
revendedor ilegal –de los que son conocidos como “bachaqueros”– ante la
evidencia de que los pequeños distribuidores comerciales carecen de
inventarios. La última de ellas era probar un camino que podía no dejar
resultados: llamar por teléfono a la principal fábrica para confirmar si esa
mañana podía tenerse un golpe de suerte como el que vive un defensa, digamos
Sergio Ramos, que anota el gol de la victoria en el minuto 94 o como el que
experimenta un bateador de Grandes Ligas, como Miguel Cabrera, quien con un
jonrón en el último inning se lleva la gloria en un bolsillo.
La suerte de las estrellas
favoreció ese día. “Venga rápido”, dijo una representante de ventas, al otro
lado de la línea. “Hoy nos quedan, pero mañana quién sabe”. Era una buena
noticia y había aún algo de dinero en la cuenta. Correspondió entonces cancelar
las reuniones de trabajo de la mañana. No hizo falta urdir excusas complicadas,
sino tan solo explicar la verdad. “Me quedé sin batería y me dijeron que si iba
ya podía comprar una”. Así terminaba un modelo de texto despachado por la
mensajería del teléfono. Lejos de respuestas con recriminaciones, llegaron
líneas de apoyo y con los mejores deseos: “Te entiendo, buena suerte”.
La solidaridad vía WhatsApp y
Telegram fue como un soplo inspirador para dar el siguiente paso. Pedir ayuda
de un vecino para empujar el diminuto Renault y encenderlo. Cuando las baterías
tienen mínimas cargas, es posible echar a andar un vehículo estándar si se le
hace avanzar con suficiente velocidad y se cuenta con destreza para coordinar
el embrague, la palanca de cambios y el encendido. El carro reaccionó y así se
hizo el trayecto rumbo a la fábrica. ¿Por qué era necesario llevarlo para hacer
la compra? Sí; hay que aclararlo. Por regulaciones del Gobierno para
evitar el mercado negro, la empresa solo vende a quienes acuden a ella con su
vehículo y con una batería evidentemente desgastada. No puede presentarse
cualquier conductor, sino específicamente el propietario del automóvil con los
documentos originales que así lo acrediten. Si el comprador ha sido víctima de
un hurto, entonces se debe mostrar la denuncia policial. En casos como esos, es
frecuente que el vendedor pida al afectado una batería en mal estado así haya
sido de otro vehículo. El requisito, ilógico para muchos que han recibido la
visita de la delincuencia, ha hecho prosperar de modo inesperado la venta de
acumuladores inservibles. Es el tipo de negocios fértiles en una economía donde
hay mayor abundancia de controles que de bienes.
La oferta de baterías tuvo una
reducción sustancial en el país luego de la intervención estatal en el mercado
a finales de 2013.
El camino rumbo a la fábrica,
en la zona industrial de Los Cortijos, se logró sin contratiempo. Llegar con
cierto retardo supuso una desventaja ante quienes habían arribado mucho antes.
Desde las puertas de la instalación había una fila de 136 automóviles. La
esposa del conductor que estaba justo delante se tomó el trabajo de contarlos
uno por uno. Eran las 9:30 a.m. y ella quería calcular si para las 3:00 p.m.
habría terminado para poder buscar a sus hijos que esa hora concluirían sus
actividades en el colegio. “Ojalá nos alcance el tiempo”, dijo resignada
después de concluir el inventario. No bien había terminado de decir la frase
cuando llegaron más vehículos a la última posición de la hilera. En los
primeros segundos fueron dos o tres, pero en cuestión de una hora, 40 se sumaron
a la espera. Después dejó de ser importante reconfirmar cuántos automóviles
había allí ese día.
Lo único relevante, en cambio,
era recorrer aproximadamente el medio kilómetro que faltaba para llegar a la
meta. El motor del pequeño Renault estaba encendido pero por una maniobra
descuidada se apagó y esta vez no fue posible prenderlo de nuevo de nuevo. Así
que no existió otra alternativa sino la de empujarlo a lo largo de un trayecto
que se completó en casi cinco horas bajo el generoso sol caribeño. Para nada
resultó un consuelo confirmar que había otros conductores que hacían lo mismo
con vehículos y camionetas bastantes más pesados y voluminosos. ¿Una grúa para
remolcarlos? Ni pensarlo: en ese caso es un gasto suntuario.
Pueden pasar muchas cosas en
un período equivalente a un cuarto de día. Las conversaciones de trabajo que no
pudieron ser reprogramadas, tuvieron lugar vía telefónica en los momentos
durante los cuales la hilera no avanzaba. Si por casualidad había que hacer
adelantar el carro, bastaba una advertencia: “No cuelgues. Dame un segundo y
retomamos la conversación”. También fue posible, como sucede con frecuencia en
esperas tan largas, trabar una nueva amistad. Sucedió con el anciano que
conducía una Toyota Terios y quien ayudó a empujar al diminuto Renault a lo
largo del camino.
Una frase estrenó la
conversación. “Somos afortunados”, dijo él. Sus palabras, desde luego, deben
ser entendidas en su contexto. No reflejaban resignación: eran la constatación
de un hecho. En los meses precedentes, era difícil que cinco horas en una cola
bastaran para comprar una batería en la fábrica. Era necesario llegar de
madrugada a las puertas de la industria, dormir allí, resistir el sereno y
rogar a Dios que ningún delincuente se aproximara, como más de una vez ocurrió,
a robar a mano armada a los conductores que pernoctaban para buscar baterías.
Las colas recientemente se han reducido mucho más por el ascenso de los precios
que han hecho a los conductores incluso desistir de intentar la compra, al
punto de hacer lucir despejados algunos centros de ventas donde no hay colas
aunque el predicamento de los consumidores no desaparece.
Hace cuatro años comenzaron a
aparecer los síntomas del desbalance en el mercado. Fue entonces cuando se
desplomó la entrega de dólares preferenciales por parte del gobierno para los
principales importadores de baterías que cubrían entre 30 y 40 por ciento de
las necesidades del país. La parte restante era atendida y aún lo es por una
empresa privada nacional, Inversiones GB, cuyas fábricas no han sido capaces de
abarcar toda la presión de la demanda interna, según lo han explicado sus
voceros. Un hito de 2013 quedó grabado en la memoria de los consumidores como
el momento cuando nunca más fue posible adquirir una batería sin las dificultades
que después se hicieron rutinarias. Ocurrió en noviembre de ese año cuando el
gobierno ejecutó una medida de ocupación temporal en las instalaciones de la
compañía fabricante y les obligó a reducir los precios de sus productos en 25
por ciento. Luego de esa intervención, los inventarios se agotaron y a la larga
los consumidores enfrentaron las semanas más difíciles de acceso, se
multiplicaron las colas maratónicas y proliferaron los hurtos: dos años más
tarde policías y transportistas afirmaban ante reporteros de sucesos que
conocían más de 100 denuncias semanales solo en Caracas.
La demanda desbordó a los
fabricantes nacionales de baterías en vista de la caída de las importaciones
(Foto: William Dumont/
Cortesía El Nacional)
A días como esos, cuando las
esperas interminables alcanzaron el cénit, se refería el viejo conductor de la
Toyota Terios cuando afirmaba que, después de todo, se sentía con suerte por no
tener que realizar un madrugonazo. Aguardar junto con él hizo la jornada más
llevadera. Entre un avance y otro, él habló de su trabajo, de su familia y de
la época, para nada lejana, cuando comprar una batería era una transacción
rutinaria que no merecía un recuerdo especial. Esa historia sí sonó como una
postal de los buenos tiempos. De tanto en tanto el viejo conductor miraba
adelante y repetía en voz alta el número de vehículos que restaban antes de
llegar a la entrada del centro de servicio de la fábrica, donde son
reemplazadas las baterías. “Nos quedan 30 adelante”; “Nos quedan ocho”; “¡Llegamos!”.
Era un alivio: no nos cerrarían las puertas en el rostro.
Uno de los técnicos de la
compañía está en la entrada con un aparato para recargar por última vez las
baterías de quienes han empujado su carro con paciencia hasta llegar allí. Será
la última carga, suficiente para encender el vehículo y estacionarlo en un
punto donde será cambiado el repuesto. Antes hay que pasar por la caja y pagar.
El monto que toca hoy, cuando no ha terminado 2016, es 27 veces superior al que
gobierno estableció tres años antes cuando ocupó la empresa y en vano intentó
controlar por decreto lo que no era posible con racionalidad económica. Los
precios en los primeros meses de 2017 siguieron aumentando. Reemplazada la
batería, el diminuto Renault se activa otra vez como un caballito brioso. Oír
el sonido del motor da alivio y cuando el vehículo comienza a rodar es
imposible no pensar que es verdad, que esa mañana fuimos afortunados por una
razón: porque buscábamos una batería y no un alimento para un bebé o una
medicina para un enfermo.
* Relatos del
Absurdo es una iniciativa periodística liderada por IPYS Venezuela y
CONNECTAS, que busca ofrecer insumos informativos para entender las
dificultades que vive la sociedad venezolana hoy. Vea todo el especial
acá http://connectas.org/relatos-del-absurdo/
25-03-17
Es difícil poder andar en una moto o un vehículo en esas condiciones de batería averiada, con esfuerzo y sacrificio se puede comprar un arrancador moto o el modelo para los automóviles; esto ayuda mucho a lidiar con esas situaciones donde la batería ya tiene problemas de carga o se está averiando.
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