Trino Márquez 23 de marzo de 2017
@trinomarquezc
La
estrategia de Nicolás Maduro para mantenerse en el poder tiene en la suspensión
de las elecciones en todos los campos de la vida democrática, uno de sus ejes.
La UCV lleva casi cinco años sin realizar comicios para elegir las autoridades
rectorales. En la CTV no se efectúan consultas desde hace largo tiempo. En
otros sindicatos, gremios y federaciones importantes, cuyos procesos electorales
deben ser supervisados por el CNE, tampoco se ha llamado a votar. Las
elecciones de gobernadores, que debieron haberse efectuado el año pasado, de
acuerdo con la Constitución, fueron
suspendidas indefinidamente. Inventaron una excusa caza-bobos: que no podían
realizarse durante el mismo año el referendo revocatorio y la escogencia de los
mandatarios regionales. Las de
alcaldes, previstas para 2017, también según la Carta Magna, tampoco se
vislumbran en el panorama.
El
tránsito hacia una dictadura desembozada pasa por crear la ilusión de que en
algún momento en el futuro se consultará la opinión popular, pero teniendo la
convicción de que ese veredicto jamás se solicitará. Maduro carece del coraje
de Fidel Castro, quien desde el comienzo de la Revolución Cubana dijo con
cinismo: elecciones para qué. Había bajado de Sierra Maestra con el firme
propósito de adueñarse del poder de forma vitalicia y lo logró gracias al apoyo
de la Unión Soviética. Maduro carece del respaldo de un imperio equivalente. Los
chinos aún no tienen la estatura mundial que tuvieron los soviéticos durante la
Guerra Fría y tampoco lucen muy interesados en mantener un títere en tierras latinoamericanas. Si se
desata una presión desde distintos flancos para obligar al régimen a convocar
elecciones, no serán los asiáticos quienes salgan en auxilio del autócrata
tropical. Tampoco serán los rusos de
Putin.
Sabemos
que problemas como la inflación, la escasez, el desabastecimiento y la
inseguridad personal, no van a resolverse con las elecciones. Pero, sin acudir
a las urnas comiciales ninguno de esos dramas podrá solucionarse porque para
superarlos hay que cambiar de gobierno, y lo más sano y sensato resulta
sustituirlo por la vía electoral. Bien lo dice Luis Almagro, el valiente secretario
general de la OEA: las elecciones cambian gobiernos. Su misión fundamental
consiste en lograr el tránsito pacífico de un gobierno a otro. Cuando la
sustitución no es pacífica, sino violenta, al final, pasada la tempestad, tiene
que haber elecciones para que la nueva élite gobernante se legitime y
estabilice. Así es que, como de todas maneras habrá comicios, lo mejor es
ahorrarse el trago amargo de la violencia. Entonces, el reto de la oposición
venezolana consiste en crear la atmósfera que obligue a Maduro a convocar los
comicios y encontrarle una salida democrática y soberana a la fenomenal crisis
nacional.
Esta
atmósfera, lamentablemente, no podrá crearse si no se estimula al mismo tiempo
un clima de confrontación y reto a la arrogancia hegemónica de las
instituciones del régimen. Ejercer una
oposición débil y sumisa solo sirve para que, de vez en cuando, José Vicente
Rangel elogie a los dirigentes en su programa dominical por Televen. Sin
embargo, en la práctica resulta inofensiva e ineficaz. El CNE, por paradójico
que parezca, actúa como el instrumento
del régimen para silenciar la voz del pueblo. Si ese cuerpo cediera, acudiría
al TSJ, bufete privado de Miraflores.
Si,
también de acuerdo con la Constitución, la soberanía reside en el pueblo, quien
la ejerce de manera directa a través del sufragio, ¿por qué no activar el
proceso electoral realizando, en primer lugar, unas primarias para escoger los
candidatos opositores, y después las elecciones contempladas en la Carta
Fundamental, ignoradas por un régimen colocado en contra de la legalidad?
La
oposición ejercida por Hugo Chávez y sus seguidores contra los gobiernos
democráticos fue tenaz. Tanto, que siempre exaltó el 27-F, fecha trágica para
la nación y la democracia, y organizó dos golpes de Estado. Jamás les otorgó
concesiones a sus adversarios. En un ambiente diferente y con propósitos
diametralmente distintos, la oposición organizada en torno de la MUD posee el
derecho y la legitimidad de convocar una consulta nacional para elegir sus
candidatos a gobernadores y, llegado el momento, realizar unas elecciones
paralelas que desenmascaren la arbitrariedad del régimen.
La
presión interna, articulada a la acción internacional, obligarán a Maduro a
negociar y ceder. El acatamiento obsecuente a decisiones arbitrarias sólo
provoca derrotas y frustración. Los estudiantes de la UCV demostraron en qué
consiste la rebelión electoral.
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