Trino Márquez 29 de marzo de 2017
@trinomarquezc
Se
acabó la indiferencia
Nicolás
Maduro ha tratado de reeditar sin ningún éxito, casi sesenta años después, el
épico enfrentamiento de Fidel Castro y los comunistas cubanos contra los
Estados Unidos. Aquella batalla que la izquierda insurreccional y guerrerista latinoamericana
vivió como un desafío sin precedentes contra la potencia del norte, fue vista
con simpatía hasta por algunos sectores democráticos que quedaron postrados
frente al magnetismo, siempre manipulador, de Castro. Ese enfrentamiento se libró en el contexto de
la Guerra Fría. Fue respaldado también por grupos de la izquierda
norteamericana. Charles Wright Mills, un intelectual estadounidense muy
influyente de la época, autor de Escucha, yanqui, apoyó a los guerrilleros que
habían bajado de Sierra Maestra. Aunque
Cuba, gracias a la claridad y
tenacidad de Rómulo Betancourt, fue expulsada de la Organización de Estados
Americanos (OEA) y fue objeto de un embargo por parte de las naciones del
continente, la causa revolucionaria se ganó la simpatía de una inmensa cantidad
de estamentos políticos que iban desde la izquierda radical hasta grupos del
centro progresista.
Este
fenómeno se repitió en cierta medida, aunque sin el impacto mundial de la
Revolución Cubana, cuando Hugo Chávez impulsó el proceso bolivariano. El
comandante despertó cierto entusiasmo entre la alicaída izquierda marxista,
desorientada luego del colapso de Unión Soviética y del derrumbe del socialismo
en Europa del Este. Chávez, navegando en petrodólares, le inyectó una fuerza
renovada al populismo de izquierda. Sus desplantes antiimperialistas
despertaron admiración en grupos intelectuales y en partidos políticos de
Latinoamérica y de otras regiones del planeta.
El
extraviado Maduro ha pretendido emular los desafueros de Fidel Castro y Hugo
Chávez, sin poseer el carisma de esos dos dirigentes y en circunstancias
totalmente diferentes. Maduro se imagina que se encuentra al comienzo de la era
chavista, sin darse cuenta de casi dos décadas desde que su movimiento tomó el
poder. Durante este largo ciclo se han producido numerosos cambios en el continente. En todos los países se han
producido transformaciones nacidas de las urnas electorales. La mayoría de las
naciones han crecido e incorporado a los grupos más pobres y vulnerables de la
población, a pesar de que ninguno ha disfrutado de los ingresos astronómicos
generados por el petróleo. ¿Cómo puede Maduro explicar y justificar la miseria
atroz que padecen los venezolanos, luego de que al país han ingresado más de un
billón de dólares en un período tan corto?
La
payasada de la “guerra económica” es una mentira tan bufa que no engaña ni al
diplomático más incauto, y ya sabemos que en política pueden perdonarse todos
los errores, menos el ser ingenuo. La señora Delsy Rodríguez no asusta ni convence a nadie. Su estilo destemplado
servirá en la reuniones de la cúpula madurista, pero en foros internacionales donde
las palabras hay que medirlas con escalímetro, solo provocan estupor e indignación.
De la
discusión que se libra en la OEA probablemente no salgan sanciones graves
contra Venezuela. Ningún gobierno desea castigar a los venezolanos. Solo se
busca que el madurismo retorne al camino democrático del cual se salió hace
mucho tiempo. Las exigencias apuntan al rescate de la institucionalidad y la
defensa de los derechos humanos: calendario electoral, liberación de los presos
políticos y respeto a la autonomía y a las decisiones de la Asamblea Nacional.
Nada extraordinario. Nada injerencista. Todo apegado a los cánones de la
democracia más ortodoxa y convencional. Exigencias parecidas se les planteaban
a las dictaduras militares que castigaban a la región hace algunas décadas. Al
final, todas tuvieron que aceptar los reclamos de la comunidad internacional y
de los grupos democráticos internos. Esto sucedió aunque el organismo
hemisférico no tuvo una participación tan dinámica como ahora.
Maduro
no tiene más opción racional que aceptar las demandas de la OEA. Tendrá que
proponer un cronograma electoral que incluya las ya vencidas elecciones de
gobernadores, y los comicios para elegir alcaldes en 2017 y Presidente de la
Republica en 2018. Eludir esta suerte, arrebatarles la inmunidad a los
parlamentarios y convertirse en dictador puro y duro, con el barniz que le
colcoa el TSJ, tendrá un costo muy elevado para quienes lo acompañen en esa
aventura irresponsable, incluido el Alto Mando. Mientras más pronto acepte los
términos de una negociación, mejor para él y sus aliados.
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