Fernando Mires 22 de marzo de 2017
@FernandoMiresOl
Retomemos
el hilo. Si estamos siguiendo el proceso democrático venezolano y leyendo sus
capítulos en la medida en que van siendo escritos, vale decir, no desde muy
atrás, pero tampoco adelantándonos a los acontecimientos, podríamos afirmar que
en estos momentos está siendo redactado un capitulo nuevo: el de la validación
de los partidos ante el CNE. Dicho procedimiento fue impuesto por el propio CNE
con el objetivo de nicaraguanizar la estructura electoral, seleccionar
candidaturas de acuerdo a los gustos e intereses del gobierno y dividir a la
oposición. La validación voluntaria de los partidos democráticos impidió, sin
embargo, la siniestra maniobra. Como dijo Julio Borges: “el tiro les salió por
la culata”.
Con la
validación de sus partidos, la oposición ha recuperado la unidad perdida.
No
sabemos todavía si la validación es un capítulo en sí o si será un subcapítulo
de un capítulo largo que se llama “elecciones, ya”.
Elecciones;
sí. Porque la validación, por si no lo han entendido algunos, es un paso
encaminado a la realización de elecciones. O si se prefiere, es un
procedimiento pre-electoral. Nadie salió a validar para hacer vida social, sino
a manifestar la más abierta, la más decidida y la más subversiva disposición a
favor de unas elecciones que el régimen persiste en no convocar. El pueblo
político venezolano ha reafirmado así su vocación electoral.
En los
instantes en que escribo estas líneas han revalidado tres partidos importantes
de la MUD: Voluntad Popular y Primero Justicia, después que lo hiciera Avanzada
Progresista. Tanto los unos como los otros, unidos o compitiendo entre sí (es
legítimo) desactivaron la trampa tendida por el gobierno. Gracias a la
validación de sus partidos, la MUD ha decidido caminar unida a través de la
ruta electoral. Ruta que no fue escogida como quien lo hace con una sigla o con
un color. Se trata de la ruta que se ha dado la ciudadanía (incluyendo a la
chavista) y ella está inscrita en las páginas de la constitución nacional.
Vanos
han sido los intentos cupulares (del régimen y de la oposición a la oposición)
por apartar a la ciudadanía de esa, su ruta. Y seguirán siendo vanos. Pues vías
no electorales existen solo allí donde no hay partidos, ni ciudadanía, pura
masa y pueblo disgregado. A través de la validación de sus partidos los
ciudadanos venezolanos han dicho en cambio: queremos elecciones, queremos
votar, queremos elegir. Y queremos partidos para expresar publicamente nuestras
diferencias y posiciones, ya sea frente al gobierno, ya sea frente a nosotros
mismos.
El
régimen se encuentra acorralado por su propia historia. El chavismo, no hay que
olvidar, nació como fuerza electoral y electoralista. El madurismo en cambio,
al volverse anti-electoralista, traicionó el legado de Chávez.
No
interesa mucho aquí saber si Chávez habría hecho lo mismo que hoy hace Maduro:
impedir a las elecciones. Probablemente habría intentado adoptar el discurso de
la dictadura de Cuba: declarar a las elecciones como un arma de la burguesía y
decretar sin vacilaciones, “la dictadura del pueblo”. Pero aún en ese punto hay
una gran diferencia entre Castro y Maduro.
Fidel
Castro jamás llamó –habiendo podido hacerlo- a elecciones. Por el contrario:
desde el comienzo, siguiendo el ejemplo de Lenin, las suprimió, declarándose
enemigo de ellas. Nunca intentó exhibir ínfulas democráticas como hizo Chávez.
En cambio Maduro no solo ha negado las elecciones. Es peor todavía: se las ha
robado a un pueblo que las tenía. En ese sentido Maduro ha cometido un crimen
político de enorme magnitud.
No hay
delito constitucional más grande que robar elecciones a un pueblo cuando este
ha probado ser mayoría en contra de un gobierno. Pues sin elecciones el pueblo
pierde su condición ciudadana y deja, por lo mismo, de ser un pueblo político.
Votar
es elegir. Y elegir es pensar. Quien no elige no piensa. Las elecciones
adquieren un significado existencial en la mantención de la condición
ciudadana. Sin elecciones, mueren los ciudadanos. Nacen los súbditos.
No se
trata en este caso de elegir una vía para deshacerse de un mal gobierno. Se
trata de mucho más. Se trata de recuperar la más elemental de las dignidades
del ser político, sea este individual o colectivo: el derecho soberano a elegir
a sus representantes. Eso es lo que jamás podrán entender los
anti-electoralistas de la oposición. Para ellos, al igual que para Maduro, las
elecciones no son una razón de ser: son un simple medio instrumental del que se
puede hacer uso o no, de acuerdo a las circunstancias.
Cuando
el régimen de Maduro bloqueó la vía del revocatorio -tan electoral y
constitucional como son las elecciones regionales y generales- mostró al mundo
su vocación radicalmente dictatorial.
El
capítulo del revocatorio fue interrumpido, como es sabido, por un diálogo al
que fue sometida –no hay otra palabra- la MUD. La lucha por las elecciones retoman
por lo tanto el hilo que intentó cortar el régimen valiéndose del nefasto
diálogo. En ese sentido las jornadas por la validación significan un encuentro
de la oposición consigo misma.
Podríamos,
en retrospectiva, afirmar que las luchas por el revocatorio fueron
objetivamente un ensayo general para las actuales luchas por las elecciones que
han comenzado gracias a la validación de los partidos de la unidad. El clamor
internacional y nacional, exigiendo la convocatoria a elecciones, es cada día
mayor.
La
misma Carta Democrática de la OEA, si no fuera por el ultimátum que exige
prontas elecciones, solo sería un montón de hojas sin ningún valor práctico.
Pero de acuerdo a la redacción y forma que dio Luis Almagro al texto, es un
documento para-electoral. Lo que ha dado sentido y lógica a sus líneas es la
exigencia o ultimátum a convocar prontas elecciones. De tal modo, esa minoría
absoluta de la oposición que niega a las elecciones se sitúa, objetivamente, en
contra de la Carta Democrática de la OEA y por lo mismo a favor de Maduro. Hay
que decirlo de una vez.
Naturalmente,
como ha señalado Maduro, el régimen puede vivir sin la OEA. También puede vivir
sin elecciones, con cárceles repletas, con represión cubana y hambre africana,
sin pan, sin justicia, y sin nada. Pero, ¿hasta cuándo? Hasta que la presión
nacional y la internacional lo obliguen a tomar un camino contrario. Porque sin
lucha por las elecciones, eso está claro, no habrá elecciones. Como ocurrió con
el revocatorio, las elecciones no solo son un fin, son un medio de lucha.
Los
escépticos preguntarán: Y supongamos que al fin hay elecciones. ¿Después qué? A
esa pregunta solo cabe responder: no nos contemos más el cuento de la lechera.
La política será siempre una actividad de corto plazo. La política vive de sus
circunstancias y de las reacciones frente a acontecimientos casi siempre
inesperados. La política es, en fin, contingente. Para el largo plazo están los
filósofos de la historia, los ideólogos y los horóscopos. De ahí que por el
momento solo podemos señalar, citando a Luis Almagro: "de una dictadura se
sale con elecciones libres".
PS.
Durante las validaciones aparecieron algunas candidaturas a primarias pre-
presidenciales. Aunque es demasiado prematuro proclamarlas, no está del todo
mal que así sea. La MUD no es un partido sino una confederación de partidos.
Con candidatos propios, con perfiles personales claramente definidos, los
partidos se comprometen a llevar la lucha electoral hasta el final. Ya no hay
vuelta atrás. Elecciones ya.
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