Por Fernando Pereira
El inicio del nuevo año
escolar es un momento de expectativas, preparativos, carreras. De las
familias que compran o completan los requerimientos en útiles, uniformes; de
las autoridades que anuncian cuántas escuelas están en condiciones, cuántas
faltan por reparar.
Pero este año no es cualquier
año, es un año en el que la crisis se siente más. El exiguo presupuesto
familiar ha inyectado angustia y preocupación por los altos costos, la
imposibilidad de conseguir todo lo que se busca, tener que reciclar lo que
pueda ser usado y que antes era impensado.
El inicio del año escolar en
un momento de crisis no puede ser un hecho mecánico. Hay que hacer
consciente cómo se sienten los estudiantes, familias y docentes, quienes
son los actores fundamentales del proceso educativo; y no el currículo o los textos
como piensan algunos.
Nadie puede negar la
preocupación existente en muchos centros educativos por garantizar “la
excelencia académica”. Esto hace que el gran protagonista sea el desarrollo
cognitivo. Lo cognitivo tomó todos los pupitres del aula y el pupitre de losaspectos
sociales y emocionales se quedó vacío.
Los conflictos, divorcios,
enfermedades que afectan a los estudiantes hacen se afecte el rendimiento
escolar. En los tiempos que vivimos, más énfasis hay que hacer en cómo están
las familias afrontando el día a día, compañeros que no traen merienda, los que
deben ausentarse para ayudar a la familia, para ir a comprar alimentos, los que
se van a trabajar pues deben producir, los que han sido amenazados o afectados
directamente por la inseguridad, quienes han perdido algún familiar a causa de
la violencia… La escuela, hoy más que nunca, tiene que ser un espacio
humano. Pasa como con la economía cuando sube la inflación y se devalúa la moneda,
los efectos emocionales se sienten, no en lo macro, sino en el día a día cuando
se sale del abasto con los bolsillos vacíos.
Algo similar está pasando en
la escuela, detrás del desinterés, desmotivación o “flojera” de los
estudiantes, hay situaciones enmascaradas, represadas, con heridas infectadas
porque se devalúa la atención requerida en estas circunstancias. Si el niño no
se siente que le importa a la escuela, a los docentes, sus angustias,
miedos, preocupaciones se pueden convertir en hostilidad, agresiones,
violencia.
La pedagogía de la ternura
Las prácticas pedagógicas,
los proyectos institucionales, las prioridades curriculares van priorizando lo
que hay que saber, hacer… Se ve al niño y adolescente como una Gran Cabeza, con
pies y manos. Los afectos, sentimientos, lo subjetivo, no tienen valor y, como
tal, son desterrados. Restrepo (1994) lo define tajantemente: “La ternura es
un derecho que debe ser rescatado de la esfera de lo íntimo y de lo
privado para ser objeto del debate público”.
Urge rescatar esa pedagogía de
la ternura sin que suene a algo liviano o poco cursi; ninguna persona puede
valorar la integridad y la vida de otro congénere, si no valora la suya propia;
si no tiene una experiencia de ser y sentirse querido y aceptado. No se puede
obligar a que los estudiantes convivan. Se puede crear el espacio para el
encuentro y el descubrimiento, de uno mismo, en el otro.
Aprender a convivir, a trabajar cooperativamente debe ser una prioridad en la educación de la Venezuela de hoy.
14-09-17
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