Por BBC mundo
Mientras decenas de miles de
venezolanos abandonan su nación por la crisis económica y la falta de
expectativas futuras, hay extranjeros que, aunque también pensaron en salir,
decidieron permanecer
Una de las consecuencias más
notables de la crisis de Venezuela es la emigración, que supone todo un cambio
cultural para un país que durante décadas acogió a los inmigrantes que buscaban
la prosperidad de un petroestado.
Primero fueron los mejor
preparados los que salieron, jóvenes profesionales que no vieron futuro en el
país. Pero ahora, la escasez de productos básicos y la inflación ha empujado
también a salir a clases más bajas.
Aunque no hay cifras oficiales
exactas, se estima que la diáspora venezolana está entre uno y dos millones de
personas. Venezuela tiene unos 30 millones de habitantes. Y según Naciones
Unidas, 80.000 venezolanos han pedido asilo en otros países
desde 2014.
Ya sea por el Aeropuerto
Internacional de Maiquetía en Caracas o por las fronteras terrestres
con Colombia y Brasil, lo venezolanos salen de su país. Otros
muchos lo están pensando y algunos más lo harían, pero no tienen los recursos.
Muchos, sin embargo, deciden
quedarse. Entre ellos, extranjeros que, pese a los problemas y a que podrían
regresar sin problemas legares a sus lugares de origen, permanecen en el país
que los acogió.
Muchos venezolanos abandonan
su país y cruzan a Colombia en busca de oportunidades
Los motivos son varios. Para
unos, al final, Venezuela se convirtió en su hogar. Otros apuestan a la
recuperación del país y a estar ya posicionado cuando eso pase. Y otros, con
ingresos en dólares, sopesan ventajas y desventajas y concluyen que Venezuela,
pese a sus problemas, sigue siendo para ellos un "paraíso".
Estas son tres historias de
extranjeros que pensaron salir de Venezuela, pero que decidieron permanecer.
"Sigo apostando a
Venezuela"
Ariel Reyes es uruguayo y
tras un paso por Paraguay llegó a una Venezuela próspera hace 20 años. Se ha
ganado la vida como ha podido. Desde 2012 regenta junto a su socio, compatriota
y amigo Fabián un pequeño restaurante, "El Farolito", donde se comen
empanadas y se almuerza.
Poco a poco el negocio ha ido
creciendo, sin dejar la modestia. Desde hace pocos días cuenta con un asador
para ofrecer cortes de carne uruguayos.
En el Aeropuerto Internacional
de Maiquetía, en Caracas, cientos de venezolanos toman vuelos en busca de una
nueva vida
"Cuando uno sale (de su
país) siempre sueña con volver, pero uno echa raíces y se complica", dice
Reyes, de 54 años y cuya mujer e hija son venezolanas.
"Pero si esto sigue
así…", dice sin cerrar la frase. El negocio se ve afectado por la carencia
y las dificultades para encontrar los productos y por la inflación.
Le gustaría también ofrecer un
asado por la noche, pero es imposible por cuestiones de seguridad. Se centra
por eso en desayunos y almuerzos. A las 16:00 horas cierra.
Antes era capaz de irse un mes
completo al año de vacaciones a Uruguay. Desde hace 5 años ya no lo puede
hacer. Se acabó su capacidad de ahorro.
Pese a que el negocio se ve
afectado por la crisis y por el conflicto político, las manifestaciones y el
cierre de calles en su puerta, asegura que puede seguir viviendo.
Ariel y Fabián llevan años en
Venezuela, donde han echado raíces
¿Volver? No podría gastarse
los miles de dólares que cuesta un billete para él y su familia con
destino Montevideo, que además es una de las ciudades más caras de América
Latina. Sobre todo si se compara con Caracas.
"Sigo apostando a
Venezuela y espero que todo esto se corrija", afirma pensando en que si el
país mejora, él ya estará bien posicionado para el futuro, cuando espera sacar
partido de las dificultades actuales.
De momento contiene la presión
de su esposa e hija, ansiosas por dejar Venezuela. "Ellas se quieren ir,
pero eso es porque no han emigrado", dice, consciente de las dificultades
de abandonar su país, donde ya también se siente extranjero.
"Prefiero pelear"
Joao Dacosta es aún a sus
66 años un aventurero. Portugués, de la pequeña isla de Madeira, sintió
curiosidad por Venezuela, adonde llegó en el año 1975. Antes estuvo en Angola
con el Ejército portugués y luego en Rhodesia, actual Zimbabwe.
Joao Dacosta ha visto a una de
sus hijas dejar el país e instalarse en España, pero él no quiere regresar a
Portugal
"Yo soy un guerrero.
Prefiero pelear", dice, divertido, cuando le pregunto por qué se queda en
Venezuela, donde formó una familia y donde regenta una abasto con frutas y
verduras junto a su socio italiano y que, como él, lleva muchos años en el
país.
"Puedo volver a Portugal,
pero no quiero. Sólo de vacaciones, para quedarme no", afirma seguro,
aunque admite que en Venezuela "todo es un problema".
"Pero
después de tantos años acá…", apunta lo difícil que sería regresar.
Dacosta distribuye fruta
importada. "Todo empezó a deteriorarse hace 5-6 años", dice. Ha
pasado de distribuir entre 1.200 y 1.500 cajas al día en los buenos tiempos a
unas 40 ahora.
Más nostalgia. Recuerda cómo
antes cambiaba de auto cada tres años. "Ahora ya tiene siete y tengo carro
para rato".
Tiene esposa y dos hijas. Una
de ellas es ingeniera de computación. Hace 12 años vio junto a su marido lo que
venía, dejó Venezuela y se instaló en España, en Bilbao. Ahora tiene un hijo de
11 años, nieto del comerciante portugués.
Recientemente fue a
visitarlos. A consecuencia del largo viaje, Dacosta tuvo un problema con una
variz en su pierna. "Me atendieron muy bien", elogia a la sanidad
pública española.
"¿Y si le hubiera pasado
aquí?", le pregunto. "Igual tendría ahora la pierna cortada",
ríe con una mezcla de exageración y de temor por el estado de la sanidad en
Venezuela, lo que más le preocupa.
"Vivimos en una
burbuja"
Peter es europeo. En realidad
no se llama Peter y prefiere que su nacionalidad quede imprecisa. Llegó en los
años 90 a Venezuela, donde vive de forma fija desde 2004. Dirige una empresa de
seguridad, de ahí que prefiera mantener el anonimato y el perfil bajo.
"Cuanto más caótico,
mejor", dice Peter, que con su empresa saca algo de beneficio a que
Venezuela sea un país violento y al fundado temor de élites económicas y de
extranjeros.
Para quien tiene ingresos en
dólares, Venezuela sigue siendo un lugar en el que disfrutar de la vida a un
bajo precio es posible
Peter denota algo cinismo,
pero también mucho pragmatismo y detrás de eso, un amor por el país en el que
vive desde hace 13 años y que no pretende abandonar.
"Casi todos los clientes
se han marchado. Los ingresos son mucho menores, pero lleno el tanque de
gasolina por un céntimo de dólar. El alquiler de mi departamento costaba hace
años US$600. Ahora, 40 céntimos", cuenta las ventajas.
"Vivimos en una
burbuja", admite, consciente de que con sus dólares es capaz de conseguir
los productos básicos que son imposibles para muchos venezolanos.
El clima, la comida y un
pequeño círculo de amigos cercanos son muy apreciados por Peter, que echa de
menos no poder ir a pescar tranquilo, no salir de noche por la inseguridad ni
poder disfrutar las maravillas naturales de un país que define como "el
paraíso en la Tierra".
Las playas, el clima y la gente son motivos para muchos extranjeros para
continuar en Venezuela
Con los años se ha convertido
en un obsesivo seguidor de la política. Crítico con el gobierno, teme la deriva
del país. "No quiero vivir en un Estado fallido", afirma Peter, que
se define de izquierdas, criado en una familia de clase trabajadora.
Por ello recientemente pensó en
regresar. Pero a los 58 años lo descartó. "Me aburriría mucho si volviera
a Europa. Mis amigos ya son abuelos. Sería difícil reintegrarse", afirma.
La idea se le olvida al
recordar el clima, la cercanía, la pasión y la apertura de los venezolanos. Ah,
y "las chicas".
15-09-17
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