Trino Márquez 09 de
noviembre de 2017
@trinomarquezc
La
debacle producida en la MUD por los inesperados y sorprendentes resultados de
la votación del 15-0, han creado la sensación de que Nicolás Maduro se
atornilló al poder y que permanecerá por tiempo indefinido en Miraflores. La
falta de un análisis político integral por parte de los líderes opositores
acerca de lo ocurrido ese día y posteriormente, y la ausencia de una propuesta
estratégica global han contribuido a proyectar esa imagen fatalista. Bien
examinada la victoria coyuntural obtenida por el régimen, se trata de un
triunfo basado en el control de las instituciones del Estado -especialmente del
CNE y de las Fuerzas Armadas, responsables del Plan República- y en la
transformación del Psuv en una maquinaria que, fusionada con el gobierno, opera
de forma implacable para extorsionar a los votantes de los sectores populares e
imponer el voto de forma compulsiva.
La victoria de Maduro no fue producto del
éxito de un líder eficiente con un
carisma arrollador, que imanta a sus electores conduciéndolos por caminos
insospechados, sino el resultado de una vasta operación fraudulenta que coaccionó
y humilló a la inmensa mayoría de sus votantes. Quienes sufragaron por los
candidatos del hombre de múltiples nacionalidades, no lo hicieron convencidos
de que Venezuela será mejor con esos gobernadores, que la descentralización
volverá a ser el sueño que una vez fue y que los servicios regionales
funcionarán de manera eficaz. Un sector mayoritario de ese grupo fue a las urnas a depositar las papeletas porque
sabía que el responsable local del Psuv
tenía la misión de establecer quiénes habían votado por el ‘compañero de
partido’ y, por lo tanto, quiénes seguirían recibiendo –cada tres meses- la
bolsa del clap, la pensión del Seguro Social o permanecería habitando en un
apartamento de la Misión Vivienda.
Dejado a su libre albedrío, ese ciudadano muy probablemente habría expresado su
rechazo al incompetente y corrupto gobierno de Maduro. En un ambiente de
transparencia y equidad, se habría expresado ese 80% de venezolanos que
manifiestan estar en desacuerdo con la gestión de un gobierno que derrochó la
mayor bonanza petrolera nacional, empobreció a la nación y contrajo una deuda
internacional astronómica. No habría habido inconsistencia entre los datos
arrojados por las encuetas y los expulsados por las máquinas de votación. Pero,
los procesos electorales en las dictaduras no obedecen a criterios legales, ni
equilibrados, sino a correlaciones de fuerzas reales. El déspota impone sus
condiciones, y a sus adversarios les toca prepararse con disciplina prusiana
para encarar los desequilibrios. Los procesos electorales siempre representan
escenarios de confrontación. En los regímenes autoritarios este rasgo se
potencia.
Maduro el 15-O triunfó, pero no salió
blindado. Sus debilidades son enormes y en muchos flancos. La crisis económica
sigue a ritmo de vértigo. El país entró en la fase de hiperinflación. El único
en el continente, luego de veinticinco años de la región haber superado ese
morbo. La inflación, conviene recordarlo, acabó con los gobiernos de Argentina,
Brasil, Bolivia, Perú y Uruguay, en sus
respectivos momentos. El nivel de ingobernabilidad que el proceso inflacionario
desató, obligó a los gobernantes de turno a negociar con los opositores para
buscar fórmulas de transición, o provocó golpes de Estado que, a la postre,
condujeron a convocar elecciones para formar gobiernos de salvación nacional.
La inflación venezolana se encuentra asociada con problemas que Maduro está
incapacitado estructuralmente de resolver: destrucción del aparato productivo
interno debido a la alocada política de expropiaciones y estatizaciones, caída
de los precios del crudo y merma de la producción petrolera, erosión de la
capacidad importadora del gobierno, control severo de la actividad económica,
déficit fiscal por el desorden en el manejo de las finanzas públicas, emisión continua y en gran escala de dinero inorgánico
y corrupción. Maduro no está en condiciones de desatar ninguno de esos nudos
críticos, mucho menos de elaborar una política integral en la cual la solución
de cada uno de esos cuellos de botella
calce.
Las dificultades se agravan cuando se toma en
cuenta el contexto internacional. La jornada del 15-O no sirvió para elevar el perfil de Maduro, sino para
hundirlo aún más en el frío sótano. La sanción contra Freddy Guevara empeoró el
desprestigio (¿quién le habrá recomendado semejante torpeza?). Renegociar la
deuda externa del país, obtener dinero
fresco para enfrentar el déficit fiscal y cumplir los compromisos
internacionales lucen como metas inalcanzables, después de las sanciones
aplicadas por los Estados Unidos y las anunciadas por la Unión Europea. Además,
al hombre no se le ocurrió otra idea más genial que nombrar a Tarek el Aisami,
uno de los personajes más cuestionados del oficialismo, como jefe de la
comisión de reestructuración de la deuda. ¡Habrase visto!
Maduro está asediado por todos lados, menos
por el de la oposición, que sigue apareciendo dividida, confusa y sin
iniciativa. Su aparente fortaleza es directamente proporcional a la debilidad
de la MUD. Lo que debemos hacer es invertir los términos de la ecuación. Las
elecciones municipales representan una buena oportunidad para volver a
demostrar nuestra organización y solidez.
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